Asesinatos de tercer tipo

Aquella espectral luz de neón, color papel de cuaderno, muy poco a poco  se debilitaba,  iba extinguiéndose como una llama, la oscuridad azul verdosa que produce el final de la madrugada y el comienzo de un nuevo día...

Todos dormían cobijados dentro de sus cómodos hogares, cuando el sol comenzaba a salir a un cuarto para las cinco de la mañana, de aquel no tan común y cotidiano helado domingo del mes noviembre, cuando de un momento a otro, la tranquilidad que nadie presenciaba se vio quebrada por una potente y terrorífica luz color blanco pálido al igual que la leches de las vacas que iluminó a lo largo y ancho toda la calle de la Avenida Buena Vista en Petare, Caracas.

Ni una sola alma sobria y cuerda andaba a esas horas por aquellas peligrosas y mugrientas calles, los animales descansaban al igual que sus amos, las ratas se habían asustadas con aquella espectral luz y huyeron del barco tan rápido como pidieron,  todo hacía parecer que nadie que respirara anduviera por ahí a esas horas , pero  por  cosas del destino cruel en ese preciso e inoportuno momento transitaba  en las inmediaciones de ese lugar un viejo eternamente pasando de copas,  vestido con un traje arrugado por el paso del tiempo, que al  ver semejante claridad  dejo caer por error la botella de vino, a la cual se aferraba con muchas ganas.

-Pero sí hace un rato era todo oscuro, balbució mientras miraba al suelo para ver como se esparcían sus últimos mil bolívares y buscaba un cigarro a medio comenzar o a medio terminar en uno de sus amallados y sucios bolsillos.

El brebaje color morado intenso acompañado con fuerte y fétido olor a uvas del campo, mezclado con alcohol y nueces se dio a la fuga por el piso, al tiempo mismo que la sangre del ebrio salía disparada sin su permiso de su desgastado y mugriento cuerpo.  –Nooo- fue lo único que alcanzo a decir para romper aquel silencio de últratumba, el hombre gritó una segunda vez con menos pero aquel aullido fue más desgarrador, había en él mucho dolor, mucho miedo. Sus ojos amarillentos iban perdiendo aquella luz rancia mientras observaba la figura de su asesino.

Logró escuchar la voz de su victimario. Era una voz metálica y fingida, aquellos seres se esforzaban para pronunciar el castellano, articulaban palabra por palabra, como si fueran unos niños pequeños o unos enfermos mentales. Alcanzó a entender que alguien decía

-Mientras esté caliente mejor-

El asesino introdujo aún más la hoja del arma milenaria en el cuerpo de aquel desdichado viejo. Como si fuera un recorte el viejo  que yacía suspendido el aire  fue a dar a lado de su víctima.

De un momento a otro todo volvió el silencio, hubo una débil y  fingida paz momentánea,  era como si nada hubiera sucedido, solo aquella extraña  luz blanca  proveniente de un extraño objeto el cual no se alcanzaba a ver del todo bien, era algo circular, más no del todo,  recordaba a los no presente  que acaba de morir en muy confusas circunstancia un viejo borracho, el cual seguramente nadie recordaría en poco tiempo.

Aquella espectral luz de neón color papel de cuaderno muy poco a poco  se debilitaba,  iba extinguiéndose como una llama, la oscuridad azul verdosa que produce el final de la madrugada y el comienzo de un nuevo día  comenzaba a ganar terreno en las calles de aquel barrio. Como si de un murmuro se tratase se escuchaban aun pequeñas trazos de voces que se daban ordenes las unas a las otras en un idioma inentendible al oído humano.

