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lunes, 16 de diciembre de 2024 09:31h.

El antiguo intercambio de productos entre los diferentes pueblos de La Gomera

La mujer gomera en este caso tenía un gran protagonismo como las mujeres de Chipude, como ya veremos, que se dirigían al norte y a otros puntos de la Isla cargadas sobre su cabeza de diferentes utensilios de cerámica.

En la actualidad se está llevando a cabo la recuperación y acondicionamientos de los viejos caminos reales que comunicaban antiguamente los diferentes caseríos y pueblos de la isla de La Gomera. Esos senderos hasta hace varias décadas fueron testigos del trasiego incesante de caminantes que iban de pueblo en pueblo para vender sus productos y comprar allá donde iban otros para alimentar a sus familias. Hoy se camina por esos senderos por placer, hasta hace poco se caminaba por necesidad.

La isla estaba cruzada como una tela de araña por infinidad de caminos antes de la construcción de las principales carreteras, allá por la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX. Hasta esa fecha, podemos afirmar que La Gomera era una isla autosuficiente en cuanto a los productos de primerísima necesidad se refería; podemos decir que existía "una economía intrainsular" entre los diferentes municipios que ayudaba a la autosuficiencia entre la gente más humilde de la isla.

Esto requería el desplazamiento de un día o de varios para vender y comprar los productos vitales para la subsistencia. La necesidad, y el hambre, también hay que decirlo sobre todo tras la Guerra Civil, obligaba a desplazarse a otros pueblos para alimentarse porque poco o nada llegaba desde el exterior, y lo que arribaba por mar a la Isla en gran parte sólo era accesible para las familias más pudientes. Las largas caminatas por los senderos isleños no era algo exclusivo del hombre isleño, al contrario, la mujer gomera en este caso tenía un gran protagonismo como las mujeres de Chipude, como ya veremos, que se dirigían al norte y a otros puntos de la Isla cargadas sobre su cabeza de diferentes utensilios de cerámica.

Los productos no sólamente se pagaban con dinero -porque entre otras cosas a veces no lo había-, siendo habitual el intercambio de productos, lo que comúnmente se conoce como trueque.

El monte gomero, lo que luego se convertiría en el Parque Nacional de Garajonay, era un lugar muy concurrido pues era el punto de obligado paso entre los compradores y vendedores de los distintos pueblos gomeros. Con el tiempo, este ir y venir de personas durante gran parte del día hizo que las antiguas leyendas gomeras tomarán gran popularidad, como por ejemplo la vieja leyenda de la Laguna Grande o la del "Muerto Mató Al Vivo" por citar las más conocidas porque el gomero pasaba gran parte de la jornada en el monte. Como resto de este comercio tenemos los muchos topónimos que podemos encontrar en el monte gomero como por ejemplo "El Contadero", donde se reunían la gente para contar las ganancias del día, o "La Piedra Chipuana", en El Cedro, donde las mujeres de Chipude antes de dirigirse a su pueblo descansaban en esa piedra. Muchos caminos del monte desaparecieron por la construcción de las carreteras y por la creación del Parque Nacional.

Como ejemplo de este comercio podemos ver que muchas mujeres de Chipude y de El Cercado iban cargadas de lozas de cerámica para vender a Hermigua a través de El Cedro, en cambio, muchas familias humildes de Hermigua se debían trasladar a Santiago a través de Benchijigua para comprar pescado fresco o intercambiarlo por papas, la gente de Alojera se debía trasladar caminando a Vallehermoso a través de El Lomo De Los Cochinos para comprar lo que en su pueblo faltaba, la gente de Sobre Agulo debía atravesar La Laguna Grande para ir a La Rajita a comprar o a intercambiar sus productos por pescado, los de Hermigua debían subir por la cumbre de La Carbonera y bajar por Aguajilva para ir a La Villa a vender papas o comprar cosas que en su pueblo faltaba.

En definitiva, había un intercambio económico destacable como consecuencia de la extrema necesidad y penuria de la mayoría de la población gomera padeció, viéndose obligada a pasar largas jornadas caminando para llegar a otros pueblos y así buscar comida y sustento para sus familias.

Pero dejemos que los protagonistas de esos tiempos hablen. Presentamos en esta ocasión el relato de Rufina González, una conocida alfarera del barrio de El Cercado (Vallehermoso) que nos relata cómo era aquella época en la que debía trasladarse a Hermigua para vender sus utensilios de cerámica:

"Antes íbamos por todos los pueblos. Una hermana mía, que es mayor que yo, anduvo toda La Gomera con mi madre. También yo, pero más tarde. A San Sebastián yo no fui, iban mis hermanas. Fui mucho a Hermigua, a Valle Gran Rey, a Alojera. Porque los tiempos en que hacían tallas para el agua, tarros para ordeñar las cabras, tapacetes para hacer aguardiente, braseros para calentar la habitación donde se vivía, ollas para guisar la leche y el suero, lebrillos para amasar el gofio, la venta se hacía directamente de puerta en puerta, de pueblo en pueblo.

Cuando iban a vender la cerámica se estaban dos día porque iban por la mañana y se estaban todo el día caminando y descansando, con cuidadito con la cerámica por ahí para allá, descalzas. Llegaban por la tarde, vendían en la tarde y en el otro día. Dormían allí, en el suelito nos dejaban quedar en las casas con una mantita. No había pensiones ni nada con qué pagar. En San Sebastián no me acuerdo si había pensiones, si había era para la gente rica.

El medio de transporte eran las propias piernas y las piezas se colocaban, en un delicado equilibrio, sobre la cabeza, además de envueltas en paños y alforjas.

Yo fui una vez con una mujer y mi madre a Hermigua. La mujer era de la edad de mi madre. En las pasadas de Hermigua se cayó aquella mujer porque no podía pasar los barrancos por los que el agua corría de modo permanente y movía muchos molinos de gofio. Yo tenía 15 años y esta historia ocurrió en 1954. Iba esa mujer muy cargada con alforjas, con un tostador aquí y otro atrás, que eran grandes, y las de la cabeza.

Al llegar a uno de los cauces había unas piedras así como echadas y el agua pasaba entre medias. Mi madre y yo pasamos por las piedritas, que sólo llevábamos lo de la cabeza y mi madre un paño en el brazo con los tiestos de café. Entonces le dice a mi madre a aquella otra mujer: ‘Ay, yo no puedo pasar el barranco, me tengo que meter al agua’, porque iba muy cargada. Se metió al barranco, el pie le bailó en una piedra que estaba toda limosa del agua, se cayó en medio del barranco y rompió todo lo que llevaba.

La pobre mujer se quedó, dice, “llorando y tormenteando”, aunque continuó el camino hasta Hermigua con nosotras. Mi madre le dio un pizquito de café para que lo vendiera y a la mujer en las casas le daban gofio, judías, papas y eso trajo, que les contó cómo había 'rompido' todo. La venta de la loza se hacía a cambio de dinero, pero también se practicaba el trueque y a veces volvían igual de cargadas, pero con sacos de papas y otros alimentos en la cabeza. Me acuerdo que entonces los tostadores se vendían a diez pesetas; las tallas grandes a doce pesetas. Y cambiadas por papas no me acuerdo los kilos que eran. Se cambiaban tres o cuatro almudes de papas por una talla”.