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sábado, 21 de diciembre de 2024 00:00h.

Botánica de andar por casa

Entre las palmas de fuste más alto de Vallehermoso nombro las de Los Chapines y la que está enfrente de la Gran Parada en el Valle Abajo, aunque en La Fortaleza o en el Barranco de Macayo también las hay muy espigadas...

Entre otros árboles las higueras, las palmas, los almendros o los morales, se nombraban específicamente en los testamentos, cartillas o hijuelas de partición como bienes a legar a uno u otro heredero; eran igualmente mojones para fijar lindes. Para los interesados, la laboriosa recopilación de José Perera López sobre la toponimia de La Gomera recoge abundantes nombres de lugar de origen botánico.
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Entre las palmas de fuste más alto de Vallehermoso nombro las de Los Chapines y la que está enfrente de la Gran Parada en el Valle Abajo, aunque en La Fortaleza o en el Barranco de Macayo también las hay muy espigadas. Tiesas y retadoras regalan belleza y encumbran la estampa de los espacios que las acogen. Los abudantes e inverosímiles estrechamientos anillados de sus troncos nos ilustran de los periodos en que los pantaneros de diferentes generaciones aprovecharon su guarapo.  

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Las Araucarias son coníferas originales de Suramérica con más de 19 especies, según leo en Wikipedia. Las dos gigantescas de la Finca de Pérez en la Rosa de Las Piedras anuncian los límites de lo que fue un creativo jardín de esta hacienda levantada por el acaudalado Domingo García González a su regreso de Cuba en torno a 1.870. Al visitar el área recreativa de la Presa de La Encantadora las podrás disfrutar a unos centenares de metros. Hace un par de días le oí decir al botánico Carlo Morici que los Príncipes de España cuando vinieron a inaugurar el Palmetum de S.C. de Tenerife se interesaron especialmente en esta especie de origen peruano.
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Me dijeron que el gigantesco laurel de indias (Ficus macrocarpa) que daba sombra a los bancos de Triana fue plantado por D. Don Domingo Palmero Martín, reconocido terrateniente que falleció en los años setenta del pasado siglo. Era su lugar preferido, el de cientos de pájaros, y el de los tertulianos que casi a diario se citaban a su sombra.
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A pesar de que a algunos curas no les hacía mucha gracia nuestro trasiego por la plaza de la Iglesia de San Juan Bautista el flamboyán (Delonix Regia) que la presidía soportó nuestros balonazos y recorridos despiadados por sus gruesas ramas desde las que nos dejábamos caer a veces como Tarzán, a veces como guerreros indios, a veces como piratas; todo dependía de la película que hubiéramos visto en el cine Vega Mora. En las proximidades de muchas plazas o ermitas se hacían crecer árboles especialmente resistentes, así en La Pilarica hay una acacia, en El Carmen un eucalipto aún joven que reemplaza al gigantesco que se cayó en octubre de 2011, en la de Santa Lucía de Tazo una pimentera (Schinus Molle) y en La Candelaria de Chipude un álamo (fam.Salicáceas),
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El naranjero de Carlos Cubas en Garabato sobrepasaba con creces el tejado de su casa. Su único defecto era que sus naranjas eran tremendamente dulces y estaban muy cercanas a la carretera. Esto último le pasaba también al castañero (Castanea Sátiva) de Elio antes de llegar a la Pista de La Meseta, al moral que estaba en El Barranquillo, o al madroñero (Arbutus Canariensis) gigantesco de Diego Antonio. No es difícil imaginar las historias que guardan estos árboles muy próximos a los sitios de tránsito y que en temporada brindaban fruta en exceso apetitosa.

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Quizá el aderno (Heberdenia Excelsa) que está en los Chorros de Epina sea uno de los árboles sobre los que más se líneas se han escrito. Se dice que era un que crecía allí únicamente, por lo que una hoja de sus ramas era requerida como prueba inequívoca de que el agua recogida en cántaros y garrafones y transportada hasta el casco de Vallehermoso provenía en verdad de ese lugar.
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Cuando iba a clase se mi iban los ojos a los aguacateros que aún están en la parte de atrás del colegio, son enormes. Desde la ventana de mi clase intentaba escudriñar cuántos aguacates tenían. Me tendría que haber fijado algo más en la espigada y exótica palmera que los acompañaba en la cercanía del aquel entonces cuidado y bello jardín de D. Eugenio García, pero mis cavilaciones eran otras. Hoy en día cuando desde casa miro a esa esa zona del pueblo lo que más me sorprende es la especie de laurisilva (no he averiguado cual) que crece entre el edificio de la Residencia Escolar y la Agencia de Extensión Agraria, ahí aplanada, encorsetada, ha ido ascendiendo buscando la luz y adaptándose a ese espacio.
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Jacinto Leralta además de amigo y vecino de La Ladera  es sobrado conocedor de aves y árboles. Le pedí opinión y aunque se hizo de rogar me habló de la esplendorosa floración de la jacaranda (Bignoneácea) que está a la entrada de su casa – qué casualidad-, del almácigo (Pistacia Atlántica) que está en el Palmar Alto, de la encina (Quercus Ilex) que está en la carretera que bordea la Presa de La Encantadora, del acebuche (Olea Europeaea ssp. Guanchica) del Camino del Roque; y sobre todos destacaba el barbuzano (Apollonias Barbujana) centenario en la carretera de entrada al casco de Vallehermoso. Ahí queda.
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Manuel Méndez Santos se subía por las paredes cuando llegaba el mes de junio. Los muchachotes, machete en mano, dábamos vueltas por Morera, por Las Dionisias, por Garabato buscando troncos que cortar para su quema en la víspera de San Juan. Gracias a su vigilancia esa zona puede presumir hoy de conservar la muestra de sabinar más esplendoroso a esa cota. También el mocanero (Visnea Mocanera) que está por encima de su casa es fruto de la disuasión permanente que ejerció para evitar que lo troncharan para alimento del ganado.
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