La crisis de Nemesio (Por Braulio Antonio Garcia)

Él vio llegar la crisis desde lo que siempre consideró una especie de bastión inexpugnable.

Hasta entonces había observado al mundo, con despectiva distancia, desde la atalaya de su asegurado retiro de funcionario, que, además, contaba con el colchón extra que suponían mensualmente los €500 que percibía por el alquiler de un apartamento que en su día comprara para eso: para que, llegado el momento, redondeara su paga de jubilado.

Pero cuando sus inquilinos también se vieron afectados por sendos EXPEDIENTES DE REGULACIÓN DE EMPLEO, y ya llevaban siete meses sin pagarle, tuvo que acudir a su abogado y entablar una corta escaramuza legal, hasta que los morosos, a regañadientes, entregaron las llaves del coqueto pisito… o lo que quedaba de él, porque se lo dejaron hecho fosfatina.

Jamás entendería que aquella pareja de jóvenes afables, con la que había establecido cierto grado de amistad después de tres años de alquilarles el piso, reaccionara como algunos ejércitos vencidos que, en su retirada, practican la rencorosa política de tierra quemada...¿Qué les había hecho él, salvo defender sus intereses de casero?... esperó un montón de meses antes de denunciarlos… Ahora tendría que arreglar todos los desperfectos que habían provocado en su pisito hasta que, acorralados por la ley, se avinieron a entregarlo… ¿Qué sacaría con volverlos a denunciar si eran un par de pobres insolventes?... ¿y para qué arreglarlo, quién le aseguraba que el próximo inquilino no le haría exactamente lo mismo que la parejita de marras?

De pronto una mañana, mientras desayunaba ante la tele, después de ver las agoreras noticias sobre economía, le empezó a aterrar la idea de que un día el Fondo de Pensiones se pudiera agotar, al haber cada vez menos cotizantes a la Seguridad Social, y, si eso llegaba a ocurrir, ¿cómo se sostendría el tinglado del Bienestar Social (pensiones, asistencia médica gratuita, ayuda a los dependientes, etc.)?... Si se producía un desplome total de la economía del país, el hambre, la miseria, y su consecuencia más inmediata, la violencia, se enseñorearía de todo.

Fue entonces cuando se decidió a refugiarse en el campo, en la humilde cuevita donde lo pariera su madre hacía setenta y dos años. Cerraría los dos apartamentos de la ciudad y allí arriba, en el reino de las brumas, se parapetaría contra el mundo. Sería su último reducto, su trinchera final.

Se acordó entonces, con cierta nostalgia, de cuando solía subir con Pino en fines de semana alternos, hasta que ella se negó a volver a hacerlo, alegando que las humedades de aquella “covacha”- eso había dicho la muy condenada- le producían unos dolores de huesos que la dejaban baldada durante semanas… y además, que “odiaba” tener que andarle quitando la pátina verde de moho a los zapatos cinturones y demás artículos de piel… Lo que son las cosas: ¡huyendo del campo, sus nieblas y sus fríos, se fue a meter debajo de una guagua en la soleada capital!… Duró tres días en estado de coma y sin salir de ese estado expiró… ¡La pobre, siempre fue muy despistada, cruzaba las calles por cualquier sitio menos por los pasos de peatones!

Cuando por fin se trasladó al campo, su primo Melquiades le regaló media docena de gallinas y un gallo inglés tuerto muy cantador. También un amigo con quien había estado en el cuartel, Ñito, le regaló una baifita que en su día pariría y le daría leche. Por las veredas recogía “jinojos” y jaramagos, para hacerse olorosos potajes y, provisto de un viejo y herrumbroso sacho, removió, “al pasito, sin atosigarse”, la tierra de las dos cadenas de terreno que con la cueva, el estanque y una gañanía maltrecha, constituían su modesta propiedad. En esos terrenitos, de acuerdo con la estaciones y el clima, empezó a plantar papas y millo.

En el pedazo mejor orientado al Sur, donde una de las cadenas acaba en la gañanía, se construyó un rudimentario invernadero con restos de plástico que recuperó de instalaciones abandonadas, y plantó lechugas, tomates, pepinos, cebollas, pimientos, etc. Desde hace algún tiempo es prácticamente autosuficiente: Soló compra en la venta café, azúcar, papel higiénico, arroz, aceite y la bombona de gas butano.No tiene luz, ni teléfono, sólo un viejo transistor, un par de quinqués y una linterna. Al lado de la cama reposa, siempre cargada, amenazadora, la vieja escopeta de postas que fue de su padre.

El que más ha agradecido el traslado al campo ha sido “Pirulo”, el perro que por toda herencia le dejara Pino. Ninguno de los hijos de ella quiso quedarse con el animalito que su madre se había encontrado cinco años atrás dentro del contenedor de la basura junto a otros tres hermanitos ya muertos. Era un “mil leches” con algo de pastor alemán y majorero que a medida que crecía fue asustando a su dueña por su tamaño… ¡Y ella que pensó que iba a ser un perrito pequeño!

Nemesio tenía la misma vida que sus gallinas: Se levantaba con los primeros rayos de Sol y se acostaba en cuanto éste se ponía detrás de los montes a cuya falda tenía su finquita.
Cuando rara vez bajaba a la capital para echarle un ojo a sus pisos y pasarse por el banco, no podía pegar ojo por las noches y el caminar por las calles lo aturdía…
-¡Tanta gente de un lao pa´l otro, bobiando y mentecatiando, coño!... ¡Me gustaría verlos con un sacho en la mano limpiando de hierbajos un terreno!...¡Manada de valurtos!

Braulio Antonio Garcia