La luz de Francisco
Aquí comienzo a tejer… "Hoy quiero compartir con ustedes la historia de mi primo Francisco", un hombre cuya vida fue un ejemplo de amor, dedicación y servicio a los demás.
Francisco Vera Morales fue un ser humano excepcional desde su infancia. Nació en el seno de una familia unida y amorosa; sus padres, Carmita y Artiles, le inculcaron valores como la honestidad, la perseverancia y la empatía. Junto a su hermana Mary Luz, creció en un ambiente de cariño y apoyo mutuo, donde los sueños y aspiraciones de cada uno eran alentados y celebrados.
Recuerdo la boda de mis tíos, un evento que perdura en mi memoria como si hubiera sido ayer, cada detalle de la celebración, el nacimiento de mis primos en la década de los sesenta, la casa donde crecieron... Imágenes que me reconectan con la identidad de mi familia: amor, apoyo, protección, unión. Valores que escasean en muchos hogares actuales, pero que en aquella época eran pilares fundamentales.
Francisco Vera Morales... Mi primo, o más bien, mi hermano del alma. Yo, un polluelo nacido en el cincuenta y seis, que compartió conmigo los primeros años de su vida. Muchas veces cuidando de él y mi hermano en el campo de fútbol; era el lugar preferido por todos los niños. Yo muchas veces iba a llevar el almuerzo a mi tío, jornalero en las plataneras y levantando fincas como muchos en el pueblo, y cuando lo había, porque siempre no había para ganar un jornal. Mis tíos, padres orgullosos, hablaban de sus hijos con reflejos en sus ojos.
Mi tío Artiles, un hombre simpático y ocurrente, siempre dispuesto a sacar una sonrisa con sus payasadas. Francisco, un vivo retrato de su padre, heredó su gracia y humor, con bromas tan serias que a veces era difícil distinguir la realidad de la ficción.
Recuerdo en las hogueras de San Marcos que me dijo: "Hazme una foto que voy a saltar". Le dije: "Muchacho, que ya estamos viejos". Y él me respondió: "Llevo entrenando todo el año con pértiga". Me puse al tanto y le hice la foto. Luego me preguntó: "¿La hiciste?". Le dije que sí, que sí. Luego me preguntó: "¿Y al móvil? "¿Cómo al móvil?". Y me dice: "Sí, también lo tengo entrenado, iba por delante de mí".
Cuando edité las fotos, vi que en su foto tuve la suerte de capturarlo... ¡El móvil había saltado del bolsillo! Aún le quedaba humor y guasa para bromear. Ya le dije, hermana, que me comprara otro móvil y sonriendo siempre, aunque las personas buenas también tenemos genio, y mi primo lo tenía, pero lo perdía como el soplo de una brisa.
A primo Francisco Vera Morales, quien le conoció, hoy testigo de excepción, pueden dar fe de su bondad y servicialidad.
En estos días de duelo por un sacerdote amigo, resuena en mi mente una frase que repetía a menudo: "En todo amar y servir". ¿Por qué menciono esta frase? Porque mi primo Francisco encarnaba lo que esas palabras significan, amando y sirviendo a amigos, familiares y desconocidos por igual.
Hago una pausa en la escritura, buscando las palabras que mejor honren la memoria de mi primo Francisco. Palabras que broten del corazón y no dejen espacio para ninguna otra expresión, ni para una letra más.
Tantas anécdotas compartidas con él y mi hermano Gerardo... Dos en particular me arrancan una sonrisa cada vez que las recuerdo. Aquel verano en que mi padre me encomendó la tarea de raspar de hierbas la finca de la Yesca. Francisco, Gerardo y yo, con la promesa de llevarlos a un baño en el Pescante si raspaban cuatro llanos… Gerardo, incansable, animaba a Francisco a seguir adelante; yo, entrando en los surcos, logramos limpiar la finca en un abrir y cerrar de ojos en una semana. Yo cumplía con la promesa todos los días de llevarlos al Pescante; cuando se lo recordaba a mi primo, le decía: "Yo tenía más ganas del baño que ustedes", y él me decía: "Me debes una", y a reír.
En aquellos tiempos ya lejanos, Gerardo y Francisco eran dos pequeños terremotos que me volvían loco con su insistencia por ir de pesca. Un día, con el corazón en un puño, cedí a sus súplicas y los llevé a un lugar recóndito y de difícil acceso llamado Callao Chico junto con mi padre.
