El enólogo gomero Alberto Gonzalez: por un vino tinto en Lanzarote
El sobrepeso de vehemencia del discurso pronunciado en 1998 por una consejera del Gobierno de Canarias (“en Lanzarote nunca se podrá hacer buen vino tinto”) le cargó de razones al enólogo gomero Alberto González para dedicarse a tiempo completo a las uvas.
Según el dictamen de 600 narices especialistas que valoraron cuatro de sus 'hijos' (tinto crianza del 2007, rosado de 2010, malvasía seco 2010 y moscatel de licor; todos Stratvs), el director técnico de Stratvs es el segundo mejor enólogo de España. En el mismo certamen internacional celebrado en Estoril hace tres semanas, Lanzarote fue elegida como la décima región vinícola más importante del mundo.
Es el más pequeño de siete hermanos, y quizás por ocupar el último lugar de esta saga criada en Vallehermoso (La Gomera), pudo beneficiarse más de la didáctica paciente de su padre -viticultor y bodeguero- que de la obligación de madrugar para regar las tierras. Él fue quien le enseñó a injertar recién cumplidas cinco primaveras.
Desechó la Medicina en favor de Ingeniería Técnica Agrícola (especialidad en Hortofruticultura y Jardinería), y cursó la carrera en la Universidad de La Laguna. Su primer trabajo consistió en manejar cabras, en un proyecto ganadero del Ayuntamiento de Arico. El siguiente lo desempeñó en la denominación de origen tinerfeña de Icodén-Daute-Isora.
Aterrizó en la isla de los volcanes para ser profesor interino de dibujo técnico durante 15 días. “No dormí en casa ni un fin de semana”, cuenta. Tanta fue la fiesta y el recibimiento de gentes y paisajes que se le brindó. Su estancia se fue alargando peligrosamente. “Si te enamoras de la isla, no te vas a ir jamás”, dice que le advirtió un día César Manrique, al que se encontraba de vez en vez en la Granja Agrícola. Eran los tiempos eufóricos del CIC El Almacén, del movimiento vanguardista, de la discoteca Car.
600 especialistas le valoraron como segundo mejor enólogo de España
Impartió clases en un ciclo formativo de Elaboración de vinos -“que debería recuperarse ahora”-, en la Escuela de Hostelería, y también en el IES Agustín Espinosa, enseñando números a una generación que hoy lo conoce más por sus derivadas que por su trabajo con el vino.
Primero arrendó una finca a Enriquito Díaz, para dedicarse a las parras en la intimidad de sus fines de semana. Luego, compró tierra en el cruce de Conil. Produjo vino tino e incluso ganó el concurso de vinos artesanales insular. Pero su caldo no terminaba de tener avales. “¿Qué hay que hacer para que te hagan caso?”, preguntó una vez. “Monta una bodega”, le contestaron. Y dicho y hecho. Se llamó Cenizas de Timanfaya y se especializó en vinos de gama alta. La investigación le llevó a conocer la tinta chiquitita, o la tinta conejera, variedad de uva negra con la que elaboró un tinto crianza que quedó entre los 10 mejores caldos españoles de aquel año.
Hizo un máster en enología y al cabo de un tiempo decidió regresar a Tenerife, para estar más cerca de la familia y quizás de otros proyectos de cuajo más sencillo. Con los niños matriculados en sus nuevos colegios y las maletas a punto de cerrarse, llamaron a su puerta para ofrecerle un proyecto llamado Stratvs.
“Tres veces dije que no”. Pero a la cuarta fue la vencida. Dejó sus planes para sumergirse en una aventura de altos vueltos e inversiones, que le dio carta prácticamente blanca para sentar sus líneas de trabajo. Una de sus primeras peticiones fue poder viajar un año por medio mundo para investigar uvas y tecnología. Le fue concedido. “Deberíamos concienciarnos de que la formación es una inversión a largo plazo”, dice Alberto
Francia supuso una ligera decepción, pero Italia le maravilló, estando el país “a la cabeza de las nuevas tecnologías y de la elaboración de grandes vinos”. Sin ir más lejos, asegura que el mejor tinto que ha probado en su vida es de origen siciliano, originario de una bodega de la que es propietario el diseñador y magnate Hugo Boss.
“Tuve que esperar a la cena, hasta que el enólogo estuviera un poco contento, para preguntarle por la elaboración de aquel tinto”. Le contó el secreto a medias: añadir a la uva principal (la rústica 'nero d´avola') un cierto porcentaje de una variedad mejorante llamada 'sirac'.
Viajó un año por medio mundo para investigar uvas y tecnología
El director técnico y enólogo de Bodegas Stratvs supervisa absolutamente todo el proceso de elaboración del vino. Desde la selección de uva, con directrices muy marcadas para que su equipo sepa cuál pasa la criba y cuál se rehúsa, hasta la fase crítica que transcurre desde julio hasta octubre. En esos momentos, el hombre le habla al mosto: “¿Pero a qué estás esperando, hombre, que no arrancas a fermentar?”. O cuando la uva devora mucho azúcar: “¡Aflojen! ¿A dónde quieren llegar?”. Son frutos. Pero les habla como si fueran niños pequeños.
Entre julio y agosto tiene que estar atento a los tanques como un médico a su 'busca' porque la más mínima modificación en la temperatura disminuiría el aroma del vino. De noviembre a febrero, la labor se relaja un poco: es tiempo de trasiego, embotellado y marketing. “Pensé primero en mí como bebedor y tuve muy claro desde el principio que quería hacer un vino que ante todo fuera un alimento y no una bebida alcohólica. Eliminando química y usando mucha física”, cuenta el enólogo.
También cayó ante el influjo de La Geria. “Me enamoré de un paisaje que no quiero que muera. Y si el vino tiene valor, lo tendrá el paisaje”. Es optimista con el futuro del sector primario, porque dice que nunca antes se habían puesto de acuerdo restauradores, bodegas e instituciones en hacer un trabajo conjunto. Y pide decisiones rigurosas y con amplitud de miras, en pro del sector primario y no del electoralismo. Si todo va bien, dentro de 50 años, La Geria será el verdadero Jardín de las Hespérides que con permiso del geógrafo Estrabón, estaría más al Sur de la Península Ibérica de lo calculado.
Si se le pregunta por su experiencia más grata y más complicada con Stratvs, no duda: las tres de la madrugada del 4 de mayo de 2008. Cuando se marcharon satisfechos los últimos invitados que habían asistido a la inauguración de la bodega, y con ellos las sombras de la crítica que se habían cernido sobre el proyecto los días previos a su arranque.
Le preguntamos si existe comunicación y buena avenencia entre los enólogos que trabajan en Lanzarote, y asoma un rictus complejo: “Estamos empezando hablar y a reunirnos. Hace falta transmitir conocimientos para no partir de cero. Pero aún nos queda mucho para ser como en Italia, que se van de crucero juntos todos los años”.