Coronavirus ( Versos de don Oswaldo Izquierdo Dorta)
Coronavirus
Hordas de hoces silentes,
invisibles, despiadadas,
van segando apresuradas,
por sorpresa, a mucha gente.
Van sembrando su simiente,
con su fiebre nos abrasan
y veloces se desplazan
para multiplicar sus filas.
Como caballos de Atila,
nos aplastan cuando pasan.
Cuando el contagio adelanta,
nos asfixia, nos ahoga,
como una apretada soga
que quiebra nuestra garganta.
Ningún fármaco lo espanta.
Ninguna pócima cura.
Desborda las estructuras
que nos venían sirviendo
y al destruir, va creciendo
junto con nuestra amargura.
Se extiende como el temor,
como la niebla y el fuego,
dejando a su paso un riego
de lágrimas y dolor.
Su ataque desolador
nos hace retroceder,
por no poder disponer
de antídotos, ni vacunas,
ni de panacea alguna
que lo pudiera vencer.
Porque el virus es la lanza,
el azote ciego y mudo.
La sanidad, el escudo
que equilibra la balanza
y la única esperanza
de lo que está por venir.
Se suma a este sufrir
el dolor que el mundo siente
al ver marcharse a su gente
sin poderla despedir.
Es la lucha de trincheras,
de privación y paciencia,
de búnker y resistencia,
de retrasar las fronteras.
De largos meses de espera
cediendo tierra quemada.
De atardecer y alborada
enlutadas permanente.
De tristeza de la gente
en su casa confinada.
Huestes que, al parecer,
han salido del Averno,
y a ese infestado infierno
tenemos que devolver.
Batalla por resolver,
ya que en ella va la vida,
y aunque ganen de salida,
con vacunas y unidad,
todos con la sanidad,
ganaremos la partida.