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martes, 17 de diciembre de 2024 00:00h.

Galenos en la galerna

OSCAR MENDOZA OPINIÓN
“Resulta que un especialista, por ejemplo, tiene que estar disponible todo el fin de semana y después pasar consulta el lunes. No sé ustedes, pero yo prefiero que me atienda alguien que ha dormido, que ha descansado, que ha disfrutado de su familia o de sus aficiones, que, en una palabra, ha desconectado y ha recargado ese impulso primitivo que lo llevó a sanar y a escuchar. A veces es bueno alejarse para estar pletórico en lo realmente importante.”

Nunca quise ser médico, aniquilando así las esperanzas de mi padre que, de forma obsesiva y sin razón aparente, no dejaba de inculcarme esa idea hasta que se convenció de que era una batalla perdida. Su enfado duró poco pero era rápido para recordarme su consejo cuando yo me quejaba del mal comportamiento de algunos de mis alumnos. Ahí se sentía fuerte y me ganaba.

Debe ser increíble el curar la enfermedad, ser una especie de Dios que, basándose en la ciencia y en la experiencia, receta tal consejo o tal medicamento a alguien aturdido por un patógeno que, de repente, entra en su cuerpo y reduce su esencia porque pasa a ser algo menos de lo que era. Envidio esa capacidad, la respeto y creo que merece algo más que aquellos aplausos tardíos al acabar el día. La dignidad supone otorgar lo mejor a los mejores cuando tal hecho no forma parte de tus intereses espurios. Y yo, como no soy médico, quiero lo que es justo para ellos, ni más ni menos.

Vivimos tiempos sombríos y mucha gente está dando lo mejor de sí para salir de este atolladero que parecía creíble en aquella película de Steven Sodenberg pero no tanto en la realidad diaria, ésa donde nos creemos eternos porque pensamos que vamos a vivir eternamente y, ya se sabe, eso no me puede pasar a mí. 

Los sanitarios constituyen nuestra primera línea de defensa y, quitando algún caso aislado perceptible en todas las profesiones, están yendo mucho más allá de su obligación, conscientes de su juramento hipocrático y haciendo ver que su vocación se corresponde con su profesión. Y ello después de años de recortes y más recortes, degradando el servicio al ciudadano, mientras muchos miraban para otro lado al ver que una generación entera tomaba el camino del exilio económico y los que se quedaban eran apaleados al imponerles unas condiciones de trabajo draconianas que son las actuales y que, si nadie lo remedia, perdurarán.

Y ése es el quid de la cuestión. Los Sanitarios no pueden más y están llevando a cabo una huelga para reclamar que todo eso cambie y que, en vez de aplausos, reciban justicia. Hablo con una doctora amiga y con el gran Ramón Rodríguez, hijo de Agulo, capitán del deber y coronel a la hora  de ayudar al prójimo, y me dicen lo mismo. Es más, voy al gimnasio y coincido, cómo es la vida, con un chaval que veo a menudo y que ése mismo día me confiesa que es enfermero. No le digo nada para no condicionarlo pero me confirma todo lo que me cuentan. Uno puedo mentir, dos es más difícil pero tres personas que no se conocen entre sí no pueden estar unidos en la falacia ante un tema tan importante, es más, transitan por la verdad porque, lo sé, ellos siempre la ejercen.

Resulta que un especialista, por ejemplo, tiene que estar disponible todo el fin de semana y después pasar consulta el lunes. No sé ustedes, pero yo prefiero que me atienda alguien que ha dormido, que ha descansado, que ha disfrutado de su familia o de sus aficiones, que, en una palabra, ha desconectado y ha recargado ese impulso primitivo que lo llevó a sanar y a escuchar. A veces es bueno alejarse para estar pletórico en lo realmente importante.

Percibo ese runrún del españolito que no tiene idea de nada y que se mete en todo, sí, lo oigo claramente decir que van a la huelga por dinero. Miente, como mienten muchos regidores y como suelen mentir muchos de la opinión publicada, que no pública. No quieren dinero, sólo quieren estabilidad y condiciones dignas de trabajo, algo de cariño, por decirlo así, que los quieran un poquito más, que diría García Márquez. En el trabajo, como en el amor, la cosa acaba mal si siempre es el mismo el que más da.

He tenido experiencias intensas con el sistema público de Salud. No hablo de una muy negativa porque fueron los gestores los que, al infradotar al sistema, llevaron la tragedia a mi vida. Las positivas, la inmensa mayoría, fueron protagonizadas por gente de bata blanca y sonrisa al viento, ésos que saben que tienen que ser excelsos, empáticos y eficaces, héroes de blanco porque la pureza forma parte de ellos. 

Hace ya años que venimos diciendo que muchos de nuestros jóvenes formados han tenido que emigrar para tener la dignidad que su país les niega. Se van, lloran, pero el impulso de mejorar es más fuerte que una frontera, que una bandera que nunca los arropó como debiera, que un sentimiento patrio sólo ejercido para favorecer intereses políticos. Ahora, seguro que se dan cuenta, lo estamos pagando.

Ya ven, unos medran en el ambiente de la gestión sin oficio ni beneficio y los que están más formados tienen que ver cómo sus vidas se derrumban cuando, precisamente ahora, no, mejor, siempre, los necesitamos motivados y siendo conscientes de que la sociedad los valora.

No quieren dinero, sólo quieren dignidad, ardua tarea para aquéllos que deben dársela y que carecen de ella. Vivir para ver.