A los surferos, en el Pris (Por Luisa María Vargas Guanche)
Hace ya una semana y aún , si pienso en ello, me acongoja la situación vivida y me emociono.
Suelo ir los fines de semana a la costa de mi pueblo, al Pris o a Mesa del Mar, a darme un chapuzón y una buena dosis de vitamina D. El domingo pasado tocó El Pris, un pequeño pueblo pesquero olvidado siempre por el ayuntamiento del municipio.
Estaba tranquila, charlando con otros bañistas de lo malísimo que estaba el mar ese día. De pronto, alguien, una mujer, gritó “el perro” el perro”. Todos miramos hacia el mar y vimos con estupor como una ola enorme atrapó un perrito que estaba por las rocas y lo engulló.
Corrimos hacia la zona en la que está la pluma, ese artilugio mecánico que ayuda a subir y bajar las embarcaciones de pesca y de recreo. Entonces, con desesperación y tristeza, vimos la cabecita del perro que, sorprendentemente, nadaba alejándose más y más de la costa.
En ese momento llega una familia con dos niños pequeños, y el chico del grupo empezó a quitarse de encima la mochila, la ropa y otros enseres, con la intención de tirarse al agua a por el perro.
Le grité, muy angustiada, “no te tires, no te tires que la mar está muy mal”, él intentando tranquilizarme dijo: “soy surfero desde hace veinticinco años, tranquila”. Él iba a salvar el perro, ese era su propósito.
Todos nos miramos, unos seguían la trayectoria del perrito, otros cogían sus móviles con la intención de pedir ayuda, otros buscaban algún elemento que nos pudiera ayudar en la situación que vivíamos.
Por Dios, un pueblo pesquero sin una cuerda, una boya, un flotador, unas aletas, algo, algo con lo que ayudar. Nos sentíamos impotentes.
De repente, otro chico de los que estaban allí, gritó “unas aletas, voy a buscar unas aletas” y corrió hacia la zona de restaurantes y piscina. No sé cuanto tiempo tardó, el tiempo parecía largo.
El surfero, que se tiró al agua con algo que parecía un trozo de plástico que sólo le cubría el pecho, estaba en el agua nadando hacia el perro, corrigiendo continuamente su trayectoria, que desde tierra, a gritos, iban dirigiendo los bañistas que allí permanecíamos, “más a la derecha”, “sigue recto”, “ a la derecha, a la derecha”, “está más allá”.
En unos minutos que parecieron eternos, llegó el chico que fue a buscar las aletas y con ellas, se lanzó al agua a ayudar al surfero y al perro.
Tras unos largos y ansiosos minutos, vimos cómo el primero en lanzarse al agua, agarraba al perrito y comenzaba a nadar con dificultad hacia tierra. El segundo héroe llega hasta ellos y como pueden, nadan los tres juntos hacia el muelle. Todos los que estábamos en él, aplaudíamos, gritábamos, hacíamos fotos, llamábamos a los servicios de rescate por si ocurría lo peor. Creo que la algarabía era propia de los nervios que habíamos pasado en esos veinte minutos que duro la odisea. Ya en el muelle, algunos se tiraron al agua, atentos al oleaje para no correr más riesgos, y entre los que venían y los que se tiraron al agua, subieron al perrito y a los
dos héroes de nuestro domingo de playa.
Estaban los tres agotados, sobre todo el chico que se lanzó con las aletas, “estoy bien” decía, pero le notábamos el agotamiento y los nervios. Ahora caía en lo que había hecho. Arriesgó su vida para salvar a otro ser vivo.
Les ofrecimos agua, intentamos calmarlos, ya había pasado todo y había sido un éxito. La perrita, porque era una perrita preciosa, una podenca, con unos bellísimos y curiosos ojos amarillos, tenía una mirada entre aterrada y sorprendida, pobrecilla, no dejaba de temblar y le sangraban sus patitas. Estaba bien, pero las almohadillas estaban rasgadas, tal vez por la acción de las rocas cuando la ola la arrastró. Me acerqué y le acaricié el hocico, recuerdo que le hablé todo lo suave que pude, y me miró pero estaba en schock. Pronto llegó su dueña. La llamó por teléfono una bañista, el número estaba grabado en su collar.
Escribo estas líneas porque acciones como esta me hacen sentir bien y orgullosa de lo bueno que podemos hacer y esto contrasta con todo la locura de mundo que tenemos alrededor. También escribo porque quiero dar las gracias a los dos chicos buenos que salvaron a la perrita, se lanzaron al agua sin pensar en las consecuencias. Por último, escribo porque he reflexionado sobre lo ocurrido, no puede ser que en un pueblo de pescadores en el que todo el año hay visitantes y lugareños que disfrutan de este pintoresco lugar, no puede ser, repito, que no haya un puesto de socorro los 365 días del año. Adoro a los animales en general y a los perros en particular, entiéndanme, pero, imaginen por un momento que la historia no hubiera tenido un final feliz y que en lugar de esta linda y asustadiza perrita hubiera sido un niño o niña...
La perrita, es de mi barrio. Con esto de las redes sociales, me han contado que se le escapó a su dueña y que corrió y corrió desde Guayonge hasta El Pris. Supongo que agotada por el esfuerzo intento beber agua del mar o simplemente, huir de las personas que se fue encontrando, porque parece que teme a la gente. Ojalá no vuelva a sufrir una fuga, es una perrita especial, un ser de luz, si no, cómo se explica que haya sobrevivido a la fuga y a las olas. ¡Claro!, sus salvadores tuvieron mucho que ver. ¡Qué el universo les de una feliz y larga vida a los tres!.