La Asociación Mundo del Silencio celebra el 20 Aniversario de la gesta de David Meca
El día elegido para la proeza que entró en el Libro Guinnees fue el 1 de septiembre del año 2001. En el hotel de San Sebastián donde se alojaban, a las seis de la mañana se rompió la paz del silencio nocturno por el bullicio de numerosos periodistas, fotógrafos, cámaras de televisión, patrones, marineros y miembros de la Asociación Mundo del Silencio. Desayunaban mientras discutían aún los marineros del rumbo idóneo o la previsión del mar a la vez que otros preparaban sus cámaras e instrumentos para inmortalizar la gesta. Se palpaba en el ambiente la incertidumbre y el nerviosismo, iban a ser testigos de lo que pretendía ser una aventura en la mar única en el mundo. Un hombre, el nadador David Meca, plusmarquista mundial y protagonista de la prueba, bajaba de su habitación a las 7,00 horas. No iba tranquilo, sabía de la dificultad de lo que le esperaba, pero ya no había marcha atrás. Se acercó al comedor del hotel y engullo, literalmente, una enorme cantidad de plátanos y yogures. Necesitaba una importante reserva de calorías para soportar las nueve o diez horas que debía pasar nadando en alta mar. Los periodistas, junto a los marineros y patrones se dirigieron al muelle de San Sebastián para embarcar en los navíos que acompañarían al nadador a lo largo de los 44 kilómetros de distancia entre San Sebastián de La Gomera y la Playa de Las Vistas en los Cristianos. Mientras se arrancaban en el muelle los motores de los barcos, David Meca y sus ayudantes se dirigían a la Playa de La Cueva, justo detrás del muelle de la “Villa” que fue el punto elegido para zambullirse. Empezaba a amanecer y el día era gris, las nubes barruntaban lluvia y con ello llegaba la primera dificultad, la temperatura del agua podía estar por debajo de las previsiones. Se enfundó el fino traje de neopreno y se ajustó las gafas, se acercaba el momento y oía claramente los rumores de los más viejos del lugar que auguraban el fracaso del nadador: “Es imposible llegar a nado a Tenerife”, “No saben lo que hacen, nunca ha podido nadie nadar tanta distancia”, “No pasará La Traviesa” (un canal con grandes corrientes, fuertes vientos y de ola dura y corta de período, que precisan ser surfeadas por los barcos y que pueden meterte un susto al reducir drásticamente la velocidad y cogerte virado la segunda ola por popa en una orzada indeseada), eran los comentarios generales.
A las ocho y veinte de la mañana las embarcaciones se hallaban situadas frente a la playa y David se abrazaba a uno de los miembros de la Asociación al que le prometía volver a abrazarlo en la Playa de Las Vistas diez horas más tarde. Se acerco a la orilla y se zambullo en el mar entre el sonido de los aplausos de las más de quinientas personas que querían ser testigos de la proeza. A unos cien metros le esperaba la lancha neumática que navegaría a su lado todo el tiempo con el objetivo de ir proporcionándole bebidas energéticas y, sobre todo, por si le ocurría algún imprevisto. En la misma, solo dos personas, su padre y Sergio Hanquet, el fotógrafo oficial de la travesía y miembro de la Asociación Mundo del Silencio. Mientras, en la Playa de Las Vistas se iniciaba la preparación del escenario para celebrar el incierto acontecimiento manteniendo el contacto continuo con los barcos por si había que desmontarlo todo si David abandonaba. El Güisa, el barco donde habían embarcado las autoridades abandonaba la formación para el desembarco de las mismas en el muelle de San Sebastián y a su regreso al punto de encuentro no divisa el mástil del velero guía capitaneado por Antonio Redal. Resultaba increíble que en solo una hora hubiera atravesado el nadador la “traviesa” y estuvieran ya en mar abierto, pero así era.
A las nueve de la mañana, Fernando, uno de los miembros de la Asociación embarcaba en el ferry de Fred Olsen para llegar a las diez a Tenerife y coordinar el recibimiento del nadador. Viajo en el puente de mando junto al capitán de la embarcación y entonces llegó el primer disgusto. Pasados quince minutos de zarpar, todos, prismáticos en mano, oteaban el mar buscando al nadador, pero no se le avistaba, debía estar detrás del buque y se llegó a la conclusión de que algo había sucedido. Era prácticamente imposible que estuviera por delante del navío, pero cuando ya se daba la proeza por perdida alguien lanzó un grito en el puente: “lo veo, va por delante”. Nadie podía creerlo, había pasado la “traviesa” y nadaba rumbo a Tenerife. Desde uno de los barcos llego la primera comunicación con tierra y el mensaje era de júbilo: “Nada con un brío y un ímpetu increíble, todo va bien”. En el mar David llevaba un ritmo y una velocidad muy superior a la prevista, sus brazadas se mantenían fuertes y enérgicas, había logrado alejarse de la Gomera más de 20 kilómetros y eran solo las 11,30 de la mañana. ¡Increíble!, nadaba a una velocidad de casi cinco kilómetros por hora, lo mismo que una persona trotando en tierra.
