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martes, 17 de diciembre de 2024 00:00h.
Opiniones

Lloran como son, pero ninguno lo entiende

Nicolás Guerra Aguiar.-No es más que coincidencia, casualidad. Incluso hasta macabro sentido del humor si se quiere: el término Banca, sujeto actuante en los forzados desalojos que flagelaron ya a trescientas y tantas mil familias y cuyo látigo deshumanizado sigue golpeando, tiene solo una vocal, la a, repe.

Nicolás Guerra Aguiar.-No es más que coincidencia, casualidad. Incluso hasta macabro sentido del humor si se quiere: el término Banca, sujeto actuante en los forzados desalojos que flagelaron ya a trescientas y tantas mil familias y cuyo látigo deshumanizado sigue golpeando, tiene solo una vocal, la a, repe. La tomó de la forma verbal que usa para echar a alguien de una vivienda, desahuciar, o tal vez fue al contrario: la voz desahuciar apareció después de la Banca, que necesitaba un neologismo. Porque aquella palabra ya no solo significa ‘despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal’. Traduce, además –otra vez la a- desesperanza, angustia, tragedia. Es la misma a de familia abandonada a su agonía, legalmente estafada.

La Banca se queda con la vivienda hipotecada porque el receptor de su préstamo no puede pagar. Es posible que algún desahuciado se echara encima una mansión que estaba por encima de sus posibilidades. Pero casos hay a miles en que el comprador de un piso es víctima de la convulsión económica que lo ha dejado sin trabajo o, como pequeño empresario, con un negocio en quiebra. Más: en un momento de nuestra sociedad fue tan fácil llegar a la hipoteca para la compra de una vivienda que parecía tonto quien no aprovechara tal oportunidad. Por eso se fabricaron decenas de miles de ellas: como ejemplo tenemos en la capital desde el barrio de Siete Palmas hasta la zona de La Minilla, producto recentísimo de lo que se dio en llamar <>, que a tan pocos enriqueció y a un cuarto de la población hipotecó casi in aeternum, al menos durante toda su juventud.
Pero llegaron la crisis, la debacle, el anuncio de un país en la preruina, y este se quedó como la visión unamuniana sobre Fuerteventura: descarnado. Aunque los desolados fueron los otros, claro, los que vivían de un sueldo de obrero, de una nómina rigurosamente controlada hasta el céntimo. Y las iniciales medidas fueron contra ellos, claro, porque resultaba más fácil, y así no se molestaba al Capital, sensible ante insinuaciones de elevados impuestos, con ramificaciones en oficinas bancarias de otros países o, en fin, arraigado en los órganos de Poder, a veces el Poder mismo.
Y la Banca inmediatamente empezó a reclamar lo que era suyo, el capital en préstamo; y el hipotecado, que lo había invertido en la vivienda, está en paro. Y se pone de moda –de trágica y deshumanizada actividad- aquella forma verbal de antes, hoy convertida en acción inmediata, ya sustantivada: si usted no paga se procederá al desahucio. Y se procede, y se procedió ante el silencio desmoralizador de un Gobierno que se definía como socialista, qué cosas, hace solo un año de aquello. Y no solo se les expulsa de las viviendas que un día soñaron como suyas, sueños son. Es que, además, quedan comprometidos por sagrados lazos a seguir pagando el préstamo aunque los dejan en la calle, que la palabra dada es palabra sagrada.
Pero el brazo protector del Estado, paternal, sensibilizado, altamente dolido por la tragedia de sus ciudadanos, quiere empezar a plantearse el tema de los desahucios. Por eso el señor Rajoy siente como suyo el drama de sus españoles, y casi no duerme, le rugen los latidos de corazones que se apagan. Pero el señor presidente espera, ¿hasta cuándo?, a que el señor Rubalcaba le explique planes, proyectos, borradores, programas, bosquejos de una idea neonata, pues nunca la presentó el PSOE en los últimos años de su Gobierno, cuando ya se desahuciaba con la legalidad en la mano. Y el señor Rajoy, a pesar de su mayoría absoluta, ¿es incapaz de tomar decisiones como prohibir, por ejemplo, que el desahuciado siga pagando el préstamo? ¿Necesita que alguien le explique la elemental, primaria y básica decisión de que los bancos les alquilen las viviendas a precios sociales precisamente a aquellos a quienes se las arrebatan legalmente?
La señora alcaldesa de Madrid, quien lo es por ser quien es, es más pragmática que aquel presidente hoy sensibilizado de la boca para afuera. Por eso, aunque se le parta el corazón y llore con los afectados (¡cuánto la hacen sufrir!), exige el riguroso cumplimiento de la ley, la que apoya los desahucios. Se trata, recordemos, de gente como nuestro paisano que se tiró desde un puente en Lomo Apolinario. O del otro, el granaíno, que antes de lanzarse por el balcón se despidió de su hijo. Tampoco le afecta el padecimiento de los centenares de personas que cada día se quedan en la calle, aunque mantienen lazos hipotecarios con el banco. No, a esta señora solo le interesa que se cumpla la ley, está en juego el máximo y escrupuloso respeto a la indeleble letra del libre mercado, a la pura esencia del capitalismo, a la sagrada condición de la propiedad.
Y el señor Munilla, obispo de San Sebastián, considera una inmoralidad que los bancos ejecuten los desahucios <>. Me alegra la reacción, vive Dios, aunque se haya olvidado de una caja de ahorros, CajaSur, la del Cabildo Catedralicio de Córdoba, fraternal abrazo entre políticos -señoritos andaluces del PSOE, hoy apoyados por IU- y la Iglesia, banqueros-obispos, obispos-banqueros. Pero ahora que el señor obispo descubre la inmoralidad, y como el PSOE no gobierna en España y la Iglesia española ya no puede hacer manifestaciones callejeras en su contra, podrían aprovechar las experiencias adquiridas y volver a la calle, también con pancartas, obispos, cardenales, la señora Botella, el señor Rajoy... Y podrían recuperar lemas de cuando denunciaban los abortos, como  (ahora, también a favor de los desahuciados), (en honor a quienes están en el límite), o . Yo los felicitaría, e iría con ellos.