En la esquina de una casa de ladrillos color naranja o rojo, se proyectaron las sombras de varios hombres de extrañas proporciones y confusas dimensiones. Eran muy altas; más del tamaño promedio de un hombre, otras muy pequeñas; como de niños de 10 años o diminutas como de bebés recién nacidos y también muy delgadas casi finas como palillos para limpiar la carne que queda dentro de los dientes luego de comer, aunque había una figura muy, muy obesa, casi ovalada, semejante a un platillo de batería o tal vez a un platillo volador. Aquellas espectrales y desconocidas figuras tenían según su reflejo mostraba en la pared cabezas puntiagudas al igual que los hisopos, además estaban acompañadas de múltiples extremidades cual pulpo de mar, las sombras proyectaban algo similar a una quimera que en vez de tener varias cabezas, tenía varios brazos, múltiples piernas, múltiples dedos, hasta es posible que múltiples rostros.

Aquella voz que ordenaba más que la demás se fue disminuyendo rápidamente. Al parecer habían cumplido su misión, ya no había más nada que hacer.  La calle Buena Vista volvía a su habitual tranquilidad.

Los minutos parecían horas. El tiempo se había detenido en ese lugar, era increíble que aún ningún vecino se hubiera despertando, ni el olor a café penetraba la estancia que aún se mantenía algo alumbrada por la cada vez más débil luz blanca.

-Es tiempo de irnos- Se escuchó desde lo más adentro de la luz. Ahí había algo. Ahí estaban ellos. ¿Pero qué era? ¿Quiénes eran?

A unos metros más allá, tal vez solo a unos pasos de distancia, estaba un automóvil donde yacía una persona no mayor de 40 años que vestía un uniforme policial totalmente negro. Aquel sujeto de cabellos blancos por la edad se aferraba fuertemente al volante de cuero de su unidad. Le temblaban los ojos y las cejas. Se encontraba sumergido en un rotundo silencio irrompible, mientras era testigo de lo sucedido, mientras observaba todo.

Este hombre impactado y trastornado por las escenas que acababa de presenciar  se llevó  lentamente el brazo izquierdo, al sito para tomar  evitando sonidos que lo delataran, su arma de reglamento, un glock 9mm, con la pistola en mano saco el peine para verificar que cada proyectil estuviera en su lugar. Verifico que el seguro estuviera pues, lo retiró apuntó a su destino más próximo… Se apuntó a su 100. Jalo el gatillo en repetidas oportunidades, hasta cerciorarse de que se había arrebatado la vida en un ataque de profundo pánico o para despertar, porque creía estar en lo más profundo de sus sueños.

Aquellas repentinas y repetidas detonaciones hicieron que silencio se quebrará al igual que se quiebra un espejo en mil pedazos al chocar contra el suelos. Hubo desde el centro de la tenue luz blanca movimientos precipitados, nerviosamente los ojos de aquellas figuras se movieron. Aquellos segundos fueron tan lentos como los pasos de una tortuga y tan desesperante como aquel hombre que se ahoga en lo más profundo del océano atlántico.

Aquellas criaturas no originarias de la tierra o nativas del centro de ella comenzaron una minuciosa búsqueda con sus pequeños ojos amarillo verdoso en forma de gato. Sus cabezas iban de un lado al otro, como si estuvieran sincronizados.

-Aquí no hay nada

-Miraad— ¡NO! Al otro, otro,otro,otro lado-

En cuestión de segundos sintieron el calor y el olor que emanaba del cuerpo del policía muerto. Miraron la unidad y se lanzaron a por ella. Sus cuerpos se convirtieron en una masa amorfa sin color específico.

Mientras conversaban en diversos idiomas llegaron a la Unidad Ford blanca con negro, se posicionaron por encima de esta y la absorbieron al igual que una serpiente absorbe con su gran boca a su presa.

De un momento a otro estuvieron otra vez en el centro de la luz blanca. Paso un segundo y la luz desapareció. Todo volvió a ser oscuridad.

Todos dormían cobijados dentro de sus cómodos hogares, cuando el sol terminaba de  salir a las cinco y cuarto de la mañana de aquel frío domingo. Nadie sospechaba ni lo más minino lo que acababa de suceder.