Angelillo, el molino y su tambor (Por Ricardo Jesús Valeriano Rodríguez)

El romance está en la cabeza de uno, son historias que pasaron. Es como un libro, como si uno fuera mirando un libro. Yo desde pequeño me ponía con los viejos a escuchar y a aprender romances.

Así comentaba Ángel Cruz Clemente, o Angelillo como lo conocimos todos, a un periodista hace muchos años. Angelillo, hombre criado entre aguas y molinos como un personaje de cuento, bebiendo de las historias cantadas y contadas que las personas mayores le trasmitían…

Ángel Cruz Clemente nació el 2 de noviembre de 1929 en Hermigua. Vivió siempre en su pueblo que le vio crecer dentro de una familia de nueve hermanos vinculada estrechamente al agua que convertía el grano en polvo y alimento. Conoció la evolución de los molinos de gofio y de su maquinaria. Toda la vida estuvo rodeado del ambiente que impregnaba la vida del molinero (ese aroma especial que desprende la molienda del grano tostado). Desde niño. Se crió en uno, el de su abuelo Cristóbal Cruz, que estaba en el barranco de Monteforte.

Eran tiempos del pago en especie. La gente venía con su saquito de millo, habitualmente tostado, aunque también podía ser crudo y el molinero se encargaba también de tostarlo, y cobraba no en dinero, sino en gofio: la maquila. Y no solo Angelillo debía atender al molino y su maquinaria, además tenía que dedicar tiempo a los animales y a las tierras. Eso desde niño. Había vacas, cabras y ovejas que cuidar y papas, millo y trigo que sembrar. 

Sin fuerza suficiente en las acequias que aprovechaban el curso del barranco para mover sus pesadas piedras, los molinos hidráulicos enmudecieron, dejó de escucharse el rumor del agua bajo sus piedras y con el tiempo quedaron solo paredes derruidas y tejados desplomados. En 1972 Angelillo compró el que tuvo en el Valle Alto y cada mañana empezaba a moler, también por la tarde se ponía a tostar y a moler si alguien así lo pedía.

Pero la pasión de Angelillo, además de su afición por los molinos, fueron siempre los romances. “Desde pequeño”, confesaba él mismo al periodista Yuri Millares (1) en 2007: “se ajuntaban de noche los viejos a romancear y yo a escucharles lo que cantaban, hasta que empecé yo a aprender un romance y diba al molino, estaba por la noche allí y me ponía a romancear”. Y cuando alguno de aquellos viejos iba por el molino, Angelillo aprovechaba la ocasión para preguntarle y que le dijera romances. “Después, al otro día me mandaban a soltar las cabras por esas bandas y me ponía yo a romancear. Y si me faltaba una palabra, cuando llegaba por la tarde iba a donde estaba el viejo a preguntarle, ‘oiga, Miguel, que sé hasta aquí’ y así aprendí muchos. Cantar es bonito, pero hay que saber cantar, responder al romance. Para cantar un pie hay que inventarlo", aclaraba

Angelillo en aquella entrevista. “Antes se cantaba en las casas y se nombraba al dueño de la casa. Se cantaba para todas las fiestas, por Navidad, en Noche Buena, en víspera de Año Nuevo, en víspera de Reyes... Comenzábamos desde abajo, en la playa y subíamos cantando casa por casa. Nos invitaban a café, vino, nos daban unos duros, cantando hasta el Valle Alto". 

Después fue él, junto a su tío Darío Clemente, quienes enseñaron los romances a las generaciones más jóvenes en el grupo Coros y Danzas de Hermigua y Agulo, dirigido por Lilí Ascanio. En su trayectoria, Angelillo tocó y cantó con muchas figuras de la música folclórica de Canarias, participando en programas tan conocidos como Tenderete y otros. Recorrió todas las islas y gran parte de la Península, llevando allí donde actuaba la cultura y la tradición de su isla. 

Entre algunas de las distinciones recibidas por Angelillo a título individual durante su vida cabe destacar el reconocimiento otorgado por la Asociación cultural y ecologista Tagaragunche en el año 2001 mediante el “Regatón de Hupalupa”, o el nombramiento como Hijo Predilecto del municipio concedido por el Ayuntamiento de Hermigua el 21 de junio de 2014.

Ángel Cruz Clemente nos dejó hace unos días, pero su recuerdo ha quedado imborrable en la memoria colectiva de los ciudadanos de La Gomera, y de Hermigua en particular, como gran romanceador del baile del tambor y difusor de nuestro acervo cultural. A él debemos que el pueblo gomero pueda seguir conservando y disfrutando de gran parte de sus tradiciones hoy en día. 

Yuri Millares, Revista Pellagofio nº 33 (1ª época). 7 de junio de 2007.