La caminata fue una odisea para ellos, comparable a la de unas hormiguitas recolectoras. A pesar del esfuerzo, la ilusión de la pesca los mantenía en pie. Les di una caña de juguete que había comprado en la tienda de Enrique Amaya, un recuerdo que aún conservo en la memoria.
Apenas amaneció, Francisco lanzó un grito emocionado: "¡Un peje, un peje!". La emoción lo desbordaba, pero el carrete no respondía; mi padre le decía: "Tira, jodido". "¡Está pegado al fondo!", le dije yo, pero él insistía en que había tirado de la caña.
Con cuidado, tomé el nailon en mis manos y empecé a tirar con todas mis fuerzas. ¡Cuál no sería nuestra sorpresa al ver aparecer una morena de más de dos kilos! No exagero ni un ápice al describirla, no lo digo con ojos de pescador; era una verdadera morena que llenaba la sartén. Mi padre reía con risa socarrona.
La alegría de Gerardo y Francisco fue indescriptible, una fiesta en medio de la nada. La caminata de regreso, ahora en subida, fue pan comido para ellos. La morena, su trofeo de pesca, era el centro de todas sus conversaciones y risas.
Ese día en Callao Chico quedó grabado a fuego en sus corazones, una aventura que los unió aún más y que siempre recordaremos con una sonrisa en los labios.
La alegría y las risas compartidas en aquel verano aún giran en mi cabeza y la guardo en mi memoria como un tesoro invaluable.
Mi primo Francisco, mi hermano, un ser humano excepcional cuya memoria perdurará en el tiempo. Un hombre que mostró los valores más nobles y que dejó una huella imborrable en todos los que tuvimos la suerte de conocerlo.
Dicen que la vida es solo una, que se vive una vez… No cambio nada de esa frase, pero siempre he visto la vida como una estrella de luz que se va agotando con el tiempo. A veces, perdemos de vista esa luz porque nuestros pensamientos se oscurecen. Eso le pasó a mi primo Francisco: su estrella se apagó demasiado pronto. A pesar del amor de su hermana, de su madre, de su familia y amigos, la oscuridad lo envolvió y no pudo encontrar el camino de regreso a la luz.
No siento vergüenza al reconocer que me encuentro en un momento en el que no veo la luz de la estrella. Afrontar la visibilidad de esta enfermedad requiere valor y sin mostrar vergüenza. Navegaré en busca de esa luz, pues aún creo que queda carga en mi estrella.
Mi padre me decía desde pequeño, una y otra vez, que la vida es un soplo, un suspiro y se acabó. Entonces, yo para bromear con él, suspiraba una y otra vez y le decía: "Pues aún no se ha acabado la primera". Volvía a suspirar y le decía: "¡Ya voy por la octava vida! "Más que un gato", porque oía siempre decir que la vida de un gato eran siete. Mi padre decía: "Anda, que a Pedrito le gusta..."
Mi primo Francisco Vera Morales tenía el corazón imantado a su querido pueblo de Agulo, como tantos agulenses que vivimos fuera. Desde nuestra niñez, el pueblo dejó en cada uno de nosotros raíces agarradas a sus calles, el risco, tradiciones, sus fiestas y amigos que se extienden dondequiera que estemos. Estas raíces se aferran a nuestras vivencias, nuestra infancia y la alegría que nos regalaba el pueblo mientras crecíamos. Sin grandes cosas materiales, podíamos saborear y contemplar el brillo de la estrella, ignorando que con el tiempo esa estrella se apagaría y podríamos perderla de vista.
Recuerdo que cuando era niño y veía que alguien moría, por la noche en la cama pensaba que nunca iba a perder a nadie de mi familia. Sueños ingenuos de un niño de seis o siete años. El primer familiar que perdí fue mi bisabuela Candelaria. Recuerdo que me aterrorizaba ver a mi abuela, mi madre y mis tías gritando de dolor. Vi la cara de la muerte aquella noche y me importaba un bledo. Le dije: "Yo soy el capitán invencible, donde yo siempre vencía" .
Luego perdí a mi hermanito de tres meses y menos entendía la muerte, porque para un niño era imposible entender eso. Aún sueño con una pequeña lámpara en el techo; era con poca luz y amarillenta, y veo a mi madre de un lado a otro en la sala baja de mi abuela. Nicolás Segredo había dejado el motor encendido toda la noche para no estar a oscuras mientras mi hermanito agonizaba. Son cosas que marcan a un niño y a veces sueño con esa condenada lámpara.
