Destitución política
El Gobierno tiene fuerza suficiente para borrar del mapa a quien se ponga en su camino, y se atreva a destapar públicamente sus corrupciones
Puede aguantar un tiempo las evidencias que airee el periodista, pero el pulso lo ganará siempre el político. Ha sido el caso de Pedro J. Ramírez, Director hasta hoy del Diario el Mundo.
Diversos escándalos destapados con razón, sobre todo, el asunto Bárcenas, ha sido la gota que colmó el vaso de la conciencia culpable del Gobierno. Se entendería que esta fuerza bruta radicara en los ciudadanos que, en definitiva, son los que pagan a los políticos, pero no en éstos, ni hasta estos extremos, es decir, eliminar la opinión molesta de un periódico.
Habría que entender que el Gobierno viene a ser como el servicio contratado para gobernar una casa, donde, ante un abuso, o mal comportamiento de algún componente del mismo, la cocinera, por ejemplo, se la despide sin indemnización de ninguna clase.
Pero sería inconcebible que el servicio, demostrado su mal trabajo o abuso, pudiera revelarse contra el amo, e, incluso, echarlo de su propia vivienda. Esto es lo que ocurre en España. Que tropezamos con el servicio que pagamos todos y no podemos implantar mejoras tendentes a recuperar nuestra propia casa arruinada por el maldito servicio, y en beneficio exclusivo del mismo.
Y cualquier medida congruente que desee hacer el pueblo, podrán echarla abajo cuando se les antoje; y si un día pretendemos echarlos a la calle para gobernar nosotros nuestra propia casa, serán ellos los que nos echen a nosotros. Pedro J. Ramírez lo sabe bien. Es para temblar.