La desorientación
Es un síntoma grave de confusión mental que avisa de la posible existencia de deterioro cognitivo. Esta semana pasada he tenido la creciente sensación de que nuestro país se encuentra precisamente así.
Lo ocurrido en el Congreso de los Diputados de España ha sido una perversión de los mecanismos de la democracia para utilizarlos al servicio de un espectáculo electoral. Un partido político que practica el populismo más extremo no ha dudado en celebrar un “show” pretendiendo ganar protagonismo, aunque sea a costa de crispar aún más a nuestra sociedad. Pero sería un error considerar una excepción esto que se ha hecho, aunque, en este caso, le saliera el tiro por la culata. El comportamiento general del país, de la vida pública y de los propios medios de comunicación, está sesgado por la precipitación y el alarmismo.
Las redes sociales y los titulares convierten a cualquiera en culpable sin que se haya celebrado juicio alguno. La presunción de inocencia es una palabra obsoleta que solo se practica, en el mejor de los casos, en las instancias judiciales. Y es terrible vernos a los políticos dando explicaciones de por qué hace años nos hemos tomado un café con un individuo que más tarde se ha sabido que está investigado, como si todos los días a todas horas no hablásemos con todo tipo de personas que vienen a contarnos sus problemas, a darnos información o a exigir que se les solucione un problema grave con la administración. ¿Quién puede saber si la persona con la que hablas, pasado el tiempo, va a verse afectada por un escándalo judicial?
Nuestra sociedad está desorientada porque ha perdido una percepción clara de su situación y sus necesidades. Porque existe una imposibilidad real de poner de acuerdo a tantos egos y ambiciones enfrentadas. Hemos perdido la capacidad de debatir constructivamente y de proponer soluciones a problemas comunes. Se aprueban leyes con una alta carga ideológica, que solo son aceptadas por una parte de la sociedad, y que pasado mañana serán cambiadas si se produce un cambio de mayorías de gobierno. ¿No tiene más sentido que aprobemos normas consensuadas por una amplia mayoría cuando se trata de leyes que definen los valores que debemos aceptar todos en nuestra vida en común?
La precipitación por cambiarlo todo en un día, la prisa por construir una sociedad que consideran más justa, hace que algunos cometan graves imprudencias. Estoy seguro que lo hacen con el entusiasmo revolucionario de quienes creen que un país se transforma desde el Gobierno, pero no es así. Una sociedad cambia siempre lentamente a impulsos de leyes prudentes, de educación y de cultura y, sobre todo, de tiempo. La prisa es muy mala consejera.
Afortunadamente muchos jóvenes de hoy, incluso los que están en política, desconocen las tensiones y miedos que se vivieron en los años en que España cambió. Los asesinatos terroristas que se llevaron la vida de muchas personas, que estuvieron a punto de hacer fracasar nuestra democracia y que provocaron un intento de golpe de estado. Justo en ese momento, en el peor momento, la izquierda del PSOE llegó al gobierno de este país y desde el poder hizo el mayor ejercicio de inteligencia y prudencia que se ha dado en nuestra historia reciente.
Los gobiernos de Felipe González actuaron con sentido de Estado, con la ambición de que sus decisiones beneficiaran a la gran mayoría de los españoles y fueran aceptadas por esa gran mayoría de ciudadanos. Y también desde la oposición se colaboró críticamente en esa tarea. Sabíamos de dónde veníamos, dónde estábamos y a dónde queríamos ir: hacia Europa y la modernidad. Y en poco años se logró el milagro de una prosperidad y una estabilidad que hoy parece que ha existido desde siempre.
Mirando los excesos de ahora, las descalificaciones y las prácticas populistas, la sensación es que estamos pedaleando en una de esas bicicletas estáticas que por mucho que te esfuerces no se mueven del mismo sitio. Es imposible que seamos capaces de avanzar si no somos capaces de ponernos de acuerdo en hacerlo. Si no nos orientamos todos y decidimos hacia dónde y cómo queremos ir. Y a la vista de lo que ha pasado en el Congreso y de la falta de unidad y de repulsa ante uno de los absurdos más deplorables que ha vivido nuestra democracia, existen muy pocas posibilidades de que podamos hacerlo.