Por más razones que nunca

"Tengo una sensación difícil de explicar. Cuando camino por las calles de nuestros pueblos y hablo con la gente, me doy cuenta de que lo que está haciendo la política de hoy, eso que se llama la gran política tiene muy poco que ver con sus preocupaciones"

 Porque lo que escucho de los vecinos son sus inquietudes por la marcha de su pequeña empresa, de su trabajo, del precio de la cesta de la compra, del costo de los combustibles o de las dificultades para llegar a fin de mes. Lo que la gente me cuenta son las cosas del día a día, las que tienen que ver con su calidad de vida, con su preocupación por dónde les cuidarán cuando sean mayores o de qué manera pueden asegurar un futuro para sus hijos.


La realidad de la política está situada aparentemente en otro mundo muy distinto y lejano. El fracaso en la negociación para formar un nuevo gobierno en España nos va a llevar a unas cuartas elecciones en cuatro años. Es mucho dinero y mucho esfuerzo de mucha gente para nada. Se hace difícil creer que los grandes partidos de este país, por muy diferentes que sean sus ideologías, no hayan sido capaces de ponerse de acuerdo en los grandes problemas que afectan a la vida de las personas: la modificación de la reforma laboral, el esfuerzo presupuestario en el gasto social, la nivelación de la calidad de vida entre todos los territorios y todos los ciudadanos del Estado para conseguir criterios de equidad y justicia social. 


La sensación es que han primado más los desentendimientos personales y las aspiraciones electorales. Y es difícil hacer distingos en términos de responsabilidad porque los trescientos cincuenta diputados del Congreso fueron elegidos por los ciudadanos y deberían haber respondido con responsabilidad a ese mandato.


A todo el que quiera escucharme le debo decir que no debemos desfallecer. Dice una frase que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Yo creo que este país se merece un gobierno sólido y confiable. Un gobierno fuerte que sea capaz de afrontar las grandes incertidumbres que nos acechan. Y para conseguirlo, debemos acudir a votar. Aunque sea con la decepción de que lo que hemos votado hasta hoy ha servido para bien poco. Pero nuestra única fortaleza es la democracia y nuestra única esperanza es que la cordura y la responsabilidad termine germinando en el espíritu de nuestros grandes dirigentes. 


El 10 de noviembre debemos volver a votar, con el corazón y con la cabeza. Abstrayéndonos de la confusión del debate de las culpas que se echarán unos y otros, porque en el fondo todos somos igual de culpables en haber perdido la capacidad de entendernos en una sociedad que parece cada vez más desquiciada. Hoy vivimos la cultura de la confrontación en los concursos de la TV, en la calle y en el Parlamento. Y aunque reconozco que no todos tienen la misma responsabilidad, hemos inoculado la enfermedad del desencuentro en todos los ámbitos de la vida. 


Para Canarias, la noticia de que no haya gobierno es especialmente mala. Seguimos pendientes de una financiación que se complica con esta provisionalidad continuada. Y no tenemos el respaldo de un gobierno de España fuerte y capaz de implicarse en las medidas de contingencia de un brexit cada vez más cercano cuyos efectos se empiezan a sentir ya en la sociedad británica, en particular, y en la economía de los países de la Unión. La subida del precio del petróleo y por tanto de los combustibles, el ajuste de las compañías aéreas que reducen sus plazas aéreas con Canarias y la competencia de otros mercados turísticos con menores costos de mano de obra y otras reglas fiscales, amenazan nuestro gran sector económico de éxito. Y en cierta medida el Gobierno de Canarias está combatiendo solo contra esta tormenta perfecta que nos acerca a una difícil situación económica.


La gente que se preocupa por su vida cotidiana, por el futuro de sus hijos, de su empresa y su familia, tiene razones para estar decepcionada y cabreada con la política de hoy. Pero tienen más razones para votar. Hay que sacar fuerzas de la flaqueza de esos sentimientos de frustración. Para creer que es la voluntad de todos, expresada en una papeleta, la que nos hace más fuertes y más responsables. Confiemos en que los sordos terminarán por oír y los torpes terminarán por entender. Porque sin la gente, sin los ciudadanos, la política es un cascarón vacío.


Sé que muchas personas están defraudadas y enfadadas. Que sienten que les han fallado otra vez. Pero por eso tenemos que perseverar. Porque cuando hay que hacer el mayor esfuerzo es en el momento de mayor dificultad. Y porque solo los ciudadanos pueden dar el ejemplo que es necesario ahora mismo. Por eso, por más razones que nunca, tenemos que ir a votar el 10-N. Nosotros sí.