Le apretaban los zapatos
Estábamos mi padre y yo en la puerta de mi casa esperando a que mi madre se emperifollara. Anochecía. Era el día de una de las fiestas grandes del pueblo (“Las Marías o “El Día de la Virgen”).
Por la acera de enfrente, la de Chanito el Practicante, pasaron tres muchachas bajando la empinada calle. La del centro se apoyaba en las otras dos, caminaba con alguna dificultad.
Mi padre se volvió hacía mí y me dijo con su marcado acento de guajiro cubano:
- - Mira lo que pasa cuando la gente se compra los zapatos estrechos... por eso yo te compro las botas un número mayor del que mandas... No le queda nada a esa pobre hasta que el material vaya cediendo... Mañana va a estar llena de rozaduras.
Las jovencitas, tras doblar la esquina de Manolito el Cabo, desaparecieron por lo que hoy es la calle de José Samsó Henriquez.
Transcurrieron como unos diez minutos y el trío de damiselas volvió a aparecer por la misma esquina que antes había desaparecido. Pero, para nuestro asombro, la que antes caminaba con cierta dificultad esta vez lo hacia normalmente, aunque seguía calzando los mismos lustrosos zapatos de charol negro. Cuando desaparecieron, cuchicheando y riéndose entre ellas, por la esquina de la tienda de Pinito la de Juan El Grande, mi padre, en un gesto muy suyo, se rascó el mentón y me dijo:
- - Chico, ven acá... asómate a la esquina a ver que ves.
Yo seguí sus instrucciones y corrí hasta allá.
- - Papá... no veo nada...
- - Mira bien... algo tiene que haber.
Subí unas decenas de metros la calle y volví para decirle desde la esquina:
- - Lo único que hay, detrás del coche de Amarantito, es que parece que alguien se “ensució” un montón y también se orinó...
Cuando volví a su lado me dijo, sin quitarse el Mecánico Amarillo de la comisura de sus labios:
- - Pues parece que a esa pobre no es que le apretaran los zapatos precisamente... lo que tenía eran tremendos retortijones de barriga y, por lo que veo, se fue a “posar” detrás del coche de Amaranto... Anda entra, cuéntaselo a tu madre y dile que se de prisa, carajo... y- consultando el reloj con leontina de plata que llevaba siempre en el bolsillito de las monedas que tenían los pantalones antes- sentenció con cierto cabreo:
- - ¡Dile que ya hace más de media hora que la estamos esperando!
Braulio Antonio Garcia