La cuarta opción.
Nadie, y en mi caso aún educado en principios católicos, tampoco creo que debamos pensar en Dios como responsable de ese cometido.
Nadie. Ni en lo divino ni en lo humano, no se conoce a ningún ser, mas allá de aquellos fabulados en cuentos de hadas y leyendas infantiles, que posea una varita mágica con la que de manera infalible vaya transformando el mal en bien, que sea capaz de dar solución a lo insoluble o que corrija defectos con el contacto del palito. Nadie, y en mi caso aún educado en principios católicos, tampoco creo que debamos pensar en Dios como responsable de ese cometido.
Si partimos de ahí, del punto en que la magia no es solución para los embrollos, problemas, y carencias humanas, entonces: ¿quién y en qué forma le podría dar solución?.
Bueno, una primera respuesta puede ser depositar la confianza en que fuerzas como el transcurrir del tiempo, el destino, el azar o la providencia, de un modo en verdad difícil de explicar con palabras, sean por si mismas capaces de venir al rescate de nuestros problemas. Fuerzas que por su naturaleza inmaterial se escapan al control humano y frente a las nada podemos hacer por cambiar sus designios, estamos pues en manos de lo que puedan buenamente dictar sobre nuestras vidas. Al respecto todos hemos escuchado expresiones coloquiales del estilo “ ¿Y qué vas a hacer mi hijo si la cosa viene así?”, “ Lo que está pa´uno no se lo quita nadie”, “ Es inútil luchar contra el destino, el que nace verraco muere cochino”.
Otra opción es pensar que los problemas le pertenecen a cada persona y que cada uno de nosotros, individualmente, debemos buscar solución a lo que nos pase. De esta forma, no todo, pero mucho de lo que acontece podría ser influido por nuestra actitud y comportamiento y deberíamos luchar de manera individual y esforzada por encontrar lo bueno y desechar lo funesto. Lo hemos oído muchas veces: “Hay que moverse mi niño, porque nadie te va a llevar nada a casa”, “ Si no miras tú por ti ¿ quién lo va a hacer?“, “ Yo, a lo mío que nadie te regala nada en la vida”.
Una tercera vía es creer que los poderosos, los políticos, los grandes empresarios, los banqueros, las fuerzas neocapitalistas, las conjuras judeo-masónicas o qué se yo, todo lo pueden y dominan. Serían fuerzas indescriptiblemente poderosas, oscuros lobbys de poder que todo lo controlan todo contra las que nada o poco se puede hacer. O quizá sí se podría hacer algo ya que, bien pensado, siendo tan omnipotentes convendría estar de su lado, caerles simpático o plegarse a sus intereses.
Expresiones que vienen al encuentro de esta forma de pensar serían: “ El pez grande se come al chico”, “ La mamandurria no se puede cambiar, son siempre los mismos”, “ ¿ Y qué vas a hacer si al final ellos se ponen de acuerdo y a ti te toca fastidiarte?.
Una cuarta opción podría ser entender que las anteriores circunstancias pueden, en mayor o menor medida, tener lugar y tienen una influencia y un radio de acción de importancia, pero que no determinan completamente nuestras vidas, que tenemos posibilidad de cambiar muchas cosas de las que nos sucedan.
Pero el esfuerzo no debe centrarse en exclusiva en nuestros problemas particulares, habríamos de dejar parte de nuestras fuerzas para luchar por lo colectivo, por la sociedad como grupo. Los demás, convencidos de que la unión hace la fuerza, harán lo mismo y al final por aquello de las sinergias seremos más eficaces y se obtendrán los frutos. Me gusta la cuarta opción, la misma que pareció gustar y convencer a millones de americanos cuando su presidente en plena campaña electoral vociferaba “Yes, we can”.