El cuñadísimo
Ya estamos en pleno septiembre, mes de inicios, vueltas y demás reencuentros en los que la sonrisa es alargada o es fingida. Todo depende de quien tengas delante o del contexto retomado después de las vacaciones estivales. No se apenen, pronto estaremos comiendo turrón y pensando que nos estamos haciendo viejos mientras disfrutamos de las sonrisas de los más pequeños.
Al menos ésa es mi esperanza: ver cómo se fortalece la primavera de mi hijo aunque su padre se acerque irremediablemente al otoño se su vida.
Claro que hay familias y familias. Y no me refiero a esas disputas acrecentadas por las copas bebidas ni a esas miradas que lo único que expresan es el deseo de partida a toda costa ya que, cómodo, lo que se dice cómodo, no está uno.
Vean nuestra familia real, por ejemplo. En ella pululan egos acrecentados por no se sabe qué influencia genética o conductual y comportamientos derivados de una actitud de gente sin aptitud. Aquello de nobleza obliga hace tiempo que está démodé, que diría un pedante.
Leo con asombro, no, mejor, leo sin asombro porque a mí ya nada me sorprende en este país donde el sentido común ha sido barrido por los intereses de cada cual, leo, decía, que Iñaki Urdangarín saldrá de la cárcel dos días a la semana para ayudar en una ONG.
Ya sé que parece un chiste de mal gusto el hecho en sí pero si les digo, quizás no lo sepan, que este sujeto fue condenado, entre otras cosas, por quedarse con dinero que iba destinado precisamente a esas organizaciones, su cabreo puede ser bastante notorio. El mío lo es pero ya se sabe con qué clase de leyes nos estamos jugando los cuartos en este vodevil patrio.
Ya ven que, después de todo, el destino tiene sus cosas y sus regates son tan poderosos como la crueldad que a veces lo define. El cuñado del Jefe del Estado va a trabajar, como voluntario (no piensen que lo hace por el amor a la pecunia que lo llevó a la cárcel), para lavar su imagen e intentar que sus pecadillos sin importancia quedan olvidados con el paso de los días. El tiempo, se repite a menudo, todo lo cura. Y, si flaquean las fuerzas naturales, ya pedirá ayuda al divino que todo lo puede.
Parece que el marido de la inocente Cristina recibe asesoramiento espiritual privado una vez por semana debido al hecho de que sus compañeros de rejas son todas mujeres y estaría mal visto que fuera a misa con las hijas de Eva por las que su suegro siente, al parecer, devoción. Así pues se entrevista con el de la sotana y pide ayuda, no se sabe si para remediar su débil alma y su carácter de amante de lo ajeno o para que acelere su breve tránsito dentro de los muros que le privan de la libertad.
Su cuñado, dicen que hombre honesto, preparado y sin maldad, lo odia y no movió un dedo por evitarle la cárcel, comportamiento que le honra aunque quizás el hecho de que su hermana no corriese la misma suerte hace que muchos monárquicos desconfíen de él porque entienden que Felipe VI debió preservar la institución antes que salvar a Cristina que, la pobre, estaba muy enamorada y no se enteraba de nada.
No hemos mejorado en muchas cosas desde que la democracia llegó a nuestro país. El poder del enchufe y del nepotismo, aun siendo menor, está todavía latente y se puede sentir en las pequeñas y grandes cosas del día a día. La meritocracia no acaba de imponerse y la falta de dignidad hace que todo sea mucho más difícil porque, sencillamente, muchos dudan si hacer lo correcto cuando son ellos los perjudicados. Éste es el gran problema.
La solución sólo puede pasar por más educación y por una mayor exigencia hacia los representantes públicos ya que deben sentir el muy conveniente efecto disuasorio de saber que el que la hace la paga. Quizás, y sólo quizás, en los dados del destino nuestro país salió mal parado en valores aunque nos quede la esperanza de una juventud que haga borrón y cuenta nueva, una especie de rito iniciático. Ya saben, la primavera debe imponerse siempre al otoño.