La Gomera del siglo XIX: el legado de Carl Bolle
El siglo XIX es una centuria de más sombras que de luces para La Gomera en cuanto a datos históricos se refieren.
Nos falta a veces información sobre la vida y costumbres de los gomeros de la época. Pero gracias a que durante este periodo nuestra isla recibe la llegada de los primeros científicos y viajeros europeos, podemos reconstruir parte de nuestro pasado
. Este es el caso de Carl August Bolle (1821-1909), naturalista alemán, quien en 1862 publicó en el "Diario de Geografía General" un artículo exhaustivo de 56 páginas acerca de su visita seis años antes a La Gomera. Además de describir con detalle la flora y fauna de la isla, Bolle nos ha legado una descripción más que interesante sobre los habitantes de la isla y sus costumbres. Veamos algunos de los pasajes más interesantes de su extensa narración durante su estancia en nuestra isla en 1856.
En su descripción, Carl Bolle nos señala que La Gomera era prácticamente autosuficiente; textualmente escribe que en “La Gomera tiene algo bueno, por lo menos allí nadie se muere de hambre”. Es el bosque el que supone una fuente inagotable de recursos a mitad del Ochocientos para los gomeros. Recordemos que es por estos años cuando se empiezan a roturar y aprovechar las tierras más cercanas al monteverde de la isla, poblándose lugares como El Cedro, Los Aceviños o La Palmita. Y es así según Bolle, como el “bosque alimenta a sus hijos.
En ninguna parte son tan abundantes los helechos, y en ningún lado se hace con sus raíces un pan más rico y más sabroso que aquí. El pan de raíces de helecho se puede disfrutar aquí durante todo el año debido a los "helechos”. […] Hay muchos gomeros, por ejemplo, que nunca han comido en sus vidas otro pan, y ellos son fuertes y saludables, y llegan a alcanzar una edad muy avanzada”.
La importancia del helecho para las familias más pobres en las zonas forestales, según el naturalista alemán, es crucial, de tal forma que la hija de un campesino que tuviera tierras de helecho como dote, no permanecería seguramente mucho tiempo soltera. Cuanto más grande fuera esa propiedad, la familia sería más rica. Otro de los alimentos que se consumían en las zonas altas eran los frutos silvestres de los mocanes y otro conocido bajo el nombre de “creses”, de apariencia rojiza oscura y un poco astringente al sabor, procedente de la Myrica Faya (el haya), que no sólo se comían crudos, sino que también se secaban y se hacían un tipo de gofio con ellos.
Por otra parte, Carl Bolle señalaba que si bien el gomero de la época hacía un buen uso del aprovechamiento forestal no ocurría lo mismo con los recursos marinos. Aunque el mar era rico en pescado alrededor de la isla, sus habitantes todavía no lo aprovechaban del todo bien. Incluso San Sebastián y los pueblos importantes estaban muy pobremente suministrados por el lujo de la mesa que se encontraba bajo el mar de La Gomera.
En cuanto al habitante gomero, Bolle explica que la naturaleza de los gomeros de aquella época llevaba marcada las huellas inequívocas del pasado mismo, siendo una raza vigorosa de hombres según palabras textuales del autor. Un dato interesante es el momento cuando nos describe la vestimenta de la época. Según Bolle, no existían unos trajes verdaderamente insulares, “visten de la forma más simple: los hombres con camisa, chaqueta y pantalón, este último puede cubrir solamente hasta las rodillas”.
Respecto a las casas de las familias más humildes su descripción es clara y sin ambigüedades: “sus casas son verdaderas chozas miserables. Las casas están rodeadas por algunas higueras, un pedazo de tierra plantada de papas y unas cuantas cabras o cochinos; a menudo son estas las únicas posesiones de una familia.
En las montañas del interior, por ejemplo, sobre Hermigua, uno encuentra cabañas con muros trenzados que están cubiertos con paja de centeno, también hacia el exterior, para protegerse del frío. Se llaman cabañas (chozas), nombre apropiado por su forma de construcción”.
Carl Bolle se puede considerar el pionero en cuanto a los viajeros y científicos que visitaron La Gomera durante el siglo XIX. Gracias a su curiosidad y a su personalidad intrépida, podemos entender cómo era la isla de entonces, la penuria económica por la que atravesaban sus habitantes, el duro aislamiento, la alimentación, la forma de vestir o hasta la manera de alimentarse del gomero de entonces. El redescubrimiento de esta literatura de viajes nos debe servir para reconstruir parte de nuestro pasado.
Ricardo J. Valeriano Rodríguez