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lunes, 16 de diciembre de 2024 09:30h.

Benedicto Primero de Agulo

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“Tengo recuerdos de él. Me esfuerzo un poco, voy hacia atrás, muy hacia atrás, y lo veo y lo escucho. Lo percibo como si todavía estuviese aquí, entre nosotros, o tal vez pedirle que bajara de las estrellas, donde canta suave a los ángeles, para deleitarnos una vez más con su voz, entre risas y abrazos, haciéndole ver lo mucho que lo queríamos.”

No es fácil escribir sobre ciertas cosas porque no es fácil sentir lo que te provocan esas cosas. El sonido del teclado impulsa las ideas al son de algo que está en tu corazón y que debes sacar para darle forma, no sé si bien o mal, haciendo ver que hay gente que no se puede olvidar ya que forma parte de la memoria colectiva. Pero también de mi memoria personal, de mis recuerdos vividos en tiempos ya lejanos, de mi sonrisa al evocar su sonrisa, de mi suerte al evitar la muerte hace un año y de la poca que tuvo él. Sí, Benedicto Negrín para todos, Neo para los adolescentes que lo idolatramos, forma parte de la historia de Agulo, ese hombre de aspecto fuerte, seguro, con esa risa (la escucho perfectamente) con matices entre la burla y la felicidad, con esa mirada que abarcaba el espacio donde sólo él reinaba.

Su sobrino Santi Negrín me anima en esta tarea. Él, periodista con sentimientos, talento más cercanía, me comenta que no podría hacerlo, quizás porque el dolor borraría su intención y porque hay cosas, quizás, que si no se han hecho hasta ahora tal vez no se deban hacer.

Suenan acordes en mi mente mientras mis pies parece que quieren moverse al ritmo de ese sonido un poco acelerado (como lo describió Inocencio Negrín, padre de Santi) que revolucionó la música popular canaria hace ya mucho. Y ese cambio radical, novedoso y convincente formó parte para siempre de las verbenas de cualquier pueblo de las Islas Canarias, entre ventorrillos de aspecto irrepetible donde el olor a carne de cochino (o tal vez otras viandas) competía con el sabor de un vaso de vino del país.

Ahí, en ese contexto, entre música y felicidad, entre chicas arregladas y chicos esgrimiendo un cigarrillo para parecer mayores, reinaba Benedicto, amo y señor de las compases que lo envolvían todo, mandador de un equipo de lucha que luchaba por llevar un poco de alegría a gente que sabía que, al día siguiente, había que volver a la rutina. Neo, encantador en las distancias cortas, también sabía transmitir a toda la plaza con un micrófono que parecía otra parte de él, perfectamente acoplado, con esa postura firme y la guitarra bien ceñida, un todo que lo presidía todo.

Cantaba “Mi linda señorita” con esa voz especial, segura, sabedor de que nadie interpretaba como él, mientras las chicas de cualquier plaza de cualquier pueblo soñaban con ser la protagonista de la canción, deseando en silencio que ese gomero guapo de voz tan especial les hiciera un guiño revelándoles que ella era la elegida. Él, sabedor de su talento y de su atractivo, nunca escatimó esfuerzos para cantar como sólo él sabía hacer.

Ahora, entre recuerdos y vivencias, me viene la tristeza y pienso que mejor “Cállate corazón”, que también y tan bien cantaba él, intentando seguir en esta torpe muestra de mi gratitud hacia él y hacia toda su familia. 
Agulo dio la vida a Los Bajip y, con el tiempo, Los Bajip le dio vida a Agulo, ese pueblo lleno de belleza mientras Neo o Miguelito le rendían homenaje con esa canción, “Agulo”, que sonaba, suena y sonará entre los riscos de La Zula, Abrante y La Caperuza.

