Lecciones que hay que aprender
Hace unos días se publicó un informe de Cáritas y la Fundación Foessa titulado ‘Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España’. Y una de sus conclusiones es que, como ya ocurrió con la primera gran crisis económica del 2008, la pandemia ha provocado que más de 2,7 millones de jóvenes entre 16 y 34 años se encuentren afectados, en toda España, por situaciones de exclusión social. Es un dato terrible que tiene peores indicadores aún en Canarias. La inquietante pregunta es que si se están dando estas cifras, a pesar del esfuerzo en gasto social y en ayudas realizado por el Gobierno de España ¿qué habría ocurrido y cómo estaríamos si no se hubiera hecho nada?
Las consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia son espantosas. Hay un triste saldo de víctimas y de familias destrozadas y de padecimientos crónicos de pacientes a los que les han quedado secuelas físicas o psicológicas. Y hay también un empobrecimiento general causado por la paralización de la vida económica, la caída del turismo y las restricciones sociales que han afectado al comercio y a la restauración.
Todos creemos que este año saldrá el sol, por fin, después de dos años de oscuridad. Salvo que ocurra algún acontecimiento imprevisto, el mundo va a retomar una nueva normalidad y se reactivará la economía, especialmente a partir del segundo semestre del año. El turismo volverá a Canarias y con él, el empleo y la actividad en el comercio, el ocio y la restauración. Recemos para que sea así.
Pero haríamos mal en no aprender de las amargas lecciones que nos ha dado la experiencia. Este avión no puede seguir volando con un solo motor. En los años en que mejor ha funcionado el sector turístico en las Islas Canarias seguíamos teniendo una tasa de paro —y sobre todo de paro juvenil— absolutamente inaceptable. No se puede pretender que una sola actividad económica soporte el peso de todo el empleo de una región con más de un millón de activos.
Como ya he dicho más de una vez, nuestra tierra necesita una profunda reforma de las administraciones públicas, para ponerlas de verdad y con eficacia al servicio de los emprendedores, de la actividad económica y de los ciudadanos. Pero además se requiere apostar por nuevas fuentes de riqueza. Nadie impide que Canarias se convierta, por ejemplo, en un territorio donde se enseñe el ‘know how’ del mundo de las energías renovables y donde se fabriquen equipos e instalaciones que muchos países del vecino continente necesitarán dentro de poco tiempo. Tenemos también la posibilidad de aprovechar nuestra situación geográfica para impulsarnos como nodo del comercio y revisar nuestras estrategias fiscales al servicio de ese objetivo. Existen alternativas y estrategias que podemos discutir y elegir. Porque la peor de nuestras decisiones será no hacer nada y perpetuar el monocultivo en el que estamos instalados desde hace décadas.
Se ha hecho un extraordinario esfuerzo para salvar a los más débiles de los efectos de esta nueva crisis. Lo ha hecho la Unión Europea, el Gobierno de España y nuestro Gobierno en Canarias. Se han repartido cientos de millones en fondos de ayuda a las pymes y autónomos. Se han asignado nuevos recursos humanos y mayores dotaciones económicas a la Educación, la Sanidad y las ayudas sociales. Hemos hecho más cuando más se necesitaba. Y a pesar de todo, el saldo de sufrimiento y de exclusión social es terrible.
Si este año la economía arranca es importante que aprovechemos esos nuevos vientos para impulsar un crecimiento más justo. Crear empleo es una necesidad perentoria de Canarias. Empleo estable y de calidad. La mejor acción social de cualquier gobierno consiste en promover la riqueza que produce la actividad económica de sus sectores productivos. Y el gran reto de Canarias, una vez superemos las secuelas de estos años terribles, es que seamos capaces de reinventarnos conservando y protegiendo lo que nos funciona y descubriendo qué nuevas cosas podemos hacer.
La mala calidad democrática de la política que hoy se hace en España nos hace olvidar, muchas veces, para quién debemos trabajar los que estamos en la vida pública. Nuestros grandes adversarios no son los demás partidos políticos, sino el paro, la exclusión social, la pobreza, la ineficiencia. Estos dos años de recesión y sufrimiento deberían habernos enseñado esa lección.