El tercer brazo
Domingo por la mañana. No es el final de nada ni el principio de algo. Es un día más, quizás realzado por no tener que trabajar y contaminado por la idea de que mañana sí habrá que hacerlo.
Me he levantado cansado. Ayer trabajé casi todo el día, corrigiendo exámenes en la esperanza de descubrir si mis alumnos han aprovechado mis clases y han sumado capacidades para tener más oportunidades en la vida. Ayer, que ya no es, que diría Quevedo, formó parte de mí, trazando con un bolígrafo rojo correcciones sobre intentos de ser mejor mientras que, a través del móvil, algunos amigos me daban ánimos al grito irónico de “haber estudiado”. En fin …
Tomo café. Uno. Y otro un poco más tarde. Luce un sol espléndido e intento activarme. Leo el periódico y sólo hay malas noticias: guerras, precios por las nubes, desgracias varias, falta de esperanza, … Todo me parece sombrío y triste, no por mi presente sino por el futuro de mi hijo. Ése es mi auténtico temor.
De repente caigo sobre una entrevista con Fito Cabrales, cantante que viene a mi vida frecuentemente desde hace varias semanas al pedirme mi hijo música suya, rock de Bilbao para agradar a un pequeño de 5 años que se mueve entre Candelaria y Guamasa. El cantar a dúo “Me equivocaría otra vez” me reconcilia con la vida y refuerza esa relación paterno filial que preside todos mis actos.
Leo con pasión la entrevista y mis ojos se quedan clavados sobre una frase en la que viene a decir que todo está en el teléfono móvil y, lo que no está, no parece existir. Me paro y reflexiono. Degusto la idea, sabedor de que ha sido un relámpago de luz, una verdad dicha sin ánimo de convencer, algo revelador por contundente, diáfano por preciso.
No sé si Steve Jobs, allá por el año 2008, era consciente de lo que estaba creando al dar el pistoletazo de salida a los Smartphones o teléfonos inteligentes. Eso lo cambió todo, quizás en una escala que él no quería o quizás sí. Su inteligencia le marcó el camino pero no le dejó ver la repercusión de todo lo que trajo.
Hoy por hoy, hora tras hora, minuto tras minuto, ese artilugio rectangular se ha convertido en nuestro tercer brazo, pegado a nosotros por ondas electromagnéticas, dibujando en una realidad virtual otra parte de nuestro ser, articulado entre mensajes de whatsapp, llamadas sin fin y notificaciones de todo tipo. Sí, en él está buena parte de nuestra vida. Quizás demasiado.
Y es inevitable. No se puede ir contra el progreso ni se debe luchar contra algo que, es justo decirlo, nos ha traído cosas buenas. Muy buenas. El tener a nuestros seres queridos aún más cerca al existir ahora varios modos de comunicarnos con ellos sin importar la distancia ni la hora, el poder hacer miles de cosas sin desplazarte, el percibir un cierto control instantáneo sobre el devenir de la vida diaria. Pero también el poder de mirar fotos de nuestro pasado que creemos mejor que nuestro presente, el leer mientras esperas por algo o por alguien, el decirle a alguien que te gusta lo que ha hecho con tres corazones tan grandes como la amistad, …
Todo en la vida es cuestión de temple, de mesura, de posturas eclécticas y no maniqueas, de término medio, de, en resumen, sentido común que, como se suele decir, es el menos común de los sentidos. Es algo que intento aplicar en mi vida diaria, activando el silencio del artilugio para activar el ruido de la vida, apagando el rectángulo para escuchar atentamente la voz de un amigo, de mi hijo, de alguien importante, ese tono articulado por unas cuerdas vocales y que nunca podrá ser reproducido por un teléfono móvil.
Lo pongo en práctica, por ejemplo, cuando camino por La Gomera, solo o acompañado por mis queridos Moisés Cabello, Carlitos Segredo, Mon Mendoza, Kiko Macho, Rafa Cabello, Jorge Morales, Alcibiades, Francis, … todos ésos cuya conversación no puede ser interrumpida por un mensaje banal activado por un sonido espantoso cuando estás disfrutando de la conversación. La prioridad es, entonces, el corazón y no las ondas del teléfono.
“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo sólo tendrá una generación de idiotas”, decía Albert Einstein. Y a veces creo que ese día ha llegado. Y otras veces creo que no, cuando veo a algunos alumnos leer en el cambio de hora, cuando veo a un padre y a su hijo jugando en el parque, cuando dos enamorados se cogen de la mano y se miran sabiendo que no hay mayor medio de comunicación.
Supongo, como decía, que todo es mesura. Así que el tercer brazo seguirá ahí, ayudándonos en nuestra vida diaria, facilitando la comunicación de una forma exponencial, fijando con fotos instantes de felicidad.
Pero, aparte de brazos, también tenemos un corazón, una mirada, una forma de hablar y de abrazar, eso que nos hace especiales a todos, algo totalmente alejado de la tecnología porque no hay carcasa que lo pueda englobar ni notificación que lo pueda activar.