Papá, vámonos de España. Vivimos peor que los indigentes
Su empresa de estructuras metálicas iba viento en popa. Con 20 empleados en plantilla y tres autónomos subcontratados, José Mateos trabajaba por toda España. Cuando la crisis no estaba ni se la esperaba, se desplazó hasta Burgos para hacerse cargo de las ampliaciones proyectadas en el polígono de Los Brezos y de Almacenes Cámara.
A día de hoy, este zamorano exiliado por motivos económicos en Alemania no olvida la «preciosa» estampa de la Catedral. Tampoco el «frío terrible y la nieve», similares en su país de acogida.
Su historia se asemeja a la de tantos otros que, de un día para otro, se vieron con una mano delante y otra detrás. Con la temida recesión de 2008, la devolución de pagarés por parte de las grandes empresas para las que trabajaba le obligó a poner su patrimonio sobre la mesa.
Resistió como pudo, pero la bancarrota y la falta de oportunidades le condujeron a una situación insostenible. Cinco años después de bajar la persiana, no le quedó más remedio que vender el último coche que aún tenía en propiedad. Con los 1.200 euros que obtuvo y otros 630 de subsidio, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre.
«Papá, vámonos de España. Vivimos peor que los indigentes», le espetó su hija Yhasmin con apenas 10 años. Jamás olvidará Mateos esas palabras que le llegaron «al alma». Razón no le faltaba a la pequeña. «No teníamos ni para comer. La luz y el agua no podíamos pagarla. Comíamos criadillas con garbanzos y a los peques no les decíamos que clase de carne era». Sin perspectiva alguna de futuro, a punto de cumplir los 40 y con el paro instalado en su hogar, compró unos billetes de avión para él y su familia con destino a Alemania.
Atrás dejaba una época fatídica, «de desahucio en desahucio»y con «los asistentes sociales tras nosotros». Quiso poner punto final a esa «odisea», empezar de cero. Pero no lo tuvo nada fácil.
«A la desesperada», Mateos se topó por internet con una oferta de empleo en una fábrica. Ilusionado, invirtió parte de sus escasos ahorros (200 euros) para «gestionar los papeles». Ingresó la cantidad acordada en un número de cuenta y nunca más se supo. Recién llegado a Wuppertal, descubrió que la factoría no existía y «la Policía no pudo hacer nada».
Totalmente abatido, se subió a un tren «con la intención de volver a España». Por «suerte», las vías estaban cortadas y tuvo que hacer parada en Remscheid para que «los peques durmieran».
Aquel alto en el camino cambió su destino. Casualmente, Mateos y su familia conocieron a Paulino, cocinero del bar Andalucía, único en su especie en esta pequeña ciudad alemana. A través de él contactaron con José Antonio, un párroco español que «no dudó en recogernos, dándonos comida y cama hasta que a los 15 días encontré mi primer trabajo de soldador».
Por fin, después de tantas penurias, la suerte empezaba a sonreírle.
Con seguro médico y un salario suficiente para alquilar su primer piso, el empresario zamorano comenzó a ver el vaso medio lleno. Siete años después, Mateos continúa agradeciendo la ayuda de José Antonio, «nuestro ángel del cielo», y de la coordinadora española en Remschild. En la actualidad, trabaja para el Ayuntamiento recogiendo basura, con contrato indefinido y la satisfacción de ver cómo sus hijos «hablan perfectamente inglés y alemán».
Parece un cuento con final feliz, pero «no es oro todo lo que reluce». La percepción desde fuera dista mucho de la realidad que le ha tocado vivir. «No todos los alemanes van en BMW y Mercedes». Todo depende de la formación y la capacidad de adaptación a un entorno laboral que, de entrada, puede resultar hostil. «Si tienes título universitario o eres un trabajador especializado, se puede encontrar un puesto bien remunerado. Eso sí, en la mayoría de los casos tienes que saber hablar alemán o, por lo menos, defenderte muy bien». Por contra, si no perteneces a ninguno de esos dos grupos «no lo vas a tener nada fácil», aunque cabe la posibilidad de acceder a un empleo -generalmente en fábricas realizando tareas de producción- en el que «te dan 1.000 y poco euros limpios al mes sin saber el idioma».
Se puede ganar uno la vida «honradamente», pero ser mileurista en Alemania es mucho más complicado que en España. Además, el idioma es fundamental. Si no se domina, «te sentirás desplazado y desamparado». Por eso, precisamente, se apuntó a un curso intensivo financiado por el Estado al que sigue asistiendo cuatro horas al día. Lo malo es que «está lleno de trampas para que los extranjeros no podamos aprenderlo bien del todo». Por no hablar de las pronunciaciones, que varían de una zona a otra. De hecho, en una ocasión fue testigo de cómo «dos alemanes, uno del norte y otro del sur, acabaron hablando en inglés» porque eran incapaces de entenderse.
A pesar de las vicisitudes, Mateos ha logrado asentarse. Su hijo Leandro lo «pasó muy mal» al principio, pero tanto él como Yhasmin han logrado integrarse «perfectamente». No en vano, le duele la imposibilidad de «volver a vivir en la tierra que me vio nacer» porque España se ha convertido, según sus propias palabras, en una «máquina de hacer indigentes». Seguirá echando de menos las «tertulias» en Jerez de la Frontera, su última ciudad de residencia antes de partir, y el carácter «extrovertido» de sus paisanos. También los «paseos» de Burgos que tanto le gustaban, pero no le queda otra.
Mateos ha tenido que «renunciar a muchas cosas» para salir adelante. «En algunos casos se logra, en otros es una constante lucha», remarca con la intención de que su mensaje llegue a «todos aquellos que no han salido de su tierra y se atreven a criticar a quienes (...) nos atrevimos a buscar nuevos horizontes» pero «siempre con el corazón» en su país natal. Asimismo, si algo ha aprendido de esta experiencia es que «la solidaridad, ayudarse en familia, es lo mejor».