Limosneros de la palabra
Comunicarse es ponerse al alcance para compartir una intimidad.
Nadie en absoluto pone en duda, sin vacilación alguna, de que nos hallamos metidos de lleno en un innovador mundo que a grandes rasgos, nos ofrece un sin fin de asombrosos avances perfeccionados, colocándonos con cierta desenvoltura, al afanoso alcance de nuestras aprovechadas manos.
Nos encontramos propiciamente transitando por los permitidos senderos de la más imperiosa e indispensable INFORMACIÓN. Con una precisa y constante vitalidad, “GOMERA ACTUALIDAD”, a la fecha, día a día, va creciendo en número de apegados seguidores, beneficiándonos con ello, para situarnos al tanto de cuanto ocurre y acontece, a través de toda esta prodigada órbita geográfica. No es de extrañar, pues, de que haya sido designado como todo un progresivo buen digital, prevaleciendo sobre otros muchos que, escoltándole, vienen a formar un llamativo núcleo periodístico de muy registradas consecuencias.
Por otra parte, nos parece una falsa iniciativa, bastante escandalosa por cierto, el que, a través de las portentosas frecuencias de Internet, podamos notificarnos con todos aquellos cuantos pretendamos establecer una fraternal amistad o amenizado diálogo, para, luego, prontamente desatender, así como así, totalmente, cualquier incondicional coloquio con nuestros propios y más básicos queridos familiares o esenciales conocidos.. Por indivisas zonas, victoriosamente, los expandidos brazos de los poderosos órganos periodísticos, saben explayarse, apretándonos vigorosamente con la movilizada metralla de sus continúas y renovadas noticias.
Un experto especialista, en la veraz sociedad de los defensores sentimientos, nos dejó escrito aquello de... “SIN COMUNICACIÓN, LA RAZA AGONIZA”. Esto tiene los agudos tintes de antojarse parecerse a todo un difícil secreto jeroglífico: Cuando ya no sabemos cómo establecer una plática, la misma se nos consume, porque ya no tenemos nada más que expresar. Cada vez que insistimos en querer perdernos de vista, concluimos con todo, por no apetecer encontrarnos en definitiva, con nada ni nadie.
Los duros litigios, ásperas discrepancias, vigentes conflictos hogareños, graves faltas de medios económicos, constantes peleas o serias dificultades, son los típicos y auténticos datos concordantes que hacen funestamente perecer a las familias, llegándose incluso al precipitado negro abismo del lamentable divorcio. El dogmático escritor, Sacerdote Salesiano, P.BRUNO FERRERO, un agudo piamontés, nacido en la italiana ciudad de Turín, certifica que, “LA COMUNICACIÓN, permite conservar uno de los elementos más importantes de la vida familiar: la admiración y la estima por el otro.”
Resulta ser esta la más agraciada aseveración y el mejor fiel testimonio de amor: Yo presto toda mi atención porque tú eres importante para mí. Si no se departe, se termina por no enterarse de las incontables agradables sorpresas que, a refuerzos saturados, existen en la carnal médula del otro. Los que saben dialogar, descubren constantemente el tesoro interior, el afectuoso apego; algo sublime y sutil que orgullosamente, como por arte de fenomenal prodigio, florece en cada revelación, porque, la comunicación, es el complemento ideal indefectible, hasta para la conveniente y satisfecha conformidad física.
Es un prodigioso sortilegio, porque tributa satisfactorios momentos y la pareja, la alcurnia, perpetraría un peligroso tropezón, si cometiesen la tremenda tontería de rechazar de plano estas tales naturales y fundamentales reglas. El asimilar a comunicarnos, demanda el serio aprendizaje de un sumo esfuerzo, libremente apoyado por unas enormes dosis de la mejor buena voluntad. Hace falta tomar el tiempo necesario, prestando máxima atención a los impedimentos externos, como sería, el agotador cansancio, enfermizo estrés, locuaz televisión, exaltada política, e incluso, difundidos juegos y exaltados deportes.
Con total coherencia, demostrada humildad, respeto y natural sencillez, hemos de permitir el dejar decir a los demás su perfecto derecho de poder expresar lo que en el fondo piensan, de concebir las cosas que en el alma y corazón llevan, con la más plena y absoluta libertad. Sin duda, la mayor tiranía la ejerce la “opinión pública!” Las PALABRAS, está como flotando por todas partes. Lo que hace falta es saber debidamente descubrirlas, captándolas como corresponden, para auxiliar con ellas a los que en realidad, más las deseen y necesiten.
Es imprescindible prestar atención a las equivocaciones, a las charlas demasiado insignificantes, al basto enunciado de lugares comunes, la mayoría de las veces, entre parejas, custodiados por aspavientos protocolares, besuqueos indiferentes y repetidas caricias que, nocivamente, incitan a la propia y ridícula indiferencia.
Comprensivo es el que, observándose a sí mismo, excusa a los demás. Para todo ello, hace falta, es indispensable, disponer de un buen emisor y un mejor receptor. El primero, sabe hablar y, el segundo, escuchar.
Por dejadez, a veces, se pone en peligro a la propia Verdad y al propicio Bien. Cuando alguien nos dice: “POR FAVOR ESCÚCHAME”, escuetamente, nos está exteriorizando que debemos de comprenderle. ¡Cuántos y cuántos progenitores, responden con mordaz arrebato, a la provocación y violencia enojosa de sus hijos, en vez de preguntarles si esta agresividad no es la señal de una amargura oculta que hay que descubrirles en un “mundo difíchile”-como diría el italianizado rapsoda que se trae en sus humorísticos programa, José Mota- intuyendo que el niño está sometido a un ambiente y a unos nocivos medios colmados con los mensajes más variados y dañinos, intentando cómo ayudarles a reflexionar, a adquirir un espíriu crítico, por medio de un condescendiente coloquio de lo más respetuoso, razonable y compatible!
Los exasperados limosneros de la palabra, afligidos mendigos errantes en los sigilosos surcos de la voz, sienten la fastidiosa necesidad de que se les siembren numerosas chácharas para, así, colmar por entero la reseca alquería de sus insondables anhelos, todos ellos, carentes de una esclarecida amistad que, incomprensiblemente, muy pocos desean ofrecerles.
Junto a ellos, comprendiéndoles como es debido, ¡cuánto nos beneficiaríamos, procurando vivir como pensamos y, llamando a las cosas por su nombre!