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jueves, 21 de noviembre de 2024 09:08h.

¿Dónde estabas, silbo herreño? (Por José Enrique Niebla Tomé*)

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“En una de éstas le pregunté por la utilización del silbo en las comunicaciones y me respondió tajante y categórico que  “aquí nos llamamos pero lo que es hablar conversación eso lo hacen los gomeros”. Después de escucharlo me sobrevino una decepción porque seguía yo empeñado en encontrar lazos ancestrales de un pasado común entre las dos islas hermanas. “Caramba, qué pena, le dije” y el me respondió:“cada uno es como Dios lo hace”.”

El pasado mes de mayo acudí a la presentación del libro dedicado al Silbo Herreño en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna. La obra elaborada por José Gavilán López, con portada dedicada al entrañable Eloy Quintero, me había despertado un interés especial en la búsqueda de similitudes y coincidencias en el legado cultural de las islas de El Hierro y de La Gomera, hermanas de dominación señorial hasta principios del siglo XIX. Pregunté, con muchas dificultades de protocolo (por problemas de tiempo no se podía extender el acto), y mi pregunta no tuvo una respuesta clara del por qué de la misteriosa aparición del nuevo silbo y ni siquiera tuve la oportunidad de rebatir la argumentación del autor. Ante esta falta de claridad argumental me permito incorporar mis vivencias de la búsqueda del referido silbo. 

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Emocionante encuentro en Chipude (La Gomera) con el maestro de maestros de nuestro Silbo Gomero. Gracias por su labor, Don Isidro Ortiz. Y mi repulsa a los que han traicionado sus enseñanzas para plagiar y rebautizar nuestro ancestral lenguaje silbado.

En el año 1984 recibí el encargo de elaborar, junto a un amigo y compañero de carrera, una GEOGRAFÍA DE EL HIERRO para incorporar en forma de capítulo a la GEOGRAFÍA DE CANARIAS de la editorial Interinsular. La obra estaba dirigida por el catedrático Leoncio Afonso, ilustre geógrafo palmero y gran conocedor de los paisajes y tradiciones insulares. Don Leoncio nos marcó unas directrices generales de elaboración siguiendo la ortodoxia geográfica pero al mismo tiempo nos recomendó investigar en las tradiciones y costumbres de una sociedad pastoril como era la herreña.

La primera herramienta de valor, al margen de mapas y estadísticas, fue el libro  Diario del Viaje a la Isla de El Hierro en 1779 del ilustrado orotavense Juan Antonio de Urtuástegui . Éste proyecta su curiosidad en todos los aspectos de la vida isleña que retrata en el mencionado libro: la pobreza económica, el retraso político, cultural y técnico, los abusos de poder, las costumbres populares, las manifestaciones folclóricas y las leyendas seculares. La elegante corrección de la prosa, la actitud respetuosa hacia la cultura herreña y la perspectiva crítica del autor hacen de su libro una ventana excepcional por la que asomarse a un pasado cuyas lacras perduraron hasta hace pocas décadas en tierras herreñas.

Pero volvamos a mi historia. Cuando llegamos a El Hierro, hospedándonos en la entrañable pensión Casañas, la lectura del ilustrado se convirtió en la guía de campo en lo referido a los aspectos etnográficos y nos transportó a un pasado que parecía no muy lejano. De esta obra surgieron también muchas interrogantes para realizar a los informantes insulares:la dualidad social de “Rabos Blancos” y “Rabos negros”, los manejos del ganado y sus posibles similitudes y diferencias con otras islas, etc.

He de reconocer que yo buscaba más similitudes que diferencias, y en especial con su isla hermana de La Gomera, porque pertenecieron al mismo señorío y, por decirlo de una manera coloquial, fueron las cenicientas con respecto a Tenerife y La Palma. Me resultó curioso los ritmos de su folclore, sus tambores y pitos, sus ajijides e incluso la singular vestimenta de los bailarines. Sin duda había muchas diferencias con La Gomera y, dándole profundidad a mi investigación, indagué sobre el lenguaje silbado al pensar que, al ser una sociedad de origen pastoril, éste sería un medio de comunicación del todo lógico. Tal vez pastores y campesinos gomeros llegaron a esas tierras o, quizá, parederos o pescadores. No encontré respuesta entre las gentes ni en el paisaje humanizado, siendo el natural muy distinto. 

De todas las personas que entrevistamos , desde vecinos de Valverde hasta el mismísimo farero de Orchilla (aún existía la figura del solitario vigilante porque la automatización no había llegado) me quedo con los pastores, campesinos y artesanos por ser personas apegadas a la tierra desde generaciones atrás. El referente de estos maestros fue el difunto Eloy Quintero,vecino de El Pinar, acopio vivo de todo el saber tradicional herreño. A él fuimos para ilustrarnos, a su humilde fragua, a su espontánea hospitalidad y a su derroche de humildad.

