Ganarlo fuera para invertirlo aquí, o al revés.
Manuel Fernando Martín Torres.-En diferentes etapas del pasado siglo las remesas de dinero cubano y venezolano enviadas por gomeros emigrantes o traídas directamente en su retorno, fueron auténticos balones de oxígeno en la precaria economía insular. Ese capital sirvió para adquirir y roturar terrenos, levantar paredones, hacer casas o adquirir bienes patrimoniales de diversa índole. El emigrante entendía que aquí, además de su familia, encontraba su futuro vital. En La Gomera buscaba su destino o su retiro, aunque, paradójicamente, América le hubiera proporcionado más riqueza. Nuestros abuelos pensaban así. En diversos lugares de España (Galicia, Cantabria, Andalucía) y también en Canarias (La Palma) las casonas construídas con dinero de América constituyen por su riqueza y belleza un estilo arquitectónico definido conocido como “casas de indianos”.
Pero en los últimos cincuenta años hemos sido testigos de otros patrones de conducta. Las conurbaciones del área metropolitana de Tenerife (Barrio de La Salud, Taco, La Cuesta, Ofra, etc.) y las zonas-dormitorio de las áreas turísticas del Sur de esa isla fueron receptoras de nuestra emigración, pero, al contrario que en otras épocas, los retornos de capital y riqueza a La Gomera se redujeron sensiblemente. Diferentes razones, que por su complejidad no constituyen objeto de este artículo, motivaron que los gomeros fueran abriéndose camino fuera de la isla, cambiando su residencia e identificándose más con los territorios de acogida. En La Gomera las inversiones con dinero de emigrantes se limitaron drásticamente. En un buen número de casos se opta por invertir en la construcción de una segunda residencia en La Gomera, en la rehabilitación de alguna vivienda familiar antigua, o en la mejora de alguna finca pero no como antaño a modo de apuesta vital, sino más bien como una oportunidad de aumentar el valor de un patrimonio residual y en desuso (solar, casa antigua o terrenos). En algunos casos las segundas residencias gomeras se tuvieron que hacer excesivamente deprisa, con escaso dinero y por lo general sin permisos o proyectos. En paisajes de algunos lugares de nuestra isla podemos apreciar los resultados.
Pero la sociedad y la economía insular asistía a otros cambios. La irrupción del turismo como actividad económica a finales de los sesenta en Valle Gran Rey y Santiago abrió las puertas a nuevas actividades económicas productivas que hacía menos necesario emigrar. En Valle Gran Rey, por ejemplo, sus vecinos entendieron la oportunidad que suponía contar con un turismo fiel a ese destino y aprovechando también las facilidades del crecimiento inmobiliario (facilidad de créditos, existencia de compañías constructoras, mentalidad rentista, etc.) construyeron apartamentos y rehabilitaron antiguas casas.
Ahora las remesas de capital vienen de alemanes o ingleses que pasan aquí sus vacaciones o que compran propiedades.
Pero los cambios continuaron. En dos sentidos. Por una parte existió un trasvase del dinero de algunas zonas del norte de La Gomera, Vallehermoso por ejemplo, hacia el Sur. De este modo muchos de los que por su actividad económica podían contar con algunos excedentes (comerciantes, profesionales liberales, trabajadores de administraciones públicas, etc.) deciden adquirir, a precios desorbitados en algunos casos, apartamentos en Valle Gran Rey o también en San Sebastián de La Gomera (que hace, de alguna forma valer su localización y capitalidad).
Por otro lado se hace cada vez más frecuente que el gomero, de cualquier parte de la isla, invierta en bienes inmuebles en Tenerife, donde hay más oferta y a veces mejores precios.
Un sociólogo, especialista en el terreno de las mentalidades y conducta colectiva, nos explicaría el porqué de todo esto. Los motivos razonados por los que decidimos vivir o invertir aquí o allá. Pero creo que nosotros podemos sacar también conclusiones. Por sentido común entiendo que es lógico que los gomeros busquemos asegurar el futuro de la mejor manera, me refiero al futuro familiar o al económico. Nada que decir al hecho de que las familias piensen que si las circunstancias lo permiten es bueno comprar un piso en La Laguna o hacer una medio casita en La Cuesta para cuando los muchachos estudien. Nada que objetar a la búsqueda de plusvalías o a poner el dinero donde “más rente”, las zonas turísticas fueron durante mucho tiempo esos lugares.
Ahora bien, cabe preguntarse, espero que con el mismo sentido común, qué hubiera sido si la apuesta de los inversores del medio rural gomero se hubiera orientado en mayor medida a la rehabilitación de inmuebles para el turismo rural, en la creación de pequeñas empresas vinculadas a aprovechar los recursos patrimoniales, a rehabilitar las casonas que se desmoronan en los cascos tradicionales de Agulo o Vallehermoso, o a atender fincas de cultivos biológicos. De lo que hablo no es ninguna entelequia. Sin ir más lejos, la Asociación Insular de Desarrollo Rural ha sido testigo y apoyo de más de una centena de iniciativas de esta índole en los últimos veinte años. Son iniciativas de gomeros que deciden abrir aquí su empresa y ganarse la vida tomando como base los recursos locales y endógenos. Luego es factible. Pero no sólo factible, también es deseable que, al menos los que aquí ganamos los cuartos, pensemos un poco más en la isla a la hora de gastarlos. Parece razonable creer que nosotros en primer término estamos obligados a invertir en el territorio que nos da trabajo.
Bueno, parece claro que la historia tiende a repetir ciclos, y concibo cada vez más cercana la obligación de mis hijos a hacer lo que sus bisabuelos, esto es emigrar para, si así se lo dicta su naturaleza y los tiempos que les toque vivir, enviar o si fuera posible, traer puesto algún dinero que será, como antaño, recurso para mejorar nuestras condiciones de vida.