Deportiva evocación
En la primorosa Isla de Las Antillas, se enfrentaron a los más destacados combativos que por allí residían, incluso, aceptando el serio y comprometidísimo reto de todo un aclamado campeón de boxeo.
A la mayoría de nosotros suele ocurrirnos el curioso y certero hecho de que, apeteciendo recordar circuladas cosas impresas, escudriñamos, indagamos en añejas gavetas, intrincados cajones, vetustos cofres y... ¡hasta en recónditos compartimientos determinados!, algunos abandonados documentos, manuscritos, postales, fotos, cartas y centenares de chucherías, celosamente acumuladas y, tal vez, totalmente durmiendo a pierna suelta en los negros crepúsculos del más egoísta olvido.
En esta ocasión, para mí, particularmente, ha sido toda una muy agradable sorpresa el comprobar ciertos hechos familiares, repletos de reflexionadas soledades y que vienen a formar parte activa en la competitiva tradición de algunos de nuestros más deslumbrantes beligerantes isleños.
Me hablan una remota época dorada, propicia para La Gomera, en donde la Lucha Canaria, también pudo contar con sus grandes protagonistas, unos semidioses que jamás salieron de la legendaria isla colombina para demostrar su valía fuera de la misma y en otros competitivos terreros diferentes.
Hasta el último decenio del pasado siglo XIX, tuvo un reluciente apogeo regional, sobre todo, en las representativas localidades de Agulo y Hermigua.
Salen a relucir los nombres de DOMINGO y VICENTE BENCOMO, PEDRO ÁLVAREZ, TOMÁS y ANTONIO TRUJILLO, NICOLÁS MONTESINO, LOS HERMANOS “CABEZAS”, ANTONIO NIEVES, JOSÉ CORDERO, FEDERICO TRUJILLO, ANTONIO GARCÍA PERERO, LOS HERMANOS “MISIONEROS”, “EL GATO” y “EL GORILA”.
Precisamente, revolviendo estos mencionados rancios papeles, disfruto aquí, observando que por mis ojos, tropiezan con algunas reveladoras cuestiones que, de labios acreditados, sí que conocía perfectamente al dedillo pero... no, con tanta certeza y certificada veracidad, como esta de poder reparar palpablemente sobre unos reseñados y fantásticos hechos, relativos a las peripecias vividas por el avezado abuelo MÉNDEZ.
En una muy divulgada preciosa isa, casi como un todo primoroso himno, sabiamente instituido con renombrado acierto por nuestros tan ponderados “SABANDEÑOS”, manifiestan aquello de...”EL GRANDE PERDIÓ, EL CHICO GANÓ, COMO GANARON, ANGELITO, MÉNDEZ, y CAMURRIA, ANTES RIVALES DE PESO MAYOR”.
De muy buena fuente, entre otras muchas cosas, he podido ponerme al corriente de que, RAMÓN MARTÍN MÉNDEZ DÍAZ, nació en Frontera, un 12 de noviembre del año 1.861.
Era hijo único varón, de JUAN MÉNDEZ PADRÓN y de Doña RAMONA DÍAZ BELLO, quienes, afanosamente, le mimaron de una manera extremadamente exagerada.
Contrajo matrimonio, el 26 de diciembre, de 1.894 con Doña VALENTINA DOLORES MACHÍN BENCOMO, enterándome por vez inicial de que la virtuosa abuela LOLA, tuviese como primer nombre, el que actualmente ostenta mi más tierna e infantil nietecita.
De esta amorosa conexión, les nacieron 14 hijos, sobrellevando con ejemplar resignación, el inexorable forzoso destino de haber perdido a cinco hembras y un varón, extintos prematuramente pero, quedándoles también el terrenal consuelo de conseguir contar con la efusiva presencia de LOLA, CARMEN, MARÍA REYES, RAMÓN, JUAN, MERCEDES, SUSANA y RODOLFO MÉNDEZ MACHÍN, al presente, también, todos ellos, incorporados por completo en el inexcusable cortejo del luctuoso más allá.
Se da la adecuada circunstancia de que, ninguno de los mencionados, heredaron de su atlético progenitor, la práctica del vernáculo deporte, si bien, como todo buen herreño, continuamente fueron unos apegados seguidores al mismo.
En unas fragmentadas pinceladas, intentaremos describirles algunos de los pintorescos hechos que en su radiante juventud, llevara a cabo el diestro abuelo.
Teniendo tan solo 19 años, en una renombrada luchada, celebrada en el familiar distrito de EL PINAR, tiró a 24 hombres.
De continúo, estuvo afiliado en el llamado bando “DEL CAMPO”, el más serio rival que, con sonadas victorias, se opusiera a los valientes “DE LA VILLA”.
Contando con los eficaces servicios descomunales de su fraternal amigo del alma, aquel invencible beligerante compañero, MARTÌN, “EL DEL PINAR”, entre ambos, llegaron a realizar verdaderos estragos competitivos, a lo largo y a lo ancho de todos los saturados terreros existentes de la época.
Una vez juntos, en unión del pasmoso MANDARRIA, tuvieron el arrojazo brío de viajar hacia Cuba.