Tengo recuerdos de él. Me esfuerzo un poco, voy hacia atrás, muy hacia atrás y lo veo y lo escucho. Lo percibo como si todavía estuviese aquí, entre nosotros, o tal vez pedirle que bajara de las estrellas, donde canta suave a los ángeles, para deleitarnos una vez más con su voz, entre risas y abrazos, haciéndole ver lo mucho que lo queríamos.

Plaza de Agulo. Hace ya mucho, tanto que me parece una eternidad. Estoy en la parte de detrás con mi amigo Alexis Serafín y escucho, al principio de forma casi imperceptible y después de forma diáfana, los compases de una canción de los Beatles, “Let it be”. Salimos corriendo y vemos a Santi Negrín, adolescente como nosotros, al órgano y Benedicto cantando esa canción mientras se preparaban para la verbena de la noche. Y ese recuerdo me acompaña siempre, momento de belleza suprema, y ya no es una canción de los genios de Liverpool sino una canción amaestrada por ese genio del Charco, a dos pasos de mi casa, al que todo el mundo adoraba.

Pasaba muchas épocas fuera del pueblo, recorriendo otros lugares de nuestras islas, cumpliendo con sus obligaciones laborales que, a buen seguro, se correspondían con lo que siempre quiso hacer, con lo que conformó sus sueños de pequeño y su realidad de adulto.

Yo, adolescente, hace ya mucho, saliendo de la venta de Manolo Henríquez, lo veo hablando con los trabajadores de una plaza que están construyendo en el Calvario. Me acerco y escucho, curioso para aprender de los mayores, dogma que no me ha abandonado en todos estos años, mientras las bromas de Neo son bien recibidas por los otros, sabedores de que es Benedicto, carente de maldad, lleno de vida y de historias. Él, como acto final, les paga una ronda en la venta de Manolo, por “haberlos fastidiado un poco”. Es curioso. Recuerdo la frase textual, quizás porque lo especial se ancla en nuestra mente como esos besos que damos a nuestros padres cuando ya son mayores, inseguros de si serán los últimos a los que nos dieron la vida.Los trabajadores, claro está, aceptaron la invitación afianzando su opinión sobre aquél que cantaba tan bien y sonreía mejor. Ése que era amigo de todos y enemigo de nadie.

Yo, casi ya hombre, en el campo de fútbol de Agulo, partido entre solteros y casados. Él, un poco jugador de fútbol y un bastante jugador de tenis, me hace un “caño” mientras ríe y me hace una broma que no me tomo mal porque nadie toma mal algo que viene de alguien al que admira y que nunca ha hecho daño a nadie. Ya en la noche, en el Club que ya no es tan Club, hace bromas entre canción y canción, sobre la derrota de los solteros. Él, capitán de muchas cosas, también reina entre los jóvenes y no tan jóvenes del pueblo, regateando problemas y aplicando siempre el sentido del humor a todo, bálsamo para limar pequeñas rencillas que, gracias a él, no parecen tales.

Último recuerdo. Yo, ya hombre, estoy en un piso de Santa Cruz y al fogonazo del teléfono le sigue la voz casi llorosa de mi madre diciéndome lo que nunca pensé que pudiera pasar. Me desplazo al sur de Tenerife, como un zombie que no quiere vivir lo que está pasando. Allí, entre lágrimas e incredulidad, todos nos dejamos algo. Yo, en ese momento, supe que mis recuerdos se quedarían mutilados para siempre, que mis alegrías echando la vista atrás ya no serían tales y que no hay peor tirano que la vida misma.

Benedicto Negrín, Neo, Benedicto Primero de Agulo para los que lo teníamos como un referente, innovador en la música popular canaria, agulense de pro y tantas otras cosas que fue y otras muchas que debió haber sido. No se puede glosar su vida, obra y milagros, que diría un clásico, en unos cuantos párrafos, negro sobre blanco, pero sí se puede saldar una deuda con mi pasado en la que él dibujaba alegrías que nunca más volveré a sentir.