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lunes, 03 de marzo de 2025 10:00h.

De decir lo que se piensa a pensar lo que se dice.

JOSE ANDRES MEDINA OPINION
Lo mejor es la combinación: “decir lo que piensas, pensando lo que vas a decir”. 

Vivimos tiempos, que duda cabe, en lo que lo espontáneo, la naturalidad e inclusive la libertad de pensamiento han dado paso a las reacciones estudiadas y preconcebidas, a la actuación y a expresar solo aquello que sabemos va en línea con los “grupos de cabildeo”.  

Si esta afirmación está planteada sobre si es conveniente o no, decir todo aquello que nos sale de manera espontánea y relacionada con la cotidianidad y nuestra relación con los semejantes, personalmente me decantaría porque es mejor pensar lo que uno dice. Quizá sea porque mi estilo de aprendizaje ha sido fundamentalmente experimental, es decir, modificando o puliendo el contenido de algunas aseveraciones, sin desvirtuar el continente. O quizá sea porque creo firmemente en el poder tremendo que tiene la palabra . Sea cual sea la razón, la forma en la que nos comunicamos nos define y afecta en nuestra relación con los demás. 

He querido hacer esta reflexión ya que muchos de los equívocos que se producen en nuestra comunicación ocurren como consecuencia de no pensar bien lo que se dice y decir directamente lo que uno piensa. 

Considero que, cuando intentamos impresionar a la gente con palabras, en ocasiones debemos tener en cuenta que cuanto más digamos tanto más vulnerable seremos y tanto menor control de la situación tendremos.

Incluso cuando lo que diga sea sólo una banalidad, parecerá una idea original si la planteamos en forma vaga, abierta y enigmática. Las personas poderosas nos suelen impresionar por su parquedad en el lenguaje.

La lengua humana es una bestia que muy pocos sabemos dominar. Forcejea constantemente por escapar de su jaula y, si no se la adiestra de la manera adecuada, se vuelve contra uno y le puede causar problemas. Aquellos que despilfarran el tesoro de sus palabras no pueden acumular respeto y mucho menos, credibilidad.

No es menos cierto que, existen ocasiones en los que no es inteligente guardar silencio, o expresar como es el caso, la contraria del pensamiento. Esa ambigüedad puede despertar sospechas e incluso inseguridad y granjearse la reputación de resultar un individuo sin convicciones; una veleta que gira según de donde vengan los alisios.

Un comentario vago o ambiguo puede exponernos a interpretaciones que no esperamos y mucho menos, deseamos. El silencio y el decir menos de lo necesario es un arte que debe ejercerse con cautela y en las situaciones adecuadas. A veces es más inteligente imitar al bufón de la corte, que se hace el tonto pero sabe que es más inteligente que el rey. 

A veces, las palabras también pueden actuar como una especie de cortina de humo, útil para engañar, llenando con palabras los oídos de nuestro interlocutor, podemos distraerlo e hipnotizarlo. Cuanto más hable, menos sospechoso resultará. Las personas verborrágicas no suelen ser consideradas falsas o manipuladoras, sino incapaces y poco sofisticadas. Este es el reverso de la política del silencio empleada por muchos: hablando más y mostrándose más débil y menos inteligentes, logran engañar con suma facilidad. Al final, mejor “decir lo que piensas, pensando lo que vas a decir”.

A la Memoria de mi gran amigo Juan Manuel Betancor León, hombre reflexivo por antonomasia y compañero de Tertulias "Entre iguales", de Radio Las Palmas. DEP