Romance del senador putañero: Una historia moderna en castellano antiguo
Era julio de este año, pleno verano, cuando el senador de La Gomera, Casimiro Curbelo, fue arrestado junto a su hijo de veintiséis años por protagonizar un escándalo y enfrentar a la policía al salir de un sauna a las cuatro de la mañana.
Parece que padre e hijo celebraban juntos el grado del muchacho, paseando felizmente de putas por las calles de Madrid, cuando ocurrieron los hechos que les aguaron la fiesta.
El senador dice que les dieron macanazos cuando ellos simplemente trataban de poner una denuncia. Los policías responden que Curbelo estaba borracho y que les gritaba entre tumbos: “Soy senador y vosotros, más que policías, sois unos terroristas y unos hijos de puta”.
Entre todas las contradictorias versiones de lo que pasó aquella madrugada, quizá la que más valga la pena leer sea este texto de autor desconocido, publicado en un blog durante los días posteriores a la guachafita y poco antes de que el senador putañero dimitiera.
Reproducimos este excepcional relato, escrito en verso y en español antiguo, como testimonio hilarante de placeres y males de todos los tiempos.
Narrar vos he una hestoria de mucho regocijo,
d’un senador del Reino que fuesse con su fijo
a çierta mançebía por aplacar el rijo.
Empieço ya a contalla, que non seré prolijo.
La noche en Magerit ya muy çerrada era;
et padre et fijo, entrambos, andaban por la açera,
façiendo muchas eses, con grande borrachera,
por çelebrar que el fijo terminó la carrera.
—Llevar te he, buen fijo (masculla el senador),
a libar el penúltimo copaço de licor
e, commo corresponde a buen proxenitor,
quiçab a que te estrenes en lides del amor.
Conoçer has muy pronto de Venus el arcano,
en esta madrugada caliente de verano,
et a partir de hodie non te farás, malsano,
aquese amor que usas a solas con tu mano.
El fijo, conmovido por ese rendibú
et por la curda enorme, non le dixo ni mu,
ansí que en un garito, que diçen “puticlú”,
entraron e pidieron un güisqui et un vermú.
Había hurgamanderas, rabizas e raposas:
algunas, sin clientes, fablaban de sus cosas;
mas, viendo a padre e fijo, pusiéronse obsequiosas,
moviendo con luxuria sus tetas abundosas.
Al son d’aquella música de baile e de pachanga,
al senador del Reino s’açerca una pendanga
e diçe, remetiéndose por la verixa el tanga:
–Ay, guapo, ven conmigo, qu’el preçio es una ganga.
Al ver a la mançeba sin sostén ni refaxo,
façiéndole, escabrosa, cariçia et agasaxo,
el senador responde, con lengua de estropaxo:
—Arrímate a mi fijo; caliéntale el colgaxo.
Et ante las domingas d’aquella suripanta,
el fijo en ese instante del güisqui se atraganta
et una gomitona le sube a la garganta
et a un otro cliente ençima se la planta.
Et una grand trifulca con ello tuvo iniçio:
por todo aquel tugurio de crápula e forniçio
formóse gritería, escándalo e bulliçio;
quebráronse cristales et ovo un estropiçio.
Al ver la batahola, compareçió el rufián,
que estaba allí enna puerta façiendo de guardián:
s’encara a los causantes de todo aquel desmán
e del local los echa con un tantarantán.
Pues era el rufián ancho cual armario ropero,
muy versado en los lançes del ambiente putero,
e posedía músculos de bien templado açero,
e sin esfuerzo expulsa a padre et heredero.
El padre con el fijo se vieron en la calle,
et al rufián a gritos quisieron insultalle.
–¡Soy senador del Reino, a mí non me avasalle!
Mas non le impresionaba al ruin ese detalle.
De irse rumbo a casa buen momento sería,
pora dormir la mona sin dubda hasta otro día.
Mas fueron dando tumbos con bravuconería
buscando por las calles una comisaría.
Et por azar falláronla muy çerca, quasi enfrente,
et en la puerta había d’uniforme un axente,
et apremiolo el padre: –Venga inmediatamente,
ca d’un burdel çercano echáronnos vilmente.
–Señor, vaya a dormilla (responde el funçionario),
que estoy de borrachingas fasta el antifonario;
y ençima Çapatero redúxome el salario,
pora pagar las debdas del “bum” inmobiliario.
–Non sabe usted, axente, con quién está fablando;
soy senador del Reino, con bromas no me ando:
acuda al lupanar, que ya m’está tardando,
sin rechistar ni pizca, porque yo se lo mando.
Siguiéronse denuestos e muchos malos modos,
e los demás axentes salieron fuera todos:
aína detuvieron a aquellos dos beodos
que daban reçios golpes con pinreles e codos.
Non debo repetillos los vergonçosos tacos
e crudas palabrotas de los dipsomaniacos:
vexaban a los guardias talmente cual bellacos
e quasi semejaban posesos demoniacos.
Durmieron esa noche la curda en calabozo,
egual el senador commo su fijo mozo.
E fasta del burdel del malogrado gozo
pusiéronles denunçia por daños e destrozo.
E pide todo el mundo qu’el senador soez
dimita de su cargo con mucha rapidez:
a ver si algún político, d’una ramera vez,
responde de sus actos sin trampa ni doblez.
Acabo ya mi enxiemplo, benévolo lector,
con una humilde súplica a Dios Nuestro Señor:
después de que dimita aqueste senador,
¡que cierren el Senado: será mucho mejor!