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viernes, 15 de noviembre de 2024 00:00h.

La Banca siempre gana

OSCAR MENDOZA OPINIÓN
“Son empresas y deben ganar dinero, es más, es bueno que ganen dinero y que ayuden, vía crediticia, a la financiación de las empresas y, por ende, a la creación de trabajo. Yo, socialdemócrata convencido, apoyo esa idea y la defiendo cuando me preguntan por ello, sabedor de que los emprendedores y las familias necesitan un empujón, esgrimido no por caridad sino para poder cobrar unos intereses. Es el mercado, amigo, que diría el golfo de Rodrigo Rato.”

Me levanto y desayuno mientras veo la televisión, costumbre poco recomendable por mezclar alimentación y malas noticias. Además dicen que es la comida principal del día y debe ser copiosa, vigilada en sus nutrientes y el combustible ideal después de esas ocho horas de ayuno obligado en los brazos de Morfeo. Apago la tele y leo la prensa, consciente de que quizás sea peor el remedio que la enfermedad.

De casualidad caigo sobre unas palabras de Pérez-Reverte sobre los bancos y sus manejos. Me olvido de comer y me centro en la lectura, cosa que no se debe hacer pero uno está algo viejo ya para cambiar, sobre todo cuando no se quiere cambiar. Se aprende a vivir con lo que eres, asumiendo que la gran ventaja de envejecer es que cada vez te importa menos lo que piensen de ti. 

Acabo la lectura y apenas he desayunado, para cabreo de nutricionistas varios y gran enfado de mi conciencia, ese gran juez que me exige como nadie y cuyos indultos me son vetados. Da igual, la lectura ha merecido la pena.

No voy a pretender que el sistema cambie ni me nutro de la vaga ilusión de que todo se puede cambiar. Algunas cosas no es que no puedan cambiar, es que deben cambiar porque, sencillamente, son insostenibles y, de ser mantenidas, podrían provocar ira y desesperación, caminos que se anchan hasta confundir a justos con pecadores, a tiranos con lacayos, a gente de bien con los que sólo quieren el triunfo personal. Sería el caldo de cultivo perfecto para algo que nadie desea y, por ello, una pequeña revolución es algo muy saludable de vez en cuando.

Ese pequeño o gran cambio debe pasar por poner coto a los bancos o, como diría un castizo, meterles mano. Nadie es tan estúpido como para pensar que son hermanitas de la caridad y que están ahí para proteger a los parias de la tierra. Son empresas y deben ganar dinero, es más, es bueno que ganen dinero y que ayuden, vía crediticia, a la financiación de las empresas y, por ende, a la creación de trabajo. Yo, socialdemócrata convencido, apoyo esa idea y la defiendo cuando me preguntan por ello, sabedor de que los emprendedores y las familias necesitan un empujón, esgrimido no por caridad sino para poder cobrar unos intereses. Es el mercado, amigo, que diría el golfo de Rodrigo Rato.

Tal hecho, denominado afán de lucro, es legal y moral. Pero ésa no es la única cara de la situación. Ojalá la fuese pero hay muchas otras cosas que deber ser analizadas y corregidas. Y a nadie se le escapa que ningún consejo de administración va a hacerlo renunciando así ese tanto por ciento al que creen tener derecho en detrimento de la más mínima decencia hacia los seres humanos. Una vez más el poder político debe delimitar ciertas cosas, hechos que no pueden ser estructurados en base al mercado.

¿Recuerdan la crisis de 2008? Pues, resumiendo mucho, se debió a que los gobiernos, lacayos muchas veces al servicio del mejor postor, no pusieron límites a la codicia de los mercados, dioses del liberalismo, y todavía lo estamos pagando. Rescates bancarios sin un solo pero, recortes en lo más básico que también estamos pagando ahora, … En fin, para qué seguir.

No hace mucho que se anunciaba a bombo y platillo la fusión de dos entidades bancarias como una buena nueva que iba a mejorar nuestras vidas. En eso, como en tantas otras cosas, los medios de comunicación cumplen con su labor de propaganda, de mentira, de hijos de Goebbels, cuando es público y notorio que una fusión de ese tipo sólo beneficia a los accionistas, siendo los clientes penalizados con más comisiones y muchos empleados invitados a irse a la calle en aras de las cifras macroeconómicas. El pez pequeño rara vez se come al grande.

¿Se han dado cuenta de que cada vez hay menos sucursales y menos cajeros automáticos? Se dice que hay muchas operaciones que se pueden hacer por internet y es cierto. Pero eso es presuponer que todo el mundo tiene internet y un smartphone o un ordenador. Y hay gente que no tiene esos recursos. Pienso, sobre todo, en la gente mayor que no dispone de ayuda e, incluso, me acuerdo de una estafa perpetrada por la banca, apoyándose en el desconocimiento de muchos de nuestros mayores. Creo que las llamaban preferentes, si no recuerdo mal.

Cuando yo era un niño había una relación muy diferente con los bancos. Recuerdo que mi padre se fiaba por completo del director de su sucursal y había respeto por ambas partes hasta el punto que mi padre decía que el banco le había ayudado a comprar su casa y, en correspondencia, mi padre nunca cambió de banco, es más, cuando empecé a trabajar yo seguí la tradición y, amén de algunos intentos de chantaje, ahí sigo.

Todo el mundo se conocía y el trato era ejemplar. Ahora todo es diferente y, cuando voy a mi sucursal, rara vez encuentro a la misma persona y, no sé, en temas de pecunia me gusta tratar con el mismo de siempre, ése que te escucha al contarle tus problemas, ése que te puede dar un consejo basado en la lógica y no en la consecución de objetivos por su parte, ese empleado que, me han dicho, ya no está tan bien pagado y que se sabe carne de cañón en cualquier fusión de señores con corbata que no saben nada de los problemas de la gente.

Las cosas han cambiado, que diría Bob Dylan, pero a peor. La voracidad de cientos de accionistas tritura los sueños de clientes y empleados, su rapiña cruel por ser cada vez más ricos no tiene fin, su lugar en este mundo no produce nada, sus almas están corrompidas por la avaricia. Eso sí, muchos de ellos irán el domingo a misa.