Nos va la vida
Hace ya algunos años se hizo famosa una película en la que un personaje quedaba atrapado en el tiempo, viviendo una y otra vez el mismo día. Pese a ser una comedia, la historia presentaba muy bien la desesperación de un ser humano condenado a soportar el mismo día todos los días, eternamente.
Salvando la distancia entre la imaginación y la realidad, a Canarias le sucede algo muy parecido. Vivimos atrapados en un bucle infinito en el que una y otra vez estamos condenados a explicar las mismas cosas. Porque quienes viven en el continente ignoran en múltiples ocasiones las especiales condiciones y limitaciones que se padecen en un territorio ultraperiférico y fragmentado como el nuestro.
Poca gente sabe que la distancia entre El Hierro y Lanzarote, unos 450 kilómetros en línea recta, es casi igual a la que hay entre Madrid y Barcelona, más de la que hay desde la capital de España a Vigo o el doble de la que hay a Bilbao. La enorme diferencia es que en el territorio peninsular, los ciudadanos pueden desplazarse en sus vehículos o en la gran red ferroviaria nacional y aquí en las Islas tenemos que saltar el mar en aviones o atravesarlo en barcos.
Una y otra vez tenemos que explicar lo que somos en esta tierra que hoy celebra sus primeros cuarenta años de libertad y autonomía. Tenemos que razonar que las especiales condiciones fiscales de las islas no son privilegios, sino una manera, siempre insuficiente, para intentar igualar las condiciones de vida de los ciudadanos europeos que viven en esta tierra con los que viven en el Continente. Y a poco que uno conozca la realidad de España se da cuenta de que hay muchos otros lugares que, sin padecer las limitaciones y sobrecostos que afectan al Archipiélago, disfrutan de condiciones muy singulares.
Prestar servicios sanitarios en un territorio formado por islas es muy difícil y muy caro. Y condena a algunos ciudadanos a tener una red de salud peor que la que tienen otros que viven más cerca de las grandes infraestructuras hospitalarias. Lo mismo ocurre con la Educación. Y con la Formación Profesional. Y, en general, con todo lo que se refiera a servicios y oportunidades. Todo eso estamos condenados a explicarlo una y otra vez, como si viviéramos atrapados en el tiempo. Por eso solemos traer a estas islas a políticos europeos, como ha sucedido hace unos días en La Palma, para que sean conscientes de la distancia y de las dificultades.
En estos momentos nos enfrentamos a una nueva amenaza. La Unión Europea quiere imponer una nueva fiscalidad al queroseno de aviación. En la mejor de las interpretaciones se trata de un impuesto que pretende reducir el número de vuelos y, por lo tanto, la contaminación que sin duda produce el tráfico aéreo. Y ese buen fin es, sin embargo, una amenaza terrible para un territorio como el nuestro y para cualquier región ultraperiférica de Europa condenada a la dependencia de su conectividad aérea. Menos vuelos o vuelos más caros son dos filos de una espada que nos apunta directo al corazón.
No se trata, como dicen algunos, de rehuir nuestra responsabilidad en la lucha contra el calentamiento global. Tenemos mucho que decir y que hacer en ese terreno: aumentar la producción de energías renovables, apostar por vehículos eléctricos… Lo que no se puede es pedir el mismo esfuerzo a un deportista de élite que a una persona que padece una limitación de movilidad. No es justo. Canarias depende de forma casi absoluta de su sector turístico. Y ya vimos durante la pandemia cómo se hundió nuestro PIB, cuando desaparecieron nuestros visitantes, y los efectos que tuvo en la pobreza de las islas.
El Gobierno de Canarias ha conseguido para Canarias una prórroga en la aplicación de la nueva fiscalidad hasta el año 2030. Es un logro, pero no es suficiente. Primero, porque ocho años pasan en un parpadeo. Pero, además, porque en esa excepción no están contemplados los vuelos de las Islas Canarias con terceros países. Es decir, el tráfico turístico.
Encarecer el precio de los vuelos en una cantidad que aún desconocemos puede ser demoledor para la capacidad de competir de Canarias. Hay destinos turísticos en España que no dependen exclusivamente, como estas Islas, de las conexiones aéreas. Y hay otros, fuera de la Unión Europea, que no aplicarán esos impuestos a los aviones de sus compañías aéreas sino que, muy probablemente, aprovecharán para bajar sus precios y captar la mayor cantidad clientes.
Todo esto es un riesgo que no podemos correr, porque nos va la vida en ello.