Luz Marina Rodríguez pide justicia por el asesinato de su hermana Guaciamara Rodríguez
Pide justicia por el crimen de ésta, a manos presuntamente, de su ex-pareja, hace un año y medio, en presencia de los dos hijos y de la madre de la víctima.
Con motivo del inminente juicio al presunto asesino de Guaciamara Rodríguez, su hermana, Luz Marina Rodríguez, pide justicia por el crimen de ésta, a manos presuntamente, de su ex-pareja, hace un año y medio, en presencia de los dos hijos y de la madre de la víctima.
El juicio que está casi a punto de celebrarse con tribunal popular, y que comenzará la semana que viene en distintas jornadas en Sede Judicial de Santa Cruz de Tenerife, Luz Marina insiste en pedir justicia por el crimen de su hermana, solicitando la máxima condena prevista en el código penal para estos casos.
Recordando el suceso:
La expareja de Guacimara Rodríguez contó al barrendero nada más salir del edificio de Los Gladiolos que la había asesinado
Poco después de las siete y media de la mañana de aquel fátidico día y tal y como recogía la prensa, un barrendero, residente en Los Gladiolos, vio a José Miguel Mendoza, un vecino al que conocía de toda la vida. Salía del bloque 13 de la calle Alcalde Mandillo Tejera, donde vivía su expareja, Guacimara Rodríguez. Iba con total normalidad y, sin ponerse nervioso, hizo una confesión espontánea: "Me la acabo de cargar", dijo sin más. A continuación enfiló hacia la Comisaría de la Policía Nacional de Ramón Pérez de Ayala y se entregó.
Los vecinos se preguntaban entre lágrimas cómo el presunto asesino había podido entrar al edificio y se echaban la culpa unos a otros de la facilidad con la que habitualmente entraba cualquiera a su bloque con solo tocar el portero eléctrico.
Una vez dentro, José Miguel, de 42 años, subió hasta la planta 11 y esperó sentado en la escalera. A las siete y media de la mañana, Guacimara Rodríguez abrió la puerta del 11º A, donde vivía con su madre y una de sus hermanas. Iba a llevar a sus hijos de cinco y siete años al colegio García Escámez, como hacía cada día antes de incorporarse a su puesto como trabajadora social en la Unidad Psiquiátrica del Servicio Canario de Salud (SCS), que funciona junto al Hospital Febles Campos.
José y Guacimara se habían separado hacía dos años. Presuntamente, al verla se abalanzó sobre ella y la apuñaló hasta matarla delante de los niños. La madre de Guacimara –Caty, como la conocen sus vecinos–, intentó evitarlo pero recibió una fuerte patada en el estómago que la dejó malherida. Al oír los gritos, Jesús, uno de los cuatro vecinos de la misma planta, salió a socorrerla e intentó mantenerla con vida mientras llegaban los servicios de emergencia a los que había alertado. "Suso estaba en estado de shock. La Policía le tuvo que decir que dejara de intentar reanimarla, que ya estaba muerta", apuntaba una de las vecinas que permanecían en la planta baja después de que agentes de la Policía Local y Nacional bloquearan la entrada al edificio hasta analizar el escenario del crimen y tener autorización de la jueza que estaba en el lugar para levantar el cadáver.
La historia de amor entre Guacimara y José empezó hace 20 años, cuando ella tenía 15 y él, 22.
Guacimara vivía con sus padres, sus tres hermanas y su hermano en el mismo piso donde ayer fue asesinada. José fue su primer novio. Se conocieron porque él vivía en el bloque 10 de la misma urbanización con sus seis hermanos y sus padres. Poco tiempo después de iniciar su relación, el padre de él se suicidó haciendo que su coche cayera por un acantilado en la playa de Las Gaviotas. La pareja había tenido dos hijos y convivieron en un piso que habían comprado en Tíncer. Él trabajaba como albañil en la construcción, pero con la crisis del ladrillo se había quedado sin empleo.