Don Eloy nos recibió sin recelos como sería lo lógico cuando aparecen unos jóvenes de la universidad. Todo lo contrario. Nos fue relatando con la mejor didáctica todo lo referente al folclore, las tradiciones, las costumbres agroganaderas. Nos convidó con vino e higos pasados aunque no compartió el líquido con nosotros porque no bebía. Nos dijo al respecto que “el hijo de su madre ya no bebe”, frase con la que se zanjó el tema. Nosotros no parábamos de escribir en las libretas todo lo que nos decía. Hablamos de los parecidos y las diferencias con La Gomera y él destacaba lo distinto del relieve, el clima y los suelos:“fíjense que aquí no tenemos buen barro para hacer tejas, tenemos que traerlas de fuera o hacer techos de colmo de paja”. En una de éstas le pregunté por la utilización del silbo en las comunicaciones y me respondió tajante y categórico que  “aquí nos llamamos pero lo que es hablar conversación eso lo hacen los gomeros”.

Después de escucharlo me sobrevino una decepción porque seguía yo empeñado en encontrar lazos ancestrales de un pasado común entre las dos islas hermanas. “Caramba, qué pena, le dije” y el me respondió:“cada uno es como Dios lo hace”. La conversación terminó hablando de la emigración a Venezuela, de cómo lo mejor de la juventud se tuvo que marchar para progresar.

Dejamos a don Eloy tal y como lo encontramos, en su fragua, en sus rutinas y quehaceres pero nosotros, o al menos yo, me fui con un conocimiento que no hubiera encontrado en la mejor biblioteca.

El trabajo de campo siguió: caminos, fotos, descripciones y entrevistas a muchas más personas, al señor que introdujo la piña tropical en la isla ( no recuerdo su nombre y ruego me disculpen sus allegados después de cuarenta años), al señor Ávila y su bodega de El Tesoro, recuperador de las viñas ancestrales sobre ceniza volcánica, ambos emigrantes retornados que optaron por su isla frente a la comodidad de las mayores. Ellos también me dijeron que el silbo solamente se utilizaba como aviso o llamada cuando la ocasión lo requería porque era muy práctico.

En los montes hablé con vigilantes forestales y con el señor Zósimo, guarda mayor del ICONA. Me valió el haber trabajado de vigilante en la torre de El Gaitero en Tenerife durante los veranos de mi etapa estudiantil. A ellos también pregunté por el uso del silbo, siendo la respuesta la misma.

En posteriores viajes y durante una década, acumulé nuevas vivencias que me sirvieron para una segunda publicación de Geografía de El Hierro en 1993. Anécdotas, emociones y buenos ratos los vividos en la isla del Meridiano, especialmente durante la Bajada de La Virgen de 1989. Esta vez una visita lúdica pero curiosa, invitado por amigos herreños a la parada de la Cruz de Los Reyes, con la tradicional tendida de manteles y almuerzo fraternal. Al menos así lo viví yo.
Saqué fotos y hablé con participantes y espectadores y recuerdo que me dijeron que silbara a otro amigo gomero para que viniera a comer. Le contesté que en ese aspecto no podía satisfacerlos porque, aún siendo hijos de gomeros, mi crianza en Tenerife me impidió aprender. Recuerdo que una señora dijo: “pues bien que nos vendría ahora”.

Por último recordar uno de los momentos más entrañables de las idas a El Hierro. Se trata de la Fiesta de los Pastores en La Dehesa, junto a la ermita de la Virgen de Los Reyes, en un húmedo mes de abril de un año de los noventa que no recuerdo con precisión. Allí se vive con devoción mariana y tradición pastoril, con folclore y gastronomía. Buen rato aquél en el que coincidí con mi querido y admirado amigo Manuel Lorenzo Perera, tinerfeño enamorado de El Hierro y divulgador de su etnografía. Entre platos de carne de oveja estofada y buen vino escuché relatos de sequías y temporales, de aislamientos y apañadas, pero de silbo articulado para mantener una conversación a larga distancia nadie me habló.

Este relato lo escribo como testimonio, sin más prueba que mi honor y apego a nuestra cultura canaria en su riqueza y variedad. Parece que ha surgido un silbo herreño que como un duende se me escondió durante años o, tal vez, no existía en aquellos felices años de mi juventud.

 

 

*José Enrique Niebla Tomé es Licenciado en Geografía e Historia y oriundo de Hermigua.