El sistema de aprovisionamiento de bebida funcionaba perfectamente. David mordía el vaso que se le acercaba mediante una pértiga, bebía su contenido mediante un brusco movimiento de cabeza y soltaba el vaso para que fuera recogido desde la neumática. A las doce y treinta el médico de la Asociación Mundo del Silencio, el doctor Niño, subió a la lancha para hablar con David y preguntarle cómo se encontraba a la vez que le hacía una prueba de azúcar en sangre. Resultado perfecto, el plusmarquista mundial nadaba pleno de fuerzas y mentalmente convencido de alcanzar la gesta. En los barcos se presentaba otro problema ajeno al nadador, muchos de los periodistas llevaban horas sufriendo los vaivenes de los barcos al navegar a baja velocidad, terriblemente sacudidos por las olas y empezaban los mareos y el malestar físico de muchos de ellos. Algunos tuvieron que acostarse sobre las cubiertas y en sus semblantes aparecían los síntomas de fatiga. El médico tenía más trabajo en los barcos que en el mar.
Y entonces aparecieron los calderones y se unieron a David como presagio del éxito. Nadaron varias millas acompañándolo mientras en las embarcaciones surgía el temor de que pudieran acercarse demasiado al nadador y éste entrara en pánico, pero no fue así, primero los calderones y luego los delfines se portaron de maravilla y la incertidumbre dio paso a obtener las más bellas imágenes de la unión entre el hombre y esos hermosos animales. Por el momento todo iba perfectamente, quizás el reflujo pudiera obligar algún cambio de rumbo, pero se mantuvo realizándose un arco en la navegación para aprovechar las mareas tal y como se había previsto.
La sorpresa llegó sobre las dos de la tarde. David Meca está en la perpendicular de los Acantilados de Los Gigantes y eso sí que no estaba previsto, se estaba adelantado tres horas a la hora de llegada y en tierra el ritmo de preparación de la infraestructura prevista no acabaría hasta las 16,00 horas pues se había calculado que llegaría a la Playa de Las Vistas a las 18,00 y tal como venía llegaría a las 15,00 horas. La autopista del Sur estaba colapsada de coches que venían de todos los puntos de Tenerife y no iban a llegar a tiempo de verlo llegar. Había que tomar una decisión y se consultó a David. Debía bajar el ritmo lo suficiente para llegar a la playa, como mínimo, a las 16,00 horas o variar el rumbo para aumentar la distancia hasta la playa, o sea, perder dos de las tres horas que había ganado en la travesía. David aceptó un nuevo reto, abandonar el ritmo que llevaba y nadar más despacio. Silencio absoluto en los barcos. El patrón del Güisa, Juan Francisco Reverón avisa a tierra que, aunque David lo acepte, él no, que debe estar agotado y es un peligro mantenerlo en el agua. Santos y Jóse Rodríguez que viajan en otro barco están de acuerdo con Juan Francisco y enfilan los barcos a la Playa de Las Vistas donde a las 16,00 horas ya esperan más de 10.000 personas y otras tantas en camino.
Desde la Playa de Las Vistas en el horizonte aparecen los barcos, excelente señal de que todo va bien. La cuestión ahora es evitar que el público se meta en el mar y dentro de la euforia toque al nadador y se provoque un accidente. No había razón para preocuparse, David enfilo hacia la orilla con más fuerza aún, dibujando su relieve sobre el mar y la vasta superficie de las olas. Nadie se atrevió a acercarse.
Salió del mar tambaleándose por el increíble esfuerzo, pero aún tuvo fuerzas para llegar hasta el escenario y levantar las manos en señal de victoria. Acababa de unir por primera vez La Gomera y Tenerife a nado. Aquella noche, durante la cena de celebración, alguien le pregunto a David ¿Y si hiciéramos la travesía de Tenerife a Gran Canaria? Hubo un silencio como en el mismo Océano. Pero eso ya es otra historia...
Ahora, para la Asociación Mundo del Silencio surgen nuevos retos en defensa, como siempre, del medio ambiente y la fauna marina. Ya se trabaja en la Reserva Marina de Pal-mar, entre otros proyectos, con el objetivo fundamental de comunicar la importancia de ver, sentir y querer nuestros mares que son un atractivo turístico más de nuestras maravillosas islas.