Elogio del optimismo


“Debemos combatir el desaliento y, en la medida de lo posible, ser positivos para intentar mejorar lo que nos rodea. Si es cierto que el pesimismo nos ancla a la tierra, el optimismo, por su parte, puede ser la fuerza para empezar a volar, vuelos cortos y a poca altura, pero que suponen algo más que ese ancla que nos puede hundir todavía más. El pesimismo extremo nunca produjo nada, el optimismo razonado puede dártelo todo.”

Creo no faltar a la verdad si digo que ninguno de nosotros nunca pensó que algo tan intenso y rápido pudiese cambiar nuestras vidas y, en algunos casos, invertir nuestra escala de valores acercándola al sentido común y alejándola de lo superfluo. 

Nos hemos mirado ante el espejo de la realidad y, quizás, hemos conocido nuestros límites. Y ya saben lo que decía Lao Tse, aquél que no se ha puesto al límite no se conoce. Muchos, los sanitarios, por ejemplo, lo han hecho y han conocido hasta la última célula de su cuerpo.

Uno se levanta, lee los periódicos antes de empezar a trabajar y parece que todo va mal, que no hay una mísera noticia agradable que llevarse a los ojos y que nuestros sueños han dejado paso a pesadillas donde el silencio de los que se van es tapado por los gritos de impotencia de los que no los pueden despedir. Pocas cosas más dolorosas que ver como aquél que te dio la vida se va de ella sin nuestra mirada cómplice y agradecida, sin ese aplauso que das con tu corazón y sin el último beso acuñado con tristeza en la mejilla de esa persona que creías inmortal. La muerte, desde que el mundo es mundo, te arrebata lo que quieres y te cambia para siempre.

Sí, todo parece sombrío, aunque estemos mejor que al principio, quizás todavía nos quede mucho. Debemos resistir y mirar las cosas con un poco de optimismo, triste alegato, lo sé, para los que han perdido a seres queridos pero no se me ocurre otro camino por el que transitar ya que, como decía Victor Hugo, no hay noche, por oscura que sea, que no acabe dando paso al amanecer.

La humanidad se ha visto en situaciones mucho peores y ha salido adelante o, en todo caso, ha sobrevivido, que ya es mucho. Es cierto que apenas aprendió nada positivo de todo ello porque, cuando pasa el dolor y el miedo, volvemos a ser esos seres egoístas y cómodos que siempre piensan que las cosas malas, si ya las pasaste, no te pueden volver a golpear. Es una especie de vacuna ficticia, basada en la estupidez y sin el menor atisbo de rigor científico.

Pero, ya digo, conseguimos salir y, de esta nueva tragedia, también saldremos y aprenderemos muchas lecciones que, me temo, olvidaremos en pocas semanas. Los libros de la vida son de difícil lectura para aquéllos que piensan que nunca van a morir.

Debemos combatir el desaliento y, en la medida de lo posible, ser positivos para intentar mejorar lo que nos rodea. Si es cierto que el pesimismo nos ancla a la tierra, el optimismo, por su parte, puede ser la fuerza para empezar a volar, vuelos cortos y a poca altura, pero que suponen algo más que ese ancla que nos puede hundir todavía más. El pesimismo extremo nunca produjo nada, el optimismo razonado puede dártelo todo.

Una actitud demasiado negativa lleva consigo una aptitud inapropiada, esto es, lo que pensaba a priori es directamente proporcional al resultado posterior. Nada crece en terrenos baldíos regados únicamente por las lágrimas del dolor. Los terrenos de la esperanza son labrados con más dificultad pero producen mejores frutos al estar bañados por las sonrisas y por la idea de pensar que aun nos queda lo mejor por vivir.

Además, debemos pensar en los más pequeños. No podemos pensar que está todo perdido, que no hay nada que hacer. No, no podemos ver el mundo así cuando tu hijo te sonríe. Es más, esa sonrisa es la fuerza para cambiar el mundo, al menos el mundo de mi hijo y el mío, ese mundo donde yo me tragaré el dolor a escondidas para que él dibuje con su mirada un futuro si no mejor, sí un poco menos malo. Cuando eres padre, debes pensar así, asegurar que hay cosas buenas, que nada malo le pase a esa personita que ocupa tu corazón. Lo que te pase a ti, sinceramente, te importa una mierda.

Ese optimismo, por otro lado, debe estar basado en repartir los esfuerzos. A estas alturas todo el mundo es consciente de que a la crisis sanitaria le seguirá, le está siguiendo ya, una crisis económica que también traerá dolor. Esta segunda avalancha debe ser estructurada y repartida mucho mejor porque es de gestión y, por ende, puede ser domesticada por la política.

Hace diez años nos pasó algo parecido y se actuó de una forma que hizo más rico al rico y más desgraciado al que ya lo era. No fue justo y se me antoja que poca respuesta se dio en la calle pero, tal vez, ahora sea diferente y se juegue con fuego si no se reparten los esfuerzos. Toda sociedad, al igual que todo hombre, tiene un límite y no es de recibo que los accionistas de las grandes empresas, ejemplos esperpénticos de un patriotismo falaz donde solo importa el patrimonio, no pierdan algo mientras las Pymes y los trabajadores lo pierden todo. 

Ese tipo de optimismo sería bueno si se reparte la carga. De lo contrario puede mutar hacia la desesperación, sentimiento total que es muy difícil de controlar.

Seamos, por tanto, optimistas y pensemos positivo. Deseemos cambiar y aprender de todo esto. Transitemos por una especie de utopía que marcará el camino, la línea a seguir, donde salgamos endurecidos por la frustración de no haber conseguido todo lo deseado y mejorados por la certeza de haberlo intentado.