Agulo, capital Las Mercedes

“La fe hacia nuestra virgen se acentuaba en esos días y todo parecía más religioso, más apaciguado, más hacia el interior. Yo, primero creyente por obligación y después agnóstico por convicción, todavía recuerdo el incienso de la iglesia, los cantos de las bellas voces de nuestras princesas, Sofía Morales, por ejemplo, el recogimiento previo a la verbena, empezar a darse la paz en el templo sagrado y acabar abrazados ante unas copas de vino en cualquier ventorrillo presidido por el olor a carne de cochino y decorado con pencas”

Sí, sí, ya sé lo que van a pensar. ¿La capital de Agulo, para ese junta letras, no era San Marcos? Sí, es cierto.

Hace muchos meses escribí un artículo al respecto pero Agulo, como tantos otros sitios, tiene muchos amores y muchos espacios donde ser feliz. La capital de nuestro reino iba de Las Casas hacia La Montañeta según la residencia y el corazón de quien hablara, vaivenes de un lado a otro buscando más una gracieta que tener la razón. Mientras, El Charco se aliaba con Las Casas por una mera razón geográfica. Lo próximo suele ser más apreciado.

Había, de igual forma, quien era más de San Marcos y quien más de Las Mercedes, eligiendo no se sabe muy bien por qué. Otros, en cambio, eran incapaces de decidirse, como esa madre que no sabe  a qué hijo quiere más. El amor, visto así, no se divide sino que se multiplica.

La fiesta de Las Mercedes, a finales de septiembre, era la novedad, el remate final de un verano largo entre El Pescante, la Playa de San Marcos y esos paseos por el centro de amistad buscando la conversación con alguien apreciado o, quizás, la mirada cómplice con esa chica amada en secreto. 

Y llegaba nuestra fiesta, inundando el pueblo de alegría y de gente que, incluso, cogía sus vacaciones en ese mes para coincidir en el terruño, en eso que ellos añoraban durante un año, en el lugar donde nacieron y donde arrancó su conciencia, entre riscos y cierto aire frío, donde, incluso, se tejió su amor desde un paseo por la curva de los Castaños hasta un asado de papas en Gallego.

La fe hacia nuestra virgen se acentuaba en esos días y todo parecía más religioso, más apaciguado, más hacia el interior. Yo, primero creyente por obligación y después agnóstico por convicción, todavía recuerdo el incienso de la iglesia, los cantos de las bellas voces de nuestras princesas, Sofía Morales, por ejemplo, el recogimiento previo a la verbena, empezar a darse la paz en el templo sagrado y acabar abrazados ante unas copas de vino en cualquier ventorrillo presidido por el olor a carne de cochino y decorado con pencas.

Recuerdo más gente, más unión, más canciones de más orquestas, más chicas con las que bailar. Ahora, debido a la despoblación, todo es un poco más triste, más austero, aunque hay cosas interesantes y el ayuntamiento trata de estar a la altura en esta época de pandemia y de virus que no se acaban de ir. Pedro Cruz presenta un documental sobre la fiesta de Los Piques y Leoncio Bento debuta en el género de la novela con una historia que se mueve entre dos islas. Hace mucho había más cosas porque había más gente que colaboraba.

Ese tiro al plato en Gallego, un sábado por la tarde, donde el ruido de las escopetas se mezclaba con  aquel de “plato”, corto y contundente, donde yo siempre quería que ganara José Luis, actual farmacéutico de Agulo, porque jugaba al baloncesto conmigo y porque era buena persona. No estoy seguro de que siga practicando ese deporte pero sí estoy seguro de que sigue siendo buena persona.

Esas primeras copas de un adolescente que, movido por la unión y por el hecho de no quedarse atrás, degustaba el alcohol buscando la razón primigenia para su degustación, absorbiendo esa pequeño fuego que bajaba por la garganta, buscando la mirada de los amigos, fundidos en abrazos y risas. Eso sí, teníamos mucho cuidado de no manchar la ropa, estrenada en esta fiesta, prueba de sacrificio de unos padres que querían que sus hijos no desentonaran y que amenazaban con castigos si no cuidábamos nuestro uniforme para esos pocos días.

Esos partidos de fútbol entre solteros y casados, emulados por los adolescentes en el Polideportivo, cervezas por doquier al acabar en el campo, algún refresco repartido entre los que jugaban sobre cemento y que dentro de poco serían hombres, ocupando el puesto de los mayores, pasando del fútbol sala al fútbol once por la simple inercia de la vida.

Esas verbenas con estricto control de acceso en los primeros años y de entrada libre los últimos, esas orquestas, la Sunset Band y la Billo’s algunas veces, los BAJIP siempre, esos bailes moviendo los pies de forma torpe, envalentonados por unas cervezas, sabiendo que era la mejor forma de aproximarse a la chica de dulce sonrisa, esos ventorrillos añejos primero y esos kioskos después, con sabor a carne de hamburguesas y a perritos calientes devorados por los jóvenes que querían jugar a ser jóvenes en la novedad, esa música que se acaba mientras se vacía un plaza que ahora no es casi nada y que, apenas unas horas antes, lo era todo.

Pero había algo que no era tan bueno. El curso escolar había empezado ya y los que estudiábamos secundaria teníamos que ir a La Villa, con lo que no podíamos disfrutar de algunas fiestas. Todavía recuerdo cómo Ramón Rodríguez y yo pasábamos por delante de la plaza, mirando con tristeza y envidia, deseando estar allí, con los demás, afirmando que no queríamos la formación sino la devoción establecida en la mirada de una chica guapa, escuchando la voz de Miguelito o de Benedicto, héroes observados como estrellas. Ahora, uno nos alegra muchos días con su voz y su guitarra, el otro hace ya tiempo que enamora en otras constelaciones.

Dicen que la virgen de Las Mercedes es la patrona de los presos, de los que están encerrados, de los que no tienen libertad. En Agulo, no, más bien era el motivo de la celebración, de la fiesta, de lo novedoso, de todo aquello que formó una parte de nuestro pasado, de esos días especiales mezclados en la memoria de los que sentimos el terruño.

La vida me separó de la iglesia pero nunca me ha separado de la virgen de Las Mercedes.


P.D. Agradezco a Alexis Serafín y a Ramón Rodríguez sus ideas para elaborar este artículo.