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viernes, 15 de noviembre de 2024 12:10h.

Demasiado viejo para trabajar, demasiado joven para morir

Me vino a la memoria el título de la vieja canción de los años setenta, cuando en uno de esos brujuleos que hago por redes sociales descubrí un asunto que no por conocido era menos interesante.

Pues bien, en una conocida red orientada a profesionales  y al mundo laboral en general, descubrí una publicación de una persona dedicada  profesionalmente a la selección de recursos humanos, en la que expresaba su satisfacción por el resultado final de un proceso selectivo para una empresa.

La reclutadora comentaba como en una selección de personal administrativo, después de las pertinentes pruebas selectivas, se había decidido por un aspirante que contaba con una edad de sesenta años, y convencida como estaba de que era el mejor perfil entre los aspirantes, había mantenido su criterio aún en contra del parecer del propio departamento de recursos humanos, que es como decir de la propia empresa.

Al parecer, la firmeza con la que mantuvo su criterio selectivo venció la inicial resistencia de la empresa para la contratación de una persona sexagenaria. Al mismo tiempo, ella expresaba su satisfacción, no solo con la selección realizada, sino que además comentaba que, una vez concluido el procedimiento con la aceptación por parte de la empresa del candidato propuesto para el puesto de trabajo requerido, este último no pudo contener las lagrimas y le contó a la selectora que llevaba dos años presentándose a procesos selectivos y siempre lo rechazaban por motivos de edad.

Como dije, este no es un asunto nuevo. Es una realidad del llamado mercado de trabajo el rechazar candidaturas de personas que si bien están en edad legal para trabajar, su madurez constituye “de facto” un obstáculo insuperable a la hora de ser tenidas en cuenta para la contratación. Personas perfectamente válidas para desempeñar un puesto de trabajo, se ven excluidas de estos sin más razón que el haber superado cierta edad.

Por experiencia en el mundo de los servicios de intermediación y colocación, sé que una vez has cumplido los cuarenta años de edad, si te quedas desempleado, es muy, pero que muy difícil, poderse reinsertar en ese mercado laboral. Mas bien, y al contrario, hay una alta probabilidad de pasar a ser un desempleado de larga duración.

Y la verdad, es que no hay razones de peso, ni biológicas, ni psicológicas, ni ninguna razón objetiva para esta discriminación por razones de edad. En otras palabras, no parece fundada, ni de sentido común esa pretensión de muchos departamentos de recursos humanos de reunir en el mismo candidato las cualidades de joven y con experiencia, porque a menos que volvamos a la lacra del trabajo y la explotación infantil, no parece que ambos requisitos no sean excluyentes entre sí.

Francamente, nunca entendí estas políticas de selección de personal en las que se discriminaba por edad. A cualquier persona inmersa en un proceso de reclutamiento para una empresa se le ha de juzgar por su formación y preparación para el desempeño del puesto de trabajo, por sus méritos y capacidad, pero no por rebasar una cierta edad, puesto que el cumplir años dentro de lo que es la edad legal para trabajar, dado que la esperanza de vida y la mejora de las condiciones higiénicas, sanitarias y de salud en general no han hecho mas que aumentar y mejorar en los últimos siglos, no supone ninguna merma de su capacidad productiva.

En realidad, cuando he tenido ocasión de hablar con expertos en recursos humanos y selección de personal, me han dejado bien claro que discriminar por edad no es precisamente una buena política selectiva. Claro está, que yo entiendo que esto es fácil de mantener en una conversación con alguien del que no dependes laboralmente hablando, pero bastante más difícil cuando la “política” de selección de las empresas no es proclive a seleccionar a personas que han rebasado los cuarenta años de edad.

Lo cierto, es que como se ha dicho, la verdadera selección objetiva, vendría dada por hacer
abstracción del sexo y de la edad, por ejemplo en las primeras fases de la selección, en la llamada criba curricular. Esto es, que los “curriculum vitae” deberían enviarse a los departamentos de selección sin ninguna referencia al sexo y a la edad del candidato, (y eventualmente el nombre, si de él pudieras deducir su sexo por ejemplo). De esta manera, al menos sólo pasarían la criba curricular aquellos que reuniesen los requisitos específicos que el puesto de trabajo requiera y sin que tengan peso las circunstancias subjetivas de cada candidato.

Como he expresado al comienzo, estas “políticas” de discriminación por edad en los procesos de selección de personal, no son nuevas, llevan mucho tiempo en el mercado laboral, pero sí por algo me llamó la atención la crónica del proceso selectivo que da pié a este artículo es por la valentía en el mantenimiento del criterio de selección objetiva frente a la corriente dominante, frente a lo “políticamente correcto” si se me permite la expresión, y también por el hecho de que frente a esos departamentos en los que a mi juicio, por esta y por otras razones, ni se aprovechan los recursos, ni son humanos.

Además, y si bien no son políticas nuevas, es a partir de ahora, con un desempleo que supera los cuatro millones de parados, cuando los departamentos deberían ir pensando en corregir los errores en los que han desembocado el mantenimiento de una serie de clichés y prejuicios carentes de toda base científica. 

Las personas, que no ya por experiencia profesional, sino personal, hemos visto como familiares y amigos que se han quedado desempleados cuando han rebasado los cuarenta años de edad, podemos dar fe del drama que se cierne no sólo sobre ellos, sino sobre sus familias.

Al drama económico que supone la merma de ingresos a las finanzas familiares, hay que añadir el nada desdeñable daño psicológico a personas que viéndose en plenitud de facultades para desempeñar un puesto de trabajo, se les margina y rechaza sin que nadie les de una razón válida.

Es terrible verse en casa sin poder aportar o aportar menos a la economía familiar, viendo como quizá, y en el mejor de los casos, la mujer y los hijos o hijas si tienen trabajo. Es muy desolador sentirse improductivo, siendo potencialmente tan productivo, como también he tenido ocasión de comprobar en los servicios públicos de empleo.

Ha sido tremendamente gratificante ver como trabajadores que habían quedado parados a una edad madura, al volver a reinsertarse en el mundo laboral, habían desempeñado las tareas encomendadas en su nueva empresa de una forma tan eficiente, que habían logrado lo que es casi imposible para el común de los mortales: ser prácticamente imprescindibles como trabajadores.

Por eso, ahora que los efectos de la pandemia son cada vez mas ostensibles en la economía, que los ERTES de antaño tienden a ser los ERES de hoy, y porque si bien es cierto que saldremos de esta y nos recuperaremos, pero no sabemos cuanto tiempo nos va a llevar llegar a la recuperación, esperemos que al menos esas políticas antiguas y erróneas de selección de personal sean superadas y que nuestra gente madura, válida y productiva laboralmente hablando encuentren el lugar que se merecen en un país que entre todos tenemos que levantar por el bien del mismo y de todos nosotros.