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viernes, 15 de noviembre de 2024 00:00h.

Con infinito Amor

Siguiendo la practicada costumbre popular, cada primer domingo del muy floreciente  mes de mayo, por lo menos, en España, se lleva a cabo el entrañable día consagrado por entero a todas las espléndidas madres de este atosigado mundo.

 

A ser madre se aprende cada día. Pero nunca se asimila de un modo definitivo ¡Ella, debe de colocar en lo alto la luz de su amor, para que ilumine a todos y, no es lo mismo, vivir con los hijos que vivir para los hijos.

Siguiendo la practicada costumbre popular, cada primer domingo del muy 
floreciente  mes de mayo, por lo menos, en España, se lleva a cabo el entrañable día consagrado por entero a todas las espléndidas madres de este atosigado mundo.

Vamos, pues, a dedicarles a todas ellas esta insólita leyenda, puro fruto e invención de un añejo cuento que, en plena juventud, en el transcurso de una imperecedera clase, nos relatara mi siempre recordadísimo y perfecto ungido sacerdote salesiano, don Florencio Sánchez García, un sin par ejemplar hijo de San Juan Bosco, eximio orador sagrado, con un corazón más grande que todas las infinitas arenas que pudieran existir en las insondables dilatadas arenas del extenso mar y, funestamente, hace años, fallecido en Cuba, mientras transitaba un corto trayecto en taxi y, ejerciendo su fecundo apostolado, como Primer  Inspector de la  tropical región caribeña. 

Más o menos, esto es lo que, en el fondo de la cuestión, en la mente, vagamente  recuerdo, aún retengo e intento transcribirles:

“Se iba a morir y se inclinaba sobre la cuna en la que dormía su hijo.

Demasiado sabía que, aquella, sería la última y fatídica  noche de su indigente existencia.

 La mortal enfermedad que hace tiempo minaba su consumido cuerpo, a pasos agigantados, se iba degenerando y, el socavado muro que la sostenía, estaba próximo a derrumbarse.
 
La infortunada madre, plañideramente, pensaba:

-.- ¡Hijo mío! ¿qué será de ti sin mí? ¿Podrás conseguir la dicha o...por el contrario, vivirás desventuradamente, recibiendo en tu cándido cuerpo los bruscos bata-cazazos de la sanguinaria  tribulación? 

De pronto, el cuarto en el que se encontraban, con un incomprensible halo de cegadora luz, resplandeció  por completo. Un diligente ser, especie de celestial  ángel, desconocido ser o prodigiosa identificación de otra ignota naturaleza, así le habló:

-.- ¡En tus manos está, buena mujer!
¡el señor consiente, el que tú misma, libremente, puedas  otorgarle la benévola dicha o, por el contrario,  el menesteroso  infortunio!

-.- ¡La dicha! la dicha! Gritó, desesperadamente, la infausta matrona.


-.- Óyeme bien: si tu hijo es feliz... arropado por las glorias, riquezas, adulaciones y vanidades del mundo... ¡se  olvidará de ti para siempre! jamás, para nada, pronunciará tu nombre!, 

-.- ¡Ay, dijo la madre!, (sintiendo de veras por primera vez la muerte)

-.- Por el contrario, si es desdichado, cada noche, cuando ciegamente vague de un lado a otro, como  nómada vagabundo, a lo mejor, abatido sobre cualquier oscuro callejón, huraño cesped o verde pradera, mirando al azul del remoto cielo, de la arcaica nirvana y vislumbrando en lo alto a  las solitarias estrellas, entre acongojados lamentos,  musitará:

-.- ¡Madre mía! madre mía! ¿por qué me has dejado tan solo? Ella... no reveló nada.

Pero... poco a poco, solemnemente, se fue inclinando sobre la cuna en la que dormía su tierno  retoño y, besándole la frente, resuelta y valientemente,  exclamó:¡¡que seas feliz, hijo mío!!

 

¡Una amplia sonrisa de esperanzado futuro, se dibujó en los labios de la adormecida criatura, mientras, la mujer, fuertemente asida a la mano del bendito ser alado, paulatinamente, muy sigilosamente, junto a él, a todo trance, se dirigía hacia esos lóbregos rumbos, secretamente  ubicados en la  recóndita otra orilla del tenebroso más allá!”