El apellido: Una herencia natural
"Más que una ley, parece un chiste salido de la genial elocuencia del humorista Forges"
Nadie se acuerda ya de algo que pasó casi desapercibido hará un par de años, y, como no haya quien lo remedie, en breve entrará en vigor una Ley que aprobó el Congreso en 2.011, referente al apellido del nacido en casos de desavenencia entre los padres. Más que una ley, parece un chiste salido de la genial elocuencia del humorista Forges. Dice así: “en caso de desavenencia entre los cónyuges, el nacido llevará el apellido que dictamine el funcionario de turno del Registro”.
Uno no acierta a averiguar la relación que puede haber entre el conflicto y el funcionario de turno, y, como en tantas otras cosas, sólo se entiende cuando nos damos cuenta de que seguimos en la España de la pandereta. Habían discutido con anterioridad otro despropósito: “prevalecerá el orden alfabético del apellido de los cónyuges”. No me atrevo a matizar cual de las dos paridas (que de parto va el asunto) es más absurda.
Estuve tentado de enviarles otra sugerencia antes de que se me adelantara Forges: “prevalecerá el apellido del cónyuge que llegue antes al Registro”, pero, en este caso, podría jugar con ventaja el hombre, así es que, como nunca he sido machista, decidí no intervenir.
Era un espectáculo ver a los políticos por televisión defendiendo, tan serios, semejantes bromas. En esto, nada tienen que ver las ideologías; en España no existen las ideologías políticas, o, dicho de otra forma, no se practican, aunque los políticos posean un ligero barniz de tendencia hacia uno u otro lado, pero nada más.
Las ideologías se han ido quedando todas en un camino pedregoso de corrupción, que, al final, confluye en la única ideología imperante en nuestro País, la C.P.N.: Casta Política Nacional. Nuestra mente está ya tan castigada por nuestros gobernantes, que necesitamos, a modo de mecanismo de defensa, reírnos de casi todo para poder sobrellevar tantos males y no desfallecer nunca, aunque la Ley de Murphy alcance con nuestros gobernantes unas cotas no conocidas ante.
No es preciso inventar nada para llegar a una solución congruente (Camilo José Cela, nuestro insigne Premio Nobel, decía que “no hay ya nada nuevo, todo está dicho, pero como la gente no pone atención hay que repetirlo todos los días”. Pues bien, en Portugal, el apellido que hereda el nacido es, siempre, el de la madre, con el que queda registrado, aunque, luego, use, o no, el del padre.
Nada tan lógico, ni tan natural: nadie puede poner en duda quien es la madre de la criatura, mientras que no siempre se puede asegurar que el padre sea el marido, o compañero de la madre; pero si, además, hay desacuerdo, para qué les voy a contar, las dudas aumentan. Es muy conocido el sabio dicho popular, “los hijos de mi hija, nietos míos son; los de mi hijo, lo serán, o no.”
Hay más de un caso en el que el marido, o compañero de la parturienta, no ha tenido nada que ver en la refriega, envite, o lance previo necesario al conflicto que se ventila (verbo éste que uso ahora con respeto y en su más recta acepción) debido a que la señora en cuestión ha decidido previamente y por su cuenta, ventilar el asunto en una instancia (y estancia) ajena al cónyuge, dicho sea también con respeto, y total apoyo a la señora, que por algo lo habrá hecho.
En su momento, no escuché ninguna voz discordante de las féminas del Gobierno, o políticas en general, tan defensoras de sus derechos en algo tan natural y justo como es la evidencia de haber tenido al nacido en su vientre para que pueda darle su apellido a su propio hijo. Tuvieron estas señoras una buena ocasión para posicionarse junto al sentido común, y a lo más natural.
¿Que por qué lo traigo ahora a colación, sin venir a cuento? Pues mire usted, hoy me había propuesto no hablar de los políticos, a fin de descansar y coger aire para mañana, pero no lo he conseguido, y, de todas formas, ya se ha iniciado la cuenta atrás para que el asunto en cuestión sea de obligado cumplimiento, y coja por sorpresa a más de una, o uno.
No comprendo que pueda ser tan difícil legislar partiendo de la lógica y, en este caso además, de la sabia Naturaleza, redactando algo así como: “prevalecerá, en todos los casos, el apellido de la madre, con el cual será registrado el nacido, con independencia de que posteriormente use indistintamente uno u otro apellido”. Pues no señor.