Buscar
lunes, 16 de diciembre de 2024 09:30h.

"Ante una experiencia así, aprendes a vivir sin las cosas"

Simona y Germano perdieron su casa en el incendio de Gran Canaria de 2007. Cinco años después han conseguido reconstruirla, pero temen que les vuelva a ocurrir

DANIEL DELISAU.-Caminar por el paraje natural de Ayagaures-Pilancones, en el municipio grancanario de San Bartolomé de Tirajana, produce una profunda sensación de incomodidad, casi de angustia. Los senderos y caminos reales que desde ahí conducen hasta el interior de la isla se encuentran rodeados por bosques de pinos que, en su corteza, todavía muestran las cicatrices del incendio intencionado que hace cinco años se inició en el Monte de Pajonales y no tardó en extenderse con rapidez por el suroeste de la isla.

Ese trágico episodio lo vivieron muy de cerca Simona y Germano, un matrimonio italiano que perdió su casa como consecuencia del mismo. Acabaron viviendo en Ayagaures por casualidad. Ella es de un pequeño pueblo del interior de la provincia de Génova, él, de Milán, una ciudad a la que considera con mucha cultura pero con una baja calidad de vida. "Me pareció que esto era Europa y África al mismo tiempo, y decidí venirme", comenta Germano. Llegó a Gran Canaria hace veinte años, y tras un periodo que el mismo reconoce como de vida bohemia, se puso a trabajar como obrero de la construcción, podador de palmeras, tendero… Lo que le fuera saliendo.

Simona decidió abandonar su pueblo muy joven e irse a vivir a un lugar más grande. "Cuando le enseño a mi madre dónde he acabado, se queda extrañada", asegura entre risas. Se conocieron al poco de llegar él a Gran Canaria, pero su relación no comenzaría hasta unos años después. En un primer momento residieron en un pequeño piso de Pozo Izquierdo, en el sureste grancanario, pero un hecho extraordinario les llevó a mudarse.

Un día de hace diez años, no saben cómo, apareció un pato en su casa de Pozo Izquierdo. Decidieron soltarlo en la presa de Ayagaures, y fue entonces cuando vieron una casa en ruinas que les embaucó. A partir de ese momento comenzaron tres años de duro trabajo para reunir el dinero y los papeles necesarios, a fin de poder comprar la casa. Luego vino la reforma, que no acabó hasta el 2006.

Cuando se produjo el incendio, en julio de 2007, llevaban solo un año habitando la casa y su hija Chiara había nacido siete meses atrás. Los recuerdos que conservan de aquellos primeros días son como el humo que invadió por esas fechas el suroeste de la isla: difuminados y volátiles. Por suerte, el fuego no les sorprendió en su casa. "Nos dimos cuenta de que las cosas estaban bastante feas", confiesa Simona. Trabajaban juntos en los mercadillos de Maspalomas, igual que hacen hoy en día. Todo su trabajo cabía en una furgoneta y ésta se encontraba junto a la casa.

Por insistencia de Simona, Germano volvió a Ayagaures. Cuando llegó, la carretera ya estaba cortada a la entrada del pueblo. Tras un enfrentamiento verbal con un policía, consiguió pasar y llevarse la furgoneta. De la noche a la mañana los tres se encontraron en la calle, pero al menos conservaron el trabajo.

Pasaron las dos primeras semanas en casas de amigos. Cuando pudieron regresar a su hogar, descubrieron el estado en que había quedado (en la imagen). "Yo me imaginaba entrar en un pueblo totalmente quemado, y sólo vi una o dos casas quemadas por el camino". Entre esas pocas se encontraba la suya. Las cuatro paredes de piedra estaban intactas, pero el techo se había hundido y en el interior sólo quedaban escombros. "Prácticamente se desintegró", cuenta Germano.

Aunque la han vuelto a construir, sienten que la acumulación de material vegetal fácilmente combustible, junto a la sequía, puedan desembocar en otro incendio. En este punto el matrimonio no se muestra de acuerdo sobre qué hacer si eso pasara. "Si estamos aquí es porque Germano se empeñó en que podía reconstruir la casa, pero yo no volví aquí por años", comenta ella.

Miedo a un nuevo incendio

El principal escollo para gestionar la limpieza de los montes es que un 85% del territorio rural en Canarias se encuentra en manos de particulares. Y ahí los cabildos insulares no pueden actuar, según apuntan desde la Fundación Foresta, que se dedica a reforestar zonas rurales del Archipiélago.

Simona y Germano sí mantienen limpia su parcela, de unos dos mil metros cuadrados. Sin embargo, a escasos metros de distancia se encuentra una finca abandonada en donde matorrales y hojas de palmera conforman un material combustible de gran peligrosidad. "Yo no tengo autorización para limpiar eso, pero el Cabildo tampoco lo hace, señala Germano".

Javier Blanco es Ingeniero Forestal, especializado en el análisis de incendios. Entre el 2006 y 2008 trabajó como asesor para la Consejería de Medio Ambiente y Emergencias del Cabildo de Gran Canaria, y participó activamente en la extinción del incendio del verano del 2007, siendo coautor de un análisis sobre el mismo.

"El abandono de los terrenos rurales no significa que tenga que haber más incendios, sino que los que haya serán más virulentos", opina. Esto se debe a grados de protección medioambiental que hacen casi imposible la limpieza de material combustible. "¿Era una bomba de relojería? Sí. ¿Que sólo hacía falta una chispa para que todo aquello prendiese? También", afirma.

Esa chispa la proporcionó un trabajador del Cabildo, que de manera intencionada inició el incendio. El antídoto que propone Blanco consiste en que se permitan realizar, también en estos parajes protegidos, pequeñas quemas controladas para eliminar el material combustible

.

Mientras tanto, Simona, Germano y su hija Chiara seguirán viviendo en Ayagaures. Lo perdieron casi todo, pero según Germano, "ante una experiencia así aprendes a vivir sin las cosas". Al preguntarles qué harían en caso de otro incendio, no comparten la misma opinión. "Yo intentaría disuadirle de no arriesgar su vida, pero tengo dudas de que pueda convencerle", confiesa Simona mientras observa a su marido. "Mi casa no me la va a quemar el fuego otra vez", sentencia él.