Javier Babé, un marino enamorado de la mar (Por Ciprián Rivas)

"Se fue la persona que confesaba que la vida de un marino es un acto de amor al mar, a la que consideraba un ser vivo"

 

El pasado día 12 de marzo salía La Peregrina desde el puerto de San Sebastián de La Gomera para enfrentarse al Reto Astrolabio, argüido por su capitán, el navegante y marino Javier Babé, acompañado de una tripulación formada por ocho personas, contándole a él y a su esposa, Cristina. La semana anterior, la alcaldesa de San Sebastián, Angélica Padilla, y miembros de su corporación municipal, así como el presidente del Cabildo, Casimiro Curbelo, agasajaban a la expedición deseándole buena fortuna, buenos vientos y feliz llegada a La Deseada, isla a la que arribó Colón en su segundo viaje partiendo de Cádiz el 25 de septiembre de 1493.

Esa expedición estaba formada por tres galeones, quince carabelas y mil quinientas personas. Quinientos treinta y un años más tarde, el capitán Babé repetía la misma experiencia en un queche de acero de 20 metros de eslora usando como sistemas de navegación la ballestilla, el cuadrante y el astrolabio, emulando, así, al primer almirante de la mar océana, y como él hizo aguada en la Isla Colombina, procediendo, desde aquí, al sellado de toda tecnología de navegación correspondiente al siglo XXI.

Se mantenían las 3.000 millas, 5.000 kilómetros. Navegarían a la estima tomando los datos con el astrolabio sobre las doce de la mañana de cada día cuando el sol alcanza la altura adecuada. Calculaba la llegada en 20 días en lo que la tripulación estaría fuera de cualquier perturbación producida por la tecnología contemporánea.

El viernes 29, a 420 millas al este de la isla de La Guadalupe, sobre las cuatro de la mañana, el capitán sufría un infarto congestivo estabilizado por las atenciones de Antonio Grandío, cardiólogo de profesión y tripulante. Nada se pudo hacer cuando sobre las cuatro de la tarde sufrió un segundo paro cardíaco.


Se fue la persona que confesaba que la vida de un marino es un acto de amor a la mar, a la que consideraba un ser vivo, con el cual se comunicaba a través de sus sentimientos. Encontrarse lejos de ella le generaba «océanodependencia» y «un cierto desánimo».


Se fue la persona que confesaba que la vida de un marino es un acto de amor al mar, a la que consideraba un ser vivo.

 

Hombre íntegro, soñador, respetuoso, humilde, atento con todos, eligió el mar como una forma de vida, teniendo la suerte de compartirla con su compañera de vida, con la que cruzó el Atlántico en más de 35 ocasiones. Persona muy vivida con experiencias personales que le hicieron crecer y ganarse el respeto del mundo de la vela, sin proponérselo.

 

Admirador confeso de Canarias, donde vivieron largas temporadas en su barco. Tenerife y La Gomera fueron las islas donde se encontraron con buenos amigos y vivieron experiencias inolvidables. Galicia y Canarias formaron parte de esos paisajes ligados a una biografía común.

Partió el capitán como se van aquellos marinos afortunados: navegando a vela buscando el oeste infinito. Deja escuela creada y el recuerdo de un hombre sencillo, feliz oteando el horizonte.