Becados para la vida
Nunca he sabido a ciencia cierta cuánto de suerte y cuánto de esfuerzo me ha llevado a la situación en la que estoy ahora de la que, por cierto, no me puedo quejar visto lo visto, escuchado lo escuchado y vivido lo vivido. Hay gente que lo está pasando muy mal y yo, cuando veo reír con fuerzas a mi hijo, soy el hombre más afortunado que pisa la tierra. No puedo evitar un cierto sentimiento de culpabilidad cuando gozo con sus risas mientras otros se bañan en lágrimas que parecen mares.
Escribo, publico y, a veces, hay gente que me contacta para felicitarme e, incluso, para pedirme que escriba sobre ciertas cosas. Francisco Cabello (Kiko Macho), directo como sólo es él, a veces me aplaude y otras no, sorprendiéndose de que yo encaje sus comentarios, siempre constructivos, sin ningún tipo de reproches. Lo escucho y le digo que tenemos pendiente una caminata por Seima para andar y hablar, acciones simples pero que refuerzan la amistad y el conocimiento.
Me pide que escriba sobre las becas para estudiar, siendo él y yo, como tantos otros, hijos de un pueblo donde las ayudas eran ese maná que nos mejoraría saliendo de la isla para que, con el tiempo, aprendiéramos a valorar La Gomera cuando estuviéramos un poco lejos.
Muchos, en Agulo, salieron y mejoraron o, dicho de otro modo, realizaron sus sueños profesionales conscientes de que la vida de sus padres era demasiado dura y de que la formación es a la libertad lo que el agua a la tierra.
El mundo no es justo pero sería mucho peor si no hubiese esas ayudas al estudio, esas becas reparadoras de injusticia social, ese empujón para que no se pierda el sentimiento de que hay que seguir adelante e intentar que los hijos tengan más oportunidades que los padres. Y, por favor, no piensen que me refiero solamente a la Universidad. Hablo de cualquier formación que haga que una persona demuestre su valía, que complete su círculo y que ayude a la sociedad. Una economía fuerte necesita mucha diversidad en el espectro laboral, que diría Keynes.
No es una cuestión baladí en el ámbito ideológico pero tiene que estar grabado a fuego en ese abrigo de sentido común que debe arroparnos cuando vienen mal dadas. Yo, socialdemócrata convencido, creo en la becas y en las ayudas a los débiles y enfermos, que no a los gandules, y no creo que haya justicia ni paz si no se fomenta la superación con esas escaleras de generosidad que constituyen lo que se llama el estado del bienestar.
Es más, hablo con gente liberal, como mi querido Francisco Méndez, y expresan la misma idea, conscientes de que, más allá de la justicia, dejar que se pierda un buen mecánico, por ejemplo, porque sus padres no pueden pagarle los estudios es un mal negocio ya que el capital humano es esencial en las empresas y en el sector público.
El no haber sido conscientes de ello en los últimos años hace que lo estemos pagando tragedia tras tragedia.
Esos becados para la vida, esa gente que se esforzó y, quizás, está desarrollando el trabajo con el que soñó, esa gente que vio cómo sus padres se fueron tranquilos y orgullosos, ésos, entre los cuales me incluyo, deben estar agradecidos a los españoles que pagan sus impuestos que, como todo el mundo sabe, no son todos.
Yo, lleno de innumerables defectos, creo que tengo la virtud del agradecimiento y siempre intento dar lo mejor de mí en mi trabajo, consciente de que formar es una labor de equipo e incapaz de tocarme la barriga, que diría un castizo, cuando un compañero necesita ayuda, un padre un libro o un alumno un palabra de ánimo porque ha perdido a su abuelo. Me gusta ayudar porque, sencillamente, puedo ayudar dado que a mí me ayudaron para estudiar. Ese autónomo, esa PYME, ese trabajador al que le quitan el 15% de su nómina, … fueron mis mecenas y les debo mucho. Mi padre, a pesar de no tener estudios, se daba cuenta y suspiraba tranquilo porque no se había arruinado.
Es más, mi madre, víctima de una enfermedad terrible, está en una Residencia para mayores que se financia con los impuestos de todos y, así, puede vivir los años que le queden con cierta dignidad. La sociedad, ya ven, me sigue ayudando.
Hablo con el gran Ramón Rodríguez, enfermero contumaz contra el virus, otro ejemplo de todo lo anterior y que adquiere su motivación pensando de dónde salió y dónde está ahora. Las becas, en este caso, ayudaron a mejorar nuestra Sanidad. Pero también hablo con el gran Alexis Serafín, cuya hija, ejemplar en la actitud y en los estudios, realizará sus sueños y mejorará a la sociedad gracias a las ayudas a las que, ahora sí, yo también contribuyo.
La rueda debe seguir girando, intentando ser mejores. Los principios, los valores, la formación en cualquier campo, … todo ello debe ser la piedra angular de referencia, el pivote, permítanme el símil futbolístico, sobre lo que nos espera o nos debe esperar. Estamos hartos de tanta mentira y tanto egoísmo, de tanta ira y tanto odio, hartos de lo que no debe imperar y, sin embargo, impera. Necesitamos justicia.
Sí, justicia contra la injusticia, contra, por ejemplo, los felones que nos avergüenzan un día sí y otro también, contra determinados políticos, militares, curas ( ya sólo falta un banquero) que se han puesto la vacuna antes de que les tocara, esgrimiendo disculpas peregrinas que mucha gente no entiende quizás porque alguna beca les ayudó a distinguir la lluvia de cuando les mean encima.