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domingo, 22 de diciembre de 2024 00:00h.

Una verdadera pena

casimiro curbelo gomeraactualidad

Un millón de euros es la suma de los salarios de más de ochenta personas en un año. O lo que cuestan más de cien mil menús de esos que se pueden encontrar en muchos restaurantes y cafeterías de nuestras islas.

Un millón de euros es muchísimo dinero, sobre todo para los que tienen que pagarlo en impuestos con el sudor de su frente. Pero los políticos y los medios de comunicación hablamos todos los días de millones de euros sin darle importancia.

Digo esto porque me parece muy grave que todos los ciudadanos de esta tierra, que tantas necesidades tienen, acaben perdiendo unos seiscientos millones de euros por el desentendimiento entre los gobiernos de España y de Canarias. No puede ser, no debe ser y es una falta de respeto a quienes han pagado ese dinero en impuestos que cuestan sangre, sudor y lágrimas.

España es un país muy curioso donde se producen cosas realmente raras. En las administraciones públicas, por ejemplo, si tienes una partida presupuestaria --o sea, dinero-- y no te la gastas en el ejercicio, corres peligro de perderla. Hasta hace muy poco, lo que se incentivaba realmente en la función pública era a gastar todo el dinero disponible. En la actualidad, lo que ocurre es que se ponen todas las trabas posibles a que lo hagas. En los últimos años, las leyes y reglamentos se han vuelto cada vez más garantistas. Y eso, para las administraciones locales,  que son las que están más cerca de las personas y tienen que resolver sus problemas, se convierte a veces en un enorme problema.

En estos días de precampaña electoral ha surgido un debate. El Gobierno central ha determinado que Canarias tuvo un superavit de novecientos millones de euros el año pasado. Es decir, que se dejó sin gastar ese dinero. ¿Y qué pasa con el dinero que se queda sin gastar? Que se pierde. Termina en manos de los bancos a los que el Gobierno obliga a pagar la enorme deuda que tenemos con ellos. Novecientos millones de euros son muchos millones. Con ese dinero se podrían crear muchos empleos, se podrían contratar muchos empleados para la Sanidad o la Educación, se podría ayudar a muchas personas y familias que se encuentran en situación de extrema necesidad.

El Gobierno de Canarias asegura que Madrid ha metido en las cuentas del año pasado los seiscientos millones de carreteras que nos tendrían que haber pagado por sentencia judicial. Porque el PP, cuando gobernaba Mariano Rajoy, incumplió el convenio de carreteras con Canarias y recortó el dinero que tendría que habernos llegado, sin tener derecho legal a hacerlo. Como casi todas las cosas últimamente, esto se ha convertido en un enfrentamiento mediático, donde unos partidos dicen una cosa y otros dicen otra. Y todo eso está muy bien, pero la cuestión es que una tierra con los problemas que tiene la nuestra no se puede permitir perder seiscientos millones de euros.

El mejor ejemplo que los partidos políticos podemos ofrecer a la gente es que seamos capaces de ponernos de acuerdo en algunas pocas cosas que claramente sean importantes. Y esta lo es. Estoy seguro, absolutamente seguro, de que todos los políticos de Canarias, sean del partido que sean, están de acuerdo en que los seiscientos millones estarán mejor empleados haciendo carreteras necesarias, aumentando el presupuesto de Sanidad, contratando más profesores o dotando los fondos para la lucha contra la pobreza.

Estoy seguro; no, segurísimo, de que todos pensamos lo mismo. Y si es así ¿por qué están discutiendo unos y otros de quién es la culpa de que ese dinero no se haya gastado? Lo que tendríamos que estar mirando es de qué manera podemos rescatarlos, de qué forma podemos convencer a Madrid de que, en vez de estar en el bolsillo de la banca esos muchísimos millones tienen que estar destinados a mejorar la vida de nuestros ciudadanos.

No hace falta ser un genio para llegar a estas conclusiones. Y lo que me produce una enorme tristeza es que los personalismos y las diferencias electorales hayan envenenado tanto el alma de la política en nuestras islas como para que ni siquiera, en algo tan evidente, nos podamos poner de acuerdo. La verdad es que es una pena.