Fuerte como el barro
Nuestra 'locera' más conocida 'Rufina la del Cercado' descansa ya en la misma tierra a la que durante toda su vida dio forma, modeló y dominó con sus manos
Rufina González no pudo evitar la llamada de la arcilla que marcó su vida y debe estar ya en un paraíso terrenal lleno de vasijas, de mujeres con arrugas profundas como nuestros barrancos y manos callosas. Mujeres que con una voluntad, resignación y paciencia colosal modelaban sus ancestrales piezas, mientras se entretenían con alguna charla.
La Gomera debe ser el lugar de Canarias donde el espíritu y herencia de los aborígenes se ha mantenido en su esencia más pura. Los encontramos en nombres, en tradiciones, en sonidos, músicas, en el rostro de sus habitantes o en la alfarería. Esta semana comenzó con la triste noticia de que había fallecido Rufina uno de los últimos eslabones de esa rica tradición que supone fabricar con barro objetos útiles y a la vez de una tosca belleza. Una perdida muy triste para todos los gomeros y aún más para su hija, Maribel y sus tres nietas.
La tradición continuará porque al igual que hemos hecho con el silbo, estamos empeñados en que La Gomera no pierda bajo ningún concepto sus principales señas de identidad. Que El Cercado se haya convertido en el último reducto de esta ancestral modalidad no quiere decir que sea su final. Ya se cuidarán las institucinoes y sus alumnos de que no ocurra así.
Rufina heredó esta tradición de su madre Guadalupe que a su vez la recibió de la suya, Nazaria. Y así hasta remontarnos a los tiempos más legendarios de nuestra historia. La alfarería de La Gomera surgió del mundo indígena y sobrevivió en la época de penurias en la que se convirtió en una forma de supervivencia. Rufina recordaba como junto con su madre andaban kilómetros descalzas con las piezas sobre sus cabezas en un imposible marabalismo para venderlas en Hermigua o Vallehermoso.
Dias de caminatas y de estancias en cada uno de los pueblos hasta que se quedaban sin mercancía. Por supuesto dormir en pensiones era poco menos que un lujo inalcanzable. Pero con el tiempo y el desarrollo de nuestra Isla la alfarería pasó a convertirse en un privilegio.
Dejó de servir para garantizar la supervivencia de las familias más humildes y entonces adquirió estatus de artesanía. Las piezas pasaron de ser utilizadas en las cocinas a adornar casas de canarios y turistas. Un lujo de barro sobre el que se pueden adivinar los dedos de quienes fabricaron estas vasijas. Unos dedos que no se mueven solos sino guiados por toda una tradición milenaria.
La alfarería de La Gomera nos retrotrae a un mundo duro, incluso cruel y lleno de miserias, pero también a nuestro espíritu más ancestral. Ese que se escucha cuando suenan los tambores, la chácaras y alguna de nuestras intérpretes más antiguas entona canciones de un extraño primitivismo. Rufina, las chácaras, el silbo, los tambores, el almogrote, las palmeras y su miel. Todo eso despierta algo en nosotros que ni siquiera podemos identificar. Algo que tiene mucho de legendario y por lo tanto de irracional, en el mejor sentido de la palabra.
Desde el Cabildo hemos hecho todo lo que está en nuestras manos para mantener esta artesanía viva. Y estamos seguros de que así ocurrirá mientras, al menos, una de estas mujeres siga tallando sus piezas. El pasado mes de octubre aprovechando la Bajada de la Virgen hicimos un sentido homenaje a Rufina, ante el presagio de que la tierra a la que dedicó toda su vida la estaba ya reclamando.
Fue un acto sencillo con el que queríamos dejar claro el reconocimiento del Cabildo a su labor. El último regalo que nos ha hecho Rufina ha sido, irónicamente, dar un paso más en la supervivencia de la alfarería de La Gomera.Y es que tras su muerte de nuevo hemos vuelto a reparar en su inmenso y ancestral legado, hecho de barro y por lo tanto fuerte y casi indestructible.