La bendición de Benedicto XVI (Por Rosario Valcárcel)
El amor entre las personas no es fácil. Y para que crezca necesita apoyo, reciprocidad, mimos, y como dice el argot popular, echarle agüita para que eche raíces…
Faltaban pocos minutos para los doce. Nos acercábamos a la Plaza de San Pedro y, mientras caminaba por la ciudad del Vaticano fijaba la mirada en los puestos ambulantes, en las tiendas de los alrededores donde venden estampitas de santos y más santos, angelitos y vírgenes, iconos y hasta portales de Belén. Había un gran jolgorio.
Al llegar a la Plaza de San Pedro, las fuentes bulliciosas compartían el momento con el Obelisco, con las columnatas rematadas sobre las que se asientan más de cien santos. Con grupos de niños adoctrinados, algunos pertenecían a grupos de boy scouts, otros a colegios, iban uniformados y llevaban unas boinas de tonos vivos que los distinguían. Gente de todas las edades habían recorrido largos caminos para escuchar al Santo Padre, con banderas de diferentes colores, pancartas, Me alegré al ver varias de España.
Alrededor la belleza que propició el Papa Julio II, el Papa que prescribió a Miguel Ángel los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, el que quiso devolver a la Iglesia su poder y su belleza o según dicen las malas lenguas superar al papa Borgia, su antecesor.
En una de las pancartas se podía leer: -Sulla Tua Parola getteremo le reti.-
Todos esperábamos ansiosos la bendición de Benedicto XVI.
Y sin querer me acordé de su antecesor, Juan Pablo II, aquel gran hombre que actuaba con la emoción, que tenía una mirada que tocaba la voluntad.
Un chico al lado mío hablaba por el móvil:
-Una experiencia interesante- dijo con gran entusiasmo, a su novia o tal vez a su madre. Y de pronto desde la segunda ventana, a la derecha del Palacio Apostólico, pudimos ver unos movimientos, alguien coloca un estandarte. Todos aplaudieron excitados, deseosos de ver lo que iba a ocurrir.
Los niños dejaron de jugar y cogidos de la mano empezaron a rezar. Se escuchaban diferentes idiomas al mismo tiempo. Yo entendí algo sobre la gloria de Dios, sobre la felicidad y la familia.
Por fin apareció el Papa con los brazos abiertos, afable, cercano. Todos gritaban su nombre con gran convicción, agitaban su manos como respondiendo el saludo. Él subía y bajaba el tono de su voz, sonaba dulce y a lo lejos parecía que sus ojos buscaban las miradas. Escuché con atención cada palabra y poco a poco aquel acto me produjo una gran impresión. Expresó su preocupación por las víctimas del hambre, las injusticias y las violencias que golpean a los niños en el mundo.
Confieso que no me gustaba el aspecto de Benedicto XVI, también es cierto que alcanzar el carisma de su antecesor, Juan Pablo II, era difícil. Me pareció un hombre sin alma, despojado de gracia como si le costara sonreír. Un hombre poco afortunado, con un equipo de asesores que ha decepcionado a muchos. Un hombre intransigente y envuelto en críticas, sobre todo por sus alegatos desafortunados sobre el preservativo. Siempre en el ojo del huracán como si el Espíritu Santo lo hubiese abandonado.
Invoca a María con palabras en latín. Se escuchan voces cantando mientras da la bendición. Yo, en forma de saludo, sacudí mis manos como si estuviésemos manteniendo un diálogo y, en silencio y con los ojos llorosos, a solas conmigo, pensé en las cosas serias de la vida, en lo que simbolizaba aquella gran figura. Pensé en el desconcierto que vivía y quizás no sabía resolver: pederastia, sexo, derroche, intriga.
Terminó dando las gracias en varios idiomas, parecía sentir un gran afecto por todos nosotros. Los fieles no dejaban de exclamar su nombre, de entonar canciones, de aplaudir.
Estuve un buen rato sumida en pensamientos, en mi infancia y en las enseñanzas religiosas de aquellos días.
Estos días ha muerto el Papa que perteneció a las Juventudes hitlerianas y participó en la II Guerra Mundial. Ha muerto el Papa que desertó en los últimos días de la guerra y fue hecho prisionero por soldados aliados en 1945. Ha muerto el Papa que abrumado por los escándalos, los miedos, su avanzada edad, consideró impedimentos suficientemente serios para el cumplimiento de su misión al frente de la Iglesia. Un escritor que estuvo influenciado por Dostoiesvski, Un músico que adoraba Mozart. Un hombre sujeto a los miedos y a las fragilidades de todo ser humano. Un ser amable y sencillo, Ratzinger.