A medida que fui creciendo y mi familia envejecía, la realidad de la muerte se hizo presente; ya pensaba que cada paso era un paso menos. Hoy la asumo sin temblar; pienso que llegará cuando tenga que llegar. A veces hasta bromeo de que somos una parada donde la línea de la guagua negra parará para recogerte. Le diré que no tengo bono a ver si sigue de largo.
Pero cuando pierdes a alguien querido, joven, que irradia alegría y cuyas bromas té hacen reír incluso en momentos de tristeza o enojo, alguien tan bondadoso, servicial y cariñoso, el dolor es profundo. Y aunque intentes curar esa herida, a veces es imposible.
Estoy cansado de escuchar los consejos bien intencionados sobre qué la vida es una, cómo dije anteriormente... como si uno no lo supiera ya de oírlo tantas veces. Pero encontrar la medicina que sane el alma muchas veces no es sencillo; esa medicina no se vende. Dice: "Lo entiendo", pero no lo logras. Yo lo intento una y otra vez; sonrío y bromeo en momentos del día, pero cuando menos lo espero, aparece ese monstruo que te atrapa y no quiere soltarte.
La depresión es un monstruo con el que lucho a diario hoy. A veces gano yo, a veces gana él. Nunca creí la verdad en esta enfermedad y mira… No culpo a nadie porque ese monstruo vino a visitarme para que viera que sí existe y diciendo: "Ahora te toca a ti". Así veo la vida y la depresión, como una batalla continua. Los especialistas son quienes pueden ayudar, y yo me siento agradecido y ayudado. Tengo amigos que han estado mucho tiempo en terapias y me dicen que es difícil y duro, pero tarde o temprano, si pones de tu parte, se sale, pero tiene que poner todo lo bueno de ti y eso es lo que intento: ir borrando mi disco duro de las cosas que me hacen daño, pero también hay una fase en la que es tan duro que eres incapaz de poder imaginarlo. Me dice el amigo: " Tú no estás en esa fase, pero yo sí lo estuve".
Aquí estoy, amigo, a cualquier hora para ayudarte; él sabe de quién hablo y te aprecio como si fueras de mi familia.
"Una sombra de melancolía me envuelve al recordar que tu presencia física ya no nos acompaña.
Echo de menos tus risas en Agulo, tu figura en el Mantillo, el clíper en tu mano...
—¿Otro?
Tú decías con esa chispa que contagiaba a todos.
—Soy el cliente de oro, ¡por cada diez me regalan uno!
Respondías con tu humor tan característico. Tu luz, primo, iluminaba cada rincón que pisabas en Agulo.
Tus abrazos, refugio de consuelo, resonarán siempre en mi memoria.
¿Cómo estás, primo?
—Me preguntaste aquella última vez en la calle del Pilar.
Tu cuerpo lidiaba con la lumbalgia, el mío con cuatro costillas rotas... Ironías del destino.
Aunque la vida nos haya separado, el cariño que te tengo sigue intacto. Te echo de menos, primo, te echo muchísimo de menos. Hasta en la peluquería, que te solía pelar el peluquero, lloro tu partida. Cuando le dije que ya no pelaría más a Francisco mi primo, se sentó en el sillón de pelar y con la cabeza baja decía una y otra vez: "No me lo creo, no me lo creo", porque era una realidad y cómo asimilarlo.
La vida, a veces, nos arrebata a quienes más queremos, dejando un vacío inexplicable y una sensación de injusticia. Me aferro a la idea de que ahora descansas en un lugar de paz, libre de dolor y sufrimiento, donde solo el amor eterno florece.
Tu partida me ha enseñado a valorar la fragilidad de la vida y la importancia de demostrar el amor a nuestros seres queridos. Ahora, en esta soledad de mi interior que me perturba, tu recuerdo me impulsa a expresar mi cariño a quienes aún tengo cerca. Porque la vida es un suspiro, como decía mi padre, y nunca sabemos cuándo será la última vez que veamos a alguien.
Atesoro cada instante compartido, cada recuerdo que ya no volverá. Solo espero que sigan proyectándose en mi mente como una película nostálgica.
No me despido, primo. No puedo. Solo te digo hasta luego. Hasta que nos encontremos en esa nueva estrella, donde podamos reír juntos de nuevo, esta vez junto a tu padre.
No te olvides que hay que raspar la finca de las Yescas; Gerardo te espera. Yo voy entrando el macho y las piñas; no te preocupes, esta vez las subiré con el dron.
“Siempre estarás en mi corazón, primo Francisco Vera Morales.”
Tu primo y hermano:
Pedro Manuel Cruz Vera