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viernes, 15 de noviembre de 2024 00:00h.
Opiniones

Como llegar a los 60 y no morir en el intento...

Para llegar a los 60 sin morir en el intento manejaremos amor, humor, un puñado de amigos verdaderos, buenos libros, música, cine, cuadros, ilusiones contra el pavor que cada mañana nos transmiten los medios de comunicación, el miedo nos empobrece pero hace millonarios a otros. Algún café, algún té, algún mate argentino-uruguayo.

Para llegar a los 60 sin morir en el intento manejaremos amor, humor, un puñado de amigos verdaderos, buenos libros, música, cine, cuadros, ilusiones contra el pavor que cada mañana nos transmiten los medios de comunicación, el miedo nos empobrece pero hace millonarios a otros. Algún café, algún té, algún mate argentino-uruguayo. Alguna copa de vino, algún abrazo. Cena con tertulia, reivindicar las pasiones, buen sexo. A fin de cuentas, el dinero no es todo. Vale más un sendero en la montaña, una playa con sol, un manzano, un beso, la sonrisa de un niño.

En el invierno unos cuantos conocidos emprendieron el viaje, duras las visitas al tanatorio, la llamarada del horno. Tengo 62 y algunos amigos van a cumplir 60, una edad a la que casi nadie llegaba, aun inalcanzable en países del Tercer Mundo. Cada jornada ha sido un regalo. Los dioses nos regatean el placer y cuesta asumir que somos efímeros, insustanciales. Y sin embargo es en la imperfección donde nos engrandecemos. Incluso cuando hemos sido sublimes, no hemos dejado de ser criaturas nacidas de mujer. A los emperadores romanos en el desfile tras una victoria les recordaban que más allá de las coronas les aguardaba la pira funeraria. Humanos y por lo tal limitados, hasta los mesías que hemos adoptado desde hace milenios también son imperfectos, pues están hechos a nuestra imagen y semejanza.

Cristo, Mahoma, Buda, la legión de las múltiples deidades de Egipto, Grecia, Roma o la India, desde el dios-cocodrilo a Afrodita, no dejan de ser representaciones de nuestra furia y nuestro llanto, de nuestra desazón y nuestra espera. Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó, / no sólo los lechos donde estuviste echado, / sino también aquellos deseos que, por ti, / en miradas brillaron claramente –dijo Kavafis. ¿Cómo no recordar el Yo a mi cuerpo de Domingo Rivero? Este hermoso mundo merece ser exprimido en sus copas de luz para ser bebidas de un largo sorbo. Da igual que estés en México D.F., Buenos Aires, Calcuta o Las Palmas. La vida trae amores y desamores, derrotas y triunfos, desazones y esperanzas.

Sintámonos dichosos pues nos fue dado conocer los barrancos, los pájaros y los caseríos, las playas y los cuerpos que alguna tarde remota nos concedieron su estremecimiento fugaz e inolvidable. No hay que ponerse trascendental, sino sentir el tiempo que nos vivifica y nos derrota. En la mesa atiborrada de libros y papeles –tantas ideas sueltas, tantos borrones- la gata mezcla de siamés y callejero se ha acomodado cerca del teclado, cuando uno se pone sentimental hay que cerrar los ojos. Y eso es lo que hace: ronronea feliz y mientras suena música barroca, la belleza que persistirá cuando ya no estemos.