En la primorosa Isla de Las Antillas, se enfrentaron a los más destacados combativos que por allí residían, incluso, aceptando el serio y comprometidísimo reto de todo un aclamado campeón de boxeo, un corpulento gigante de color, ídolo indiano, quien, ardientemente, a toda costa, se empeñó en participar en el tan inusitado evento.
¡En un pasmoso santiamén, barrieron con todos ellos, de tal forma y manera que, lo acaecido, levantó una enorme polvareda entre los incontables fanáticos aficionados cubanos que vieron cómo el olímpico Trío Herreño, tan fácilmente, daban cuerpo a tierra con todos sus mejores tabúes; una muy comprometida situación de eminente peligro, cuyas nefastas consecuencias, habrían podido alcanzar unas insospechadas e irremediables secuelas, hasta el radical límite de peligrarles la propia existencia!
El mismo Cónsul de España en La Habana, advirtiendo el predominante peligro, no teniéndolas todas consigo, optó por alojarles una noche en su propio hogar y, sin que nadie se percibiera de ello, en el vapor “PÍO NONO”, se las apañó para hacerles zarpar, llevándoles personalmente hasta mismo muelle, escapando así del tremendo enojo que ocasionaran las continúas victorias de este prodigioso trío protagonista, al que ningún oriundo, tuvo la acertada destreza de poder vencer.
No se caracterizó ciertamente RAMÓN MÉNDEZ, por la firme constancia en su física preparación personal pero, junto a una normal estatura y férrea corpulencia, poseía el privilegiado don de una técnica innata ya que, sin ningún apropiado maestro en esta dura disciplina, hasta los póstumos años de su existencia, conservó la gallardía de una milagrosa musculatura, digna de la mayor envidia y loable admiración.
En una ocasión, estuvo cuatro años seguidos sin bregar, algo que no le representó inconveniente alguno, cuando resolvió de nuevo, volver a sus rememorados terreros, haciéndolo como si tal cosa, como todo un campeón, poniendo a flote todas sus potentes facultades naturales que tanto y tanto, llamaran la atención.
Nunca abusó del alcohol como señalado vicio, conservando a todas horas un insaciable apetito, degustando en las bucólicas comidas, los correspondientes vasos de buen vino indispensables para poder efectuar una sana digestión, y, del tabaco... lo justo e indispensable, efectuándolo tan solo con algún que otro aromático selecto puro palmero, plácidamente encendido, durante sus despejados ratos de sosegado reposo.
En el comedido y reservado asunto de femeniles faldas...tuvo tantos o más éxitos, que en las conquistadas recompensas obtenidas sobre la arena de los laureados terreros.
Retirado ya, con bastantes años entre pecho y espalda, no desperdiciaba ninguna ocasión para asistir a las luchadas y, en una de esas tantas, en la abarrotada plaza de Tigaday, FRANCISCO, el de Gerardo, Campeón, originario de Sabinosa, daba en tierra con todos los que se le enfrentaban, no quedando ni una sola alma en la enmarcada redondez del empolvado círculo.
En ese determinado momento, lamentando tan crítica situación, MÉNDEZ, teniendo justamente los 70 de edad, se pone la ropa de brega, sale y... de un infalible traspié, le tumba, dejando así bordada una competitiva gesta sin precedentes en toda la Historia de nuestro patrimonial entretenimiento.
En ningún tiempo, públicamente, en los atiborrados terreros, llegó a enfrentarse con su gran camarada y colega, MARTÍN.
Solamente una vez, por comprometida curiosidad entre ambos, solitos, casi a media noche, en una disimulada huerta, estratégicamente estacionada detrás del cementerio de El Pinar, sí que lo hicieron, no diciéndole jamás a nadie de este mundo, quien de ellos había sucumbido.
¡Tal era el sentido del aprecio y lealtad que, ni siquiera, a sus más íntimos familiares, se lo quisieron comentar, a pesar de la testaruda insistencia de los mismos!
¡Cómo y de qué manera mantuvieron su palabra de honor estos dos ejemplares señores!
Según sus propias palabras, el único que habría podido hacerle alguna sombra, fue un tal CASTRO, hijo de CIRIACO MÉRIDA, fallecido en plena juventud.
Su prematura muerte truncó las esperanzas de quien también hubiese llegado a ser primerísima figura, sobresaliendo con luz propia, entre los mejores luchadores de nuestra prolífera isla.
Un infausto 25 de abril de 1.954, a los 93 años de edad, MÉNDEZ, nos dejó a perpetuidad.
¡Pero, para siempre, quedará en la memoria de todos los que admiramos sus celebradas conocidas gestas, repasando ahora algunas de esas tales gloriosas tardes de luchas, algo que, de ningún modo, retornará pero que ahí permanecerá para loable ejemplo de las futuras generaciones que, en su gentil figura, tienen el más fiel espejo de entregada NOBLEZA, ARTE. CATEGORÍA, HONOR y excesivo amor por un deporte que, por desventura, lamentable y tristemente, poquito a poco, en cada una de las islas, desastrosamente, se va esfumando!