De una manera diferente...

“A quienes les guste el llevar y traer chismes, mezquinamente, se están cebando del dolor ajeno” Mi muy considerados buenos Lectores: Hay verdades que, sin ninguna clase de tontas contemplaciones, como ardorosas saetas, decididamente se nos incrustan en

“A quienes les guste el llevar y traer chismes, mezquinamente, se están cebando del dolor ajeno”

Mi muy considerados buenos Lectores: Hay verdades que, sin ninguna clase de tontas contemplaciones, como ardorosas saetas, decididamente se nos incrustan en el propio corazón, ante cualquier complicación posible.

En nuestra habitual vida de común sociedad, en revueltas mesas de juegos, familiares visitas domiciliarias, repetidos paseos o celebradas ceremonias, con bastante frecuencia, aunque sea glosando rigurosas realidades, quisiéramos cortar las críticas o, simplemente, elevar el nivel de las pláticas, gestionando cambiar como sea, algunas de las tales escabrosas cuestiones.

Desbastar las burlescas murmuraciones es factible, si, con determinada pericia, introducimos en las mismas una fresca reseña leída en prensa, oída en radio, vista en pantalla; o relatando con gracia, un ocurrente chiste de reforzado sentido.

Ennoblecer el nivel de las charlas, no es tan simplemente viable, ni cómodamente factible, sobre todo, si, con mordiente ojeriza, se hacen punzantes astillas del amargado árbol rendido.

Para eludir las tales ingratas situaciones, el remedio ideal y viable es este: Conseguir desenganchar a tiempo - como veloces pardelas que, sobre los mismos revueltos mares, escudriñan con avidez el acalorado albergue de sus disimulados nidos- para saber emplear frases mordientes o verdades confirmadas, capaces de poder levantar un favorable cambio de rumbo entre los presentes y, por ello, las mismas, supongan claras especificaciones o netas evidencias, alcanzando así, pasar de un extremo al otro los cáusticos contenidos que elevarán al máximo, el tramposo nivel de los resbaladizos coloquios.

Hay quienes tienen una pericia concreta, para estar regularmente al corriente del recomendable consejo.

Conozco a diversos de ellos que, al dedillo, saben cumplir con estas protocolares normas, tan trascendentales y precisas, para conseguir saber sobrellevar con éxito, los tan comprometidos graves chácharas del momento.

Los que no poseemos esa ejemplar pericia, es necesario que recolectemos en los carnales registros de nuestra individual retentiva, muchas frases penetrantes, regocijantes historietas o, ocurrentes chirigotas, para que, a su debido tiempo, mediante la asociación de ideas, seleccionemos las más ocurrentes y acertadas.

 

De todos es muy bien notorio las nocivas habladurías que en estas transcurridos días, cual reguero de enardecida pólvora, han ido transitando por los dispersos círculos gomeros, con motivo de lo que, pública y supuestamente, está aconteciendo en algunas importantes dependencias oficiales españolas; en manifestadas sedes de ciertos trascendentales Partidos Políticos, en los cuales, la ajustada honestidad y constante cumplimiento, están dejando mucho, ¡pero mucho!, que desear.

 

No hay que extrañarse de nada. Como tampoco hay que exponerse a todo.

 

No tenemos porque crear de un amargado vaso de agua, aunque contenga mucha ponzoña, una escalofriante tormenta.

Procuremos más bien, hacer de una tempestad, una cristalina copa de serena lluvia y, así, conquistaremos una incalculable derivada paz y precisada tranquilidad.

¡Parece mentira: Que, el ojo, viéndolo todo, no se vea así mismo y, mucha realidad la de aquel otro veterano pronunciamiento, asegurándonos de que, a “quienes les guste el llevar y traer chismes, mezquinamente, se están cebando del dolor ajeno”!

Ya, metidos de lleno en las místicas y piadosas ceremonias de la Semana Santa- chinesca cerrazón de lo que antaño fuera- observándose solamente muy por encima la conmemoración de algunos especiales actos, vamos a dejar radicalmente de lado a todas esas defectuosas habladurías y frecuentes comadreos, para concentrar nuestras mejores energías en este tan establecido evento católico.

Ya es bien sabido el que, por regla general o cincelado hábito, en los pueblos pequeños, a veces, suelen suceder cosas grandes.

El reducido número de sus contados habitantes realiza el natural prodigio de que incontables seres se conozcan con relativa facilidad ; el que formen algo así como una enorme rama , para compartir conjuntamente las cotidianas penas y alegrías que, en el árbol que las antojadizas voluntades, el Destino, les depare.

 

Si, micrófono en mano, interrogáramos a los venables anciano o compactas familias del lugar, para que nos comunicaran sus veraces impresiones de cómo en sus tiempos se vivía en comunidad todas las ceremonias que antes la Iglesia en estas fechas programaba, observando lo que actualmente vemos y vivimos... ¡notaríamos una insondable diferencia abismal!

¡Qué grandilocuente respeto, el dramatizado en todas las procesiones organizadas por las muchas nutridas Cofradías y pastorales Parroquias!

Antes, la sentida piedad, ardiente devoción y cumplimiento, eran cosas hasta casi, casi, altamente exageradas.

El Jueves Santo, relucía como el sol.

¡Ahora, el sol, fulgura en todas las atestadas playas, verdes montañas y permutadas rutas vacacionales, aprovechando unas rotuladas horas de desequilibrado asueto, para expander tan solo perdurable incredulidad e inalterable ateismo!

El Viernes Santo... ¡madre querida!, lo que ese definido día venía a representar!

¡Hasta la misma bullanguera música y circunspectos silbos, por completo, se silenciaban; los esparcimientos, por muy sanos que estos fueran, se interrumpían; las chirigotas o juergas, parecían esconderse y, exclusivamente, con marcada complacencia, se atendía al arraigado sermón de la Siete Palabras, definitiva herencia concedida por el propio Cristo, religiosamente pregonada desde el martirizado monumento de su sangrante vínculo!

Eran unos venerables ritos tan diferentes y reservados que, hasta nuestros amados padres, por esos específicos tiempos, a fuerza de no pocas abnegaciones, nos solían brindar con el estreno de ciertas prendas de vestir, para que consiguiésemos lucir el nuevo pantalón, la codiciada chaqueta, los relucientes zapatos o la descollante corbata colorista, jubilosa alegría de la novia y dañino sinsabor del desventurado que no había tenido la fortuna de haber podido recibir tales ofrendas.

 

Semana Santa a la puerta, con la Pasión en las manos

y, aunque le demos la vuelta, hoy se encuentra como muerta,

en horizontes lejanos.

 

La piedad de los antaños, no parece ser eterna

y, al transcurrir de los años, llegan los usos extraños,

de esta costumbre moderna.

 

¡Divertidas vacaciones, entre montañas y playas

que, los rezos y oraciones, quedan para los “beatones”,

a donde quieras que vayas!