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lunes, 16 de diciembre de 2024 19:20h.

Muerto el perro, se nos acabó la esperanza.

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Por Roy Galán.-Sacrificar algo que quieres es de las cosas más dolorosas a las que se le puede obligar a un ser humano. Encima decides tú el momento

Mi perro tenía quince años cuando lo sacrificamos. Eso hace un total de 105 años humanos. Con esa edad es normal que apareciera en casi todas las fotos de nuestros momentos importantes. Mi primer fin de año de marcha, foto, y el rabo del perro detrás. Acabé la carrera, foto, y el perro delante. Siempre aquí.

Sacrificar algo que quieres es de las cosas más dolorosas a las que se le puede obligar a un ser humano. Encima decides tú el momento. Ahora, dices. Y el perro intenta levantarse, porque él sigue vivo aunque tú lo hayas dado por muerto, pero no, tienes que irte. Y se va. Los ojos se quedan fijos en un punto imaginario y ya no está, pero pesa mucho, muchísimo. Todavía nos pesa. 

Teresa se tocó la cara. Luego acarició a Excálibur. El amor ha sido su sentencia de muerte, lo que ha puesto fin a su existencia en este planeta.

¿Recuerdas aquella secuencia de Eduardo Manostijeras en que acaba de fallecer el padre y Eduardo intenta acariciar su rostro y se lo corta de manera involuntaria? 

Sí, a veces el amor hace daño.

Pienso en dos personas aisladas que quieren a su perro. En Excálibur en su piso, esperando que vuelvan para que lo saquen de paseo. Pienso en esa gente que llega y lo sube a una furgoneta y tal vez Excálibur sienta, porque los perros sienten aunque no piensen, que es como aquella vez que fue a la Sierra y corrió tanto y con lo que sueña a veces, porque los perros no recuerdan pero sí que sueñan. 

Pienso en el momento en el que dejó de existir. En un collar con un huesito plateado que ya no va en ningún cuello, en todos los pelos que ha dejado en el sofá y que le han sobrevivido.

Pienso en esas dos personas aisladas que querían a su perro. Y en esa extirpación de la vida, de la rutina y del amor que supone que algunos entren en tu casa cuando tú no estás, cojan a tu perro, lo metan en una furgoneta, te lo maten y lo quemen. 

Yo al menos pude acariciar al mío y decirle que todo estaba bien cuando de hecho no lo estaba.

Ahora me dirás que es un sacrificio para salvar a la humanidad. Hablaremos de culpables y de miedos y de mascarillas. Hablaremos de política y de imprudencias.

Yo no quiero hablar de eso.

Quiero hablar de cómo nos hemos comportado con un perro y de cómo nos estamos comportando con los otros.

No sé si te das cuenta que con todas esas bromas que haces sobre infecciones, cuando dices que la repatriación es un error, que deberían haber muerto en África, cuando dices que hay gente que se lo ha buscado o que te mueres de miedo de contagiarte, que no se puede permitir que haya personas infectadas con un virus en Europa por riesgo de pandemia, que el perro era un peligro para la salud mundial, puede haber gente a tu lado, o escuchándote por la radio, o simplemente leyéndote que también está enferma, y también está infectada aunque no sea de ébola, aunque sea otra pandemia controlada, y que se puede sentir tan mal que se quiera morir en ese momento porque se ponga en la situación en la que está: la del enfermo. Igual se derrumba al pensar que tú rechazarías abrazarle. Igual simplemente se siente inferior porque piensa que se lo merece.

No sé si eres consciente, pero es infame. La peste no es lo que otros portan, es lo que tú haces sentir a los que lo portan.

Yo hoy pienso en ella y en que si siguiera aquí, posiblemente sentiría miedo. No es justo, para nada.

Y mientras, aquí seguimos, exterminando, practicando eutanasias preventivas, derivando el proceso de muerte a otros países más acostumbrados al sufrimiento. Eduardo no quería cortar a su padre. Teresa no quería matar a Excálibur. Pero parece que nosotros queremos matarlo todo.

Los enfermos no son culpables, ni responsables, ni son un mal menor que ha de ser sacrificado para que la mayoría viva.  Es descorazonador. Ésa es la palabra.

Muerto el perro, se nos acabó la esperanza. Y comenzó toda esta rabia.

Roy Galán, Escritor