A Manuel Escuela Herrera, Gran Poeta gomero

Los que un día tuvimos que emigrar hacia otros  lejanos Continentes, en busca de un mejor porvenir, sabemos todo lo que amargamente representaba el tener que habernos separado de la querida familia, así como de la nativa Madre Patria.

Los que un día tuvimos que emigrar hacia otros  lejanos Continentes, en busca de un mejor porvenir, sabemos todo lo que amargamente representaba el tener que habernos separado de la querida familia, así como de la nativa Madre Patria.
 
Cuando, en distantes tierras, vislumbramos en cualquier sitio o lugar una acreditada bandera española, o inconfundible canaria, los propios  estremecimientos patrimoniales, afloran de una tan susceptible manera humana que, sin ni siquiera haberlo pretendido, de inmediato, se convierten en toda una silenciosa cascada de irrefrenables lágrimas.
 
Y, si, hasta nuestros atentos oídos llegan las melódicas notas de un alegre pasodoble, excitante  isa o sentimental malagueña, entonces, en tales emotivos instantes, por el cuerpo nos sacude una desconocida corriente consoladora que, potentemente, nos arrebata y enajena.
 
Y, ¿qué expresar, si, a la vuelta de la esquina, concurrido rincón, directa carretera, poblada villa o desierto camino, obtenemos la gran suerte y fortuna de encontrarnos con algún deseado paisano, leal compatriota, bienquisto pariente o notorio conocido?
 
¡No hay suficientes vocablos, ni detalladas frases, para sintetizar como concierne y es debido, lo que por toda el alma entera desfila, transita y garrafalmente, se siente!
 
Durante mi dilatada  estancia en Venezuela, entre muchos, sí que tuve la halagüeña heredad de haberme colisionado con un excelente colega, íntegro caballero, erudito protagonista gomero, digno de ser por todos ustedes aquí, a voces, obviamente requerido y  justamente presentado.
 
Se trata del ya interfecto compañero, Manuel Escuela Herrera, con el cual pude congeniar de una manera fraterna, subjetiva, complaciente e íntima, máxime, habiendo él contraído felices nupcias con mi considerada coterránea, Purita Quintero, habiéndoles concedido el cielo, la inmaculada gloria de unos buenos filiales retoños, altamente dotados de absorbente elegancia y  generosa hermosura.
 
Durante sus estudios magisteriales, en La laguna, pudo también mi señora esposa saber de buena tinta, sus innatas buenas cualidades personales;  a ciencia cierta tratarle y catalogarle como a todo un agraciado señor, íntegramente entrañable, habiendo sido para ella, la mar de comedido y servicial.
 
Facilitó sus técnicos servicios, con un  excelente cargo, en la Compañía Petrolera de La SHELL, en la venezolana localidad de Punta Cardón y, algunas fueron las veces que, enrolados en Los Cursillos de Cristiandad,
introducidos en el país por el carismático P. Cesáreo Gil Atrio, coincidimos en los religiosos actos que por aquella y otras localidades, se llevaran a efecto, con motivo de piadosamente celebrar cada viernes de Cuaresma unos multitudinarios Vía-Cruces, en los cuales, tomáramos parte activa, platicando verbalmente sobre algunas determinadas Estaciones.


 
Ello, ocasionó la dinámica unión de unos animosos lazos, altamente apegados, perennes y, a cada instante, renovados.
 

Persona, vivamente culta, poseyendo una inspiración poética de altos vuelos literarios, sin haber nunca divulgado una original obra suya impresa, asiduamente, colaboraba en las tan leídas páginas del muy divulgado Diario  “EL DÍA”, en el que dejaba unos preciosos Poemas, la mayoría de ellos, dignos de haber figurado con sobradas virtudes, en cualquier Antología Castellana del  rimado Verso.
 
Como buena muestra de ello, despidiéndonos ya, aquí les dejo una palpable muestra de infinito amor por la venerada Gomera, centralizando el mismo, en su muy adherida Virgen de Las Mercedes:
 
                            

                             Desde lejos hoy acuden de visita
                             los que un día se marcharon sin quererlo,
                             los que al irse, habían dejado de recuerdo,
                             a las plantas de su Madre más bendita,
                             la promesa de acudir a cada Cita
                             a curar su corazón que estaba enfermo,
                             por la ausencia del cariño y amor materno
                             de la Madre cariñosa y más bonita.
 
                             Madre Santa, de mi Agulo, su Patrona,
                             de entre todas la más bella y exquisita,
                             desde hoy serás siempre “Mercedita”,
                             por cariño y porque Tú eres mi Matrona.
                             ¡Si te ofendo, me disculpas, me perdonas,
                             porque es mi corazón quien me lo dicta!
 
                           
                            Has logrado el “reencuentro”, Madre mía,
                            de tus hijos, esparcidos por el Mundo
                            y, hoy, se funden en abrazos muy profundos,
                            como hermanos rebosantes de alegría.
                            ¡Has propicio repitamos en tu Día
                            este acto tan hermoso y tan rotundo!
 
                            Ya regresan, unos cerca, otros lejos
                            y han dejado como Ofrenda y Oración,
                            una noble muy humana petición:
                            por los suyos, por su pueblo y su progreso.
 
                            Te han dejado un adiós en un gran beso
                            y, otra vez, a tus pies, su corazón.
                            ¡Dales, Madre, tu valiosa protección,
                            hasta el día tan ansiado del “regreso”!
 

¡Aquí hemos depositado un ferviente testimonio del recto aprecio, sincero apego y considerada valoración que, Manuel Escuela Herrera, supo suscitar por doquiera que  durante su laboriosa vida transitó y, a nosotros, solo nos queda el procurar  mantener viva su presencia, sus seductores dotes y su fecunda herencia intelectual!