Abrante y La Mérica

Los pasados días festivos me dieron el regocijo de patear en buena compañía por estas dos montañas, una por mañana. 

Paredes verticales de roca que caracterizan y cargan de personalidad a Agulo y a Valle Gran Rey; que se alzan a modo de custodia de casas, terrenos, caminos, tráfico y personas que se abigarran abajo, a sus pies. Al observarlas desde abajo te impone ver esa masa pétrea vertical que se muestra inaccesible, y de la cual no tienes pistas visibles del discurrir del camino que te espera. Yo dije un posible trazado, mi hermano otro, ninguno acertamos. Ya al situarte en lo alto mirando hacia abajo te regalan una perspectiva sorprendente y nueva de esos pueblos que ya creías conocer suficientemente bien. A pesar de su colosal aspecto y de que imponen, cuando las recorres a pie se te vuelven accesibles y cercanas. 

Las calzadas del primer repecho de subida a Abrante son una muestra del trabajo bien hecho. Un tiro bastante recto de escalones con bordes tallados y un enmatacanado continuo en muy buen estado sirve de acceso central para las propiedades agrícolas que aún se cultivan. Mientras continúas el ascenso a pesar de que estás salvando una altura de algo más de doscientos cincuenta metros, el diseño del trazado evita en buena medida cualquier sensación de vértigo o de miedo, aunque las barandas también contribuyen lo suyo.

La recompensa al esfuerzo de la subida es la propia satisfacción de disfrutar de un paisaje sorprendente y el descubrimiento de una variada vegetación: tabaibas, escobones, cañaverales, mimbreras, hayas. La planicie de Abrante que te espera al final, su tierra rojiza, sus vistas y el sabinar que despliega son un regalo adicional, la guinda del pastel.

La bajada nos brindó también muchas sorpresas y algunas certezas. Mientras descendíamos para llegar al túnel de Agulo y recoger el coche, nos referimos al excepcional legado que recibimos de nuestros antecesores, a la calidad que tienen los senderos de una u otra vertiente de la isla, a que la malla de caminos es potente ya que funcionando en red se complementan entre sí y el contraste los enriquece.

Decíamos que, sin embargo, como en anteriores ciclos económicos (producción de azúcar, cochinilla, vino o cualquier otro cultivo de exportación), los canarios no hemos tenido un papel decisorio o principal en el diseño de la actividad económica que nos tocaba vivir. Y es cierto, hace cuatro o cinco décadas nadie escribía o hablaba acerca de la necesidad de arreglar los caminos ya en desuso, realizar folletos o señalizar la red porque de ello iba a depender una inminente llegada de turistas.

Es el interés de los visitantes por recorrer nuestros caminos y la aparición de algunas publicaciones foráneas lo que nos ha puesto sobre la pista del potencial de este recurso turístico. La guía “La Gomera Paso a Paso” de Manuel Mora Morales y el Colectivo Raíz así como las fotos de Juan Montesinos de Valle Gran Rey fueron de los primeros acercamientos locales que recuerdo  para poner en valor el paisaje y los caminos de nuestra isla. Hoy en día, sin embargo, con cierto orgullo podemos decir que a partir de criterios e inversiones oportunas contamos con una red de caminos en buena medida completa, variada, segura y señalizada.

Tampoco había hecho la La Bajada a La Calera partiendo desde Arure.  Aparcamos en la entrada a la ermita y enfilando hacia el inicio del camino trabamos un rato de conversación con un vecino que dijo encontrarnos “muy dispuestos”. Al decirle de nuestras intenciones nos dijo que bueno, que tardaríamos como una hora y que antes el hacía ese recorrido a menudo. Ya nos habíamos despedido y ya desde cierta distancia y con una sonrisita nos espetó “Sí, yo bajaba hasta abajo, pero cargado con una manta de estiércol, ustedes vais más livianos”.

Se comienza andando por una pista de tierra donde varios ganados de cabras cuyo lustroso aspecto avala el buen año de hierba que hemos tenido. El estado de alguna de las cuevas que encontramos denota que han servido de refugio de ganado. Luego se sigue por un camino enmatacanado que nos lleva por lomadas poco pronunciadas donde nos vamos encontrando con viejos canales de agua, una antigua era de dimensiones bastante considerables, un horno para hacer cal, así como casas antiguas, ya semiderruidas que dejan sin embargo ver un excelente trabajo de cantería en el perfecto tallado de esquinas y contra-esquinas. 

Bueno, ya acertamos a ver Valle Gran Rey; y también localizamos esforzados caminantes, en sentido contrario al nuestro, diseminados por la empinada subida soportando con sonrisas la dificultad añadida del sol del mediodía en sus espaldas. Desde arriba Valle Gran Rey da una excelente estampa. Te apetece bajar a bañarte en aquellas tonalidades de azul, a conocer de qué plantas están hechos los manchones verdes que aprecias en esta amplia desembocadura. Es un pueblo y al tiempo una pequeña ciudad turística, aunque creo que los gomeros que pasamos algunos días de nuestra juventud allí hemos capturado de ese espacio un especial regusto a libertad, acogimiento y tolerancia. Bueno, quizá sea un poco rollo lo que digo pero si le preguntáramos a muchos de sus visitantes actuales el motivo de su visita posiblemente lo explicarían de manera parecida.

Aunque recorrimos parte del territorio del Lagarto Gigante de La Gomera no vimos a ninguno, pero en contrapartida, al llegar a La Calera dos encontramos con dos tortugas en una pequeña tanquilla que no aparentaban infelicidad.

Tras dos horas de bajada y mientras nos comíamos unos gajos de naranja y unos pedazos de chocolate algo magreados por los estregones de la mochila, nos dio por poner precio a la red de senderos que tenemos en La Gomera. ¿Cuánto costaría hoy en día hacer unos caminos tan  bien diseñados en su trazado, anchos, empedrados algunos, que conducen a lugares emblemáticos y estratégicos?. La cifra lógicamente, sería enorme, apabullante; pero el caso es que ya los tenemos hechos y su uso es gratuito. ¡Anímense a disfrutarlos!.