Dos años atrás, la pareja acordó separarse. Raquel, amiga íntima de Mendoza, aseguraba ayer que tras la ruptura él sufrió un brote psicótico y fue diagnosticado de trastorno bipolar de la personalidad. Lo ingresaron en la Unidad de Psiquiatría del SCS, donde trabajaba Guacimara como asistente social. "Ella lo ayudó mucho y se encargó de que estuviera muy bien atendido", recalcó la amiga del supuesto agresor, que se mostraba ayer tan sorprendida como el resto de los vecinos por lo sucedido.
Los habitantes de los bloques, que conocían a la joven asesinada y a su expareja desde pequeños, los describían ayer de forma antagónica. Ella era recordada por algunos de sus compañeros de trabajo y vecinos como una madre volcada al cuidado de sus hijos, inseparable de su hermana menor, optimista y simpática, de gran atractivo físico y muy cuidadosa de su aspecto. En su entorno más cercano se alegraban de que comenzara a rehacer su vida después de la difícil convivencia con su expareja y que se apuntara a clases de baile, una de sus grandes aficiones, y que se hubiera animado a salir en los últimos Carnavales.
Él, en cambio, era descrito como una persona esquiva, que apenas cruzaba el saludo con sus vecinos. Después de la separación se había quedado con el piso que habían comprado en Tíncer, pero al sufrir su madre un ictus que la dejó postrada volvió a su casa en Los Gladiolos hace un año. Raquel, que solía compartir las tardes con él en la plaza del barrio, afirmaba que veía a sus hijos a diario. "Los traía con las bicicletas y mientras ellos jugaban, nosotros charlábamos"
En esas tertulias, Mendoza le contó que estaba haciendo un curso de agricultura en el paro y que ya hacía tiempo que no recibía ninguna ayuda. Al salir del Psiquiátrico había conseguido trabajo en una lavandería por un convenio, pero fue algo temporal y, al margen de algún cáncamo esporádico, no hacía nada. Sus hermanos habían contratado a una chica para que cuidara de su madre y su única ocupación diaria era pasar las tardes en la plaza con sus hijos. "Se quejaba mucho de que estaban muy malcriados y a ella la llamaba la bruja. Decía que prefería no verla porque cada vez que se encontraban, discutían. Pero era un chico muy bueno, que ayudaba a todo el que podía. A mí me ayudó en la mudanza", señaló Raquel.
No obstante, reconoció que "era un poco raro" y que "parecía estar siempre despistado, como en su mundo, y a veces no se le entendía lo que decía". Según el relato de su amiga, Mendoza solía mezclar la medicación que le había prescrito su psiquiatra con alcohol y drogas. "Antes se cogía muchas marchas y se metía de todo, pero ahora estaba más tranquilo", explicó la joven. Lo que le llamaba la atención de él últimamente era una cierta tristeza que lo apagaba. "Estaba deprimido y se pasaba el día en la plaza. No tenía pareja y ella tampoco. No creo que lo hiciera por celos, porque nunca me comentó nada de eso. Nunca la vio con nadie. Ella era muy seria y cuando no estaba trabajando, la veíamos siempre con su hermana yendo para todos lados", destacó la joven.
Los chismes
El presunto agresor también le había comentado a su amiga que estaba incómodo por volver a un barrio que no le gustaba. "Decía que estaba cansado de las broncas y los chismes de Los Gladiolos", puntualizó Raquel rodeada de vecinos que se agolpaban junto al portal del fatídico bloque 13 mientras el furgón de la funeraria esperaba aparcado en la puerta.
La llegada de decenas de efectivos policiales durante la mañana y la noticia que comenzaba a sonar en las radios convulsionó a este barrio capitalino, castigado por el desempleo y en el que abundan los pensionistas, muchos residentes en los edificios desde su construcción, hace 35 años. En la panadería, en los portales, en el supermercado de enfrente y en cada rincón se repetía con incredulidad lo que había sucedido en la planta 11 con la joven morena, alta y guapa a la que todos conocían.
Para los habitantes de esa planta, la mañana parecía no tener fin. Pasado el mediodía seguían con el pijama puesto y la cara bañada en lágrimas junto al ascensor intentando consolar a los familiares que iban llegando al enterarse de que, Guacimara Rodríguez se había convertido en la primera víctima de ese año de violencia de género en Canarias.