Un siglo del milagro de Los Aceviños ( Por Pablo Jerez Sabater)
Corría el año 1914. 16 de julio, para ser exactos. Los Aceviños, en Hermigua, era entonces un barrio muy poblado. Allí ocurrió un hecho muy poco conocido y que, sin embargo, movió a solidarizarse a todo un pueblo para ayudar a una familia.
Francisco Sánchez Medina era un vecino de este núcleo. Un agricultor que vivía junto a su esposa y diez hijos (de uno a dieciséis años) en una modestísima casa hecha de madera y paja que estaba dividida en dos habitaciones.
A las cinco de la tarde se encontraba la mujer enferma en la cama acompañada de dos de sus hijas más pequeñas. A una de ellas se le ocurrió hacer fuego para jugar en un extremo de la habitación contigua a la de su madre. La pared, de paja, comenzó a arder con gran violencia.
El humo y el resplandor de las llamas alertaron a la enferma del peligro que corría y rápidamente salió de la cama hacia el exterior de la vivienda. La madre había olvidado allí a una de sus hijas, dormida en el suelo.
En la loma de enfrente, aquella que separa Los Aceviños de las cumbres de Hermigua, se encontraba Francisco Sánchez, quien alertado por el fuego, dejó la azada y corrió presto en búsqueda de su familia. Pero la suerte no le acompañó: en el camino tuvo la mala suerte de quedar privado del sentido por efecto de un ataque.
El primero en llegar al lugar del suceso fue el soldado del Batallón de La Gomera Nemesio Santos, el cual, enterado de que se hallaba dentro la niña, entró en la casa y consiguió salvar de una muerte segura a la pobre criatura, que ya estaba medio asfixiada. La choza quedó destruida por el fuego en poco más de un cuarto de hora.
Una vez enterados del trágico suceso los vecinos de Hermigua, rápidamente iniciaron una suscripción popular para socorrer a la infeliz familia, reuniendo tanto dinero que la que fue vivienda de paja se convirtió en una de piedra, cal y teja.
Esta historia verídica la he querido contar tal y como se narraban en aquella década los sucesos. Porque el tiempo pasa, pero también las formas de contar las cosas. Recuperar estas microhistorias solidarias es una buena manera de hacer autoreflexión y ver que hoy, un siglo después, nuestra solidaridad ante lo ajeno es – a veces- sólo eso, una vivienda hecha de paja y madera.
Pablo Jerez Sabater