Bajo el crepúsculo de un duraznero
Mi inolvidable y difunto abuelo, RAMÓN MÉNDEZ, fue una de las señeras figuras más populares de su tiempo, en el vernáculo deporte de la lucha canaria, a la que supo darle una reconocida fama de glorioso prestigio, mucho más allá de los arcaicos y remotos mares.
A los pies de un frondoso y cargado duraznero, en pleno mes de mayo, se quedó dormido para siempre, esbozando en sus ancianos labios la campechana sonrisa de un cándido e inocente chiquillo.
Muchos son los que le conocieron y, algunos, los que aún recordarán con sentida nostalgia sus memorables tardes de triunfos, su inimitable estilo deportivo, su elegante postura, gentil nobleza y demostrada gallardía.
Yo también recuerdo atrayentes hechos de él, y todavía, me parece avistarle, relatándome algunas de sus increíbles hazañas, cosa que, frecuentemente, solía crear, con aquel su hablar llano, escueto y sencillo.
A pesar de su avanzada edad, conservó el rico privilegio de atesorar una memoria auténticamente fecunda y prodigiosa
Su tema preferido, asiduamente, por encima de todos, sin cansancio alguno, fue el de la lucha, algo que de forma natural, solía intercalar en la mayoría de sus amenas y repetidas conversaciones.
Como un aguzado halcón, procuraba estar a la caza y captura de cualquier noticia que de ella se hablara o discurriera.
Fueron bien disfrutados los deliciosos veranos que a su lado pasé, bajo el placentero y acogedor techo de su mimado hogar, allá en, Frontera del Golfo.
Una apacible tarde, repasándole un artículo, divulgado en un Diario de Las Palmas, en el que, con pelos y señales, describían las resonantes barridas efectuadas por el invencible “Faro de Maspalomas”, el enérgico “gallito” de aquella lejana época, al concluir, textualmente, me dijo:
-.- “¡Caramba, qué bien pagan hoy día a los luchadores! Nosotros lo hacíamos por pura afición! La gente, acudía en masa a las luchadas completamente gratis, sin tener que pagar ni el más mínimo centavo! Sólo nos costeaban los viajes, cuando salíamos fuera de la Isla.¡Quién tuviera ahora veinte años! ¡Te aseguro, querido nieto, que ese tal Faro... sería poca cosa para mí, porque, lo apagaría enseguida, con un mero par de mis ocultas palmadas!”
Hasta los últimos instantes de su afanosa vida, estuvo realizando las duras faenas del campo, en sus propios huertos, con admirable energía y desmesurada presteza.
Poseía unas fuerzas increíbles y, según él, el verdadero secreto estribaba en esta otra frase:
En este suculento sentido, nunca fue demasiado parco, dando en su juventud, claras muestras de ser un serio gastrónomo de considerada magnitud.
Los días en los que tenía que lidiar, solía consumirse un par de gallinas, acompañadas de su correspondiente sopa y... de una tortilla, con más de media docena de huevos.
De estatura mediana, pero poseedor de una constitución hercúlea, era la atracción número uno de todos los encuentros.Eso de tumbarse a gran cantidad de hombres con una sola mano, fue en realidad, un reconocido hecho verídico.Fue un verdadero estilista que tuvo al alcance de su dominio, el lograr hacer arte, sentando esa clásica escuela que, tan solo se le consiente a los acreditados atletas del recreativo espectáculo.
Cierta tarde, debutando en el célebre Circo Duggi de la chicharrera capital, se enfrentó con un reservado adversario, muy peligroso, con una estatura majestuosa y, con unos nervios a flor de piel, algo peliagudos de intentar retener.
Como quiera que el abuelo consiguiera limpiamente tumbarle por dos veces seguidas, el impetuoso rival, se enfureció de tal manera que, lleno de incomprensible cólera, sin saber de donde diablos la sacó, navaja en mano, como un loco poseso, se abalanzó sobre él, dispuesto a cortarle el hilo de la vida.
Gracias a algunos aficionados que supieron contener al infeliz derrotado, no hubo que lamentar ninguna fatal desgracia.
A este tan desagradable espectáculo, asistía el señor Cónsul de Cuba en la grata compañía de su muy distinguida esposa, los cuales, no se perdían ni una sola luchada en la que interviniera el “GRAN MÉNDEZ”.
Por la noche, el encrespado abuelo, recibió una muy hechicera sorpresa.
Se encontró con un adornado paquete, en el hotel, a la hora del merecido descanso. Dentro, iban unos hermosos gemelos de oro, acompañados de un precioso revólver, casi una miniatura. En una perfumada tarjeta, pudo leer:”Los gemelos, para sus puños de hombre.¡El revólver, para que se defienda de los que no lo son”-Firmaba el Cónsul Cubano.
En la memoria de todos los verdaderos aficionados de antaño que hayan podido vivir recordándole, quedará su nombre como un glorioso símbolo, como una de las más sobresaliente figuras, dignas de imprimir con los más altos honores, en las insuficientes páginas de este deporte tan claramente nuestro, tan querido y tan ardorosamente, respetado.
Las cosas de mi abuelo Méndez: ¡A los pies de un frondoso y cargado duraznero, se quedó dormido para siempre, esbozando en sus ancianos labios, la campechana sonrisa de un cándido e inocente